En Caracas no es frecuente que se exhiban espectáculos con obras de autores cubanos y por eso hay que disfrutar la escenificación de la aleccionadora comedia costumbrista Contigo pan y cebolla (1964) de Héctor Quintero, en el teatro Escena 8, de jueves a sábado a las 8:00 PM y domingos a las 6:00 PM.
Ambientada en los años 50 del siglo XX, de la Cuba regentada por Fulgencio Baptista, Contigo pan y cebolla presenta a una familia de la clase media baja que trata de mantener su estatus aparentando lo que no es, fingiendo que se alimentan bien o completo, y que además carecen de algunos básicos utensilios de la vida domestica, como una nevera. Es una producción de la venezolana Compañía Teatral Prometeo y cuenta con las correctas actuaciones de María Elena Oviedo, José Antonio Barrios, Javier García, Rosmar Hernández, Joselyn García, Francisco Gualteros, Simón Márquez, Marieva Solano, Danique Weyl, Alexander Rivera, Jorge Concha, Jhonny Torres y Miguel Velazquez, todos bajo la precisa dirección de Noel de La Cruz y la profesional producción de José Ángel González y Carlos Chacón.
Héctor Quintero (La Habana 1, de octubre de 1942/ 6 de abril de 2011) creó a Lala Fundora y la utilizó para mantener las apariencias de una familia habanera. Una mujer con amor ejemplar por el marido y animada por el asombroso deseo de que sus hijos sean “otra cosa”. Todo eso con situaciones cómicas y diálogos picantes orientados a plasmar el conflicto: la urgencia de comprar un refrigerador casero, que no sólo les enfriará el agua sino que preservará los escasos alimentos que consumen, en medio de un colectivo social que carece de posibilidades de ascenso, y donde lo único que se puede hacer es amarse, ya que, como enseña el proverbio castellano: “contigo pan y cebolla”, el amor sincero es más que suficiente para sobrellevar las penurias de la vida; porque el enamoramiento desencadena una respuesta neurofisiológica, que libera la feniletilamina, la cual genera “síntomas de amor” como el insomnio y la inapetencia, suprime la sensación de fatiga, la sed y hasta el hambre misma o sea dopa al enamorado para que se sienta valiente e inmune a los peligros, como indican los especialistas dedicados a racionalizar el amor.
¿Se repite ese tipo de familia que poetizó Quintero en la actual América Latina? Claro que sí, pululan los núcleos de baja extracción económica que se debaten entre la realidad y lo aparente, lo que quieren ser y no pueden, lo que imitan por la televisión y los medios de comunicación.
Como detalle curioso, en Cuba cientos de neveras viejas han sido cambiadas por otras nuevas, gracias a la “revolución energética”, destinada a renovar las fuentes energéticas y disminuir el consumo eléctrico en la isla. Es posible que esa nevera que usó y tuvo que devolver Lala Fundora, haya sea sustituida por una más moderna, ya que en la tierra de José Martí las cosas están cambiando para bien, aunque el amor nunca estuvo ausente y mitigó las penurias.
Ambientada en los años 50 del siglo XX, de la Cuba regentada por Fulgencio Baptista, Contigo pan y cebolla presenta a una familia de la clase media baja que trata de mantener su estatus aparentando lo que no es, fingiendo que se alimentan bien o completo, y que además carecen de algunos básicos utensilios de la vida domestica, como una nevera. Es una producción de la venezolana Compañía Teatral Prometeo y cuenta con las correctas actuaciones de María Elena Oviedo, José Antonio Barrios, Javier García, Rosmar Hernández, Joselyn García, Francisco Gualteros, Simón Márquez, Marieva Solano, Danique Weyl, Alexander Rivera, Jorge Concha, Jhonny Torres y Miguel Velazquez, todos bajo la precisa dirección de Noel de La Cruz y la profesional producción de José Ángel González y Carlos Chacón.
Héctor Quintero (La Habana 1, de octubre de 1942/ 6 de abril de 2011) creó a Lala Fundora y la utilizó para mantener las apariencias de una familia habanera. Una mujer con amor ejemplar por el marido y animada por el asombroso deseo de que sus hijos sean “otra cosa”. Todo eso con situaciones cómicas y diálogos picantes orientados a plasmar el conflicto: la urgencia de comprar un refrigerador casero, que no sólo les enfriará el agua sino que preservará los escasos alimentos que consumen, en medio de un colectivo social que carece de posibilidades de ascenso, y donde lo único que se puede hacer es amarse, ya que, como enseña el proverbio castellano: “contigo pan y cebolla”, el amor sincero es más que suficiente para sobrellevar las penurias de la vida; porque el enamoramiento desencadena una respuesta neurofisiológica, que libera la feniletilamina, la cual genera “síntomas de amor” como el insomnio y la inapetencia, suprime la sensación de fatiga, la sed y hasta el hambre misma o sea dopa al enamorado para que se sienta valiente e inmune a los peligros, como indican los especialistas dedicados a racionalizar el amor.
¿Se repite ese tipo de familia que poetizó Quintero en la actual América Latina? Claro que sí, pululan los núcleos de baja extracción económica que se debaten entre la realidad y lo aparente, lo que quieren ser y no pueden, lo que imitan por la televisión y los medios de comunicación.
Como detalle curioso, en Cuba cientos de neveras viejas han sido cambiadas por otras nuevas, gracias a la “revolución energética”, destinada a renovar las fuentes energéticas y disminuir el consumo eléctrico en la isla. Es posible que esa nevera que usó y tuvo que devolver Lala Fundora, haya sea sustituida por una más moderna, ya que en la tierra de José Martí las cosas están cambiando para bien, aunque el amor nunca estuvo ausente y mitigó las penurias.
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