Prostitución, homofobia y
narcotráfico en casi todos los estratos sociales, anexados a conductas disolutas de
organismos policiales y tribunales, sirvieron para temas y argumentos
rocambolescos de teatreros artistas venezolanos. Desde los años 70, Isaac
Chocrón y Román Chalbaud crearon espectáculos o dirigieron películas para
exhibir tales lacras y proponer urgentes reflexiones a sus espectadores,
mientras las autoridades estudiaban o aplicaban políticas preventivas o
represivas para reconstruir un Estado que cuide a los ciudadanos.
El pez que fuma, Los ángeles terribles, Sagrado y obsceno, La revolución y La máxima felicidad son algunos
eventos memorables sobre sórdidos sucesos reales que fueron poetizados para que
asaltaran la escena o la pantalla, desde donde
la audiencia pudiera sopesar aquello, a sabiendas que conocieron o
vivieron en intensidades inenarrables, porque con un Estado debilitado casi todos
medran sin importar apocalípticas consecuencias.
Se abrieron más escenarios y
capacitaron nuevos artistas para continuar tales labores dignas de
intelectuales comprometidos, como es el caso de Elio Palencia (Maracay, 1963)
quien en 1988 entregó su ópera prima Detrás de la avenida, centrada en
cómo la curiosidad existencial de un joven universitario es copada por un
travesti, en medio del mercado de narcóticos y el batiburrillo policial y
judicial de Caracas. Fue estrenada en la sala Rajatabla por Daniel Uribe en la
temporada de 1990, una producción del Centro de Directores para el Nuevo
Teatro.
A
22 años de ese debut que apuntaló el éxito del dramaturgo, Detrás
de la avenida regresó al escenario, ahora del teatro Río Caribe. con
un valiente elenco juvenil que nunca
antes vio ese espectáculo, pero que sí conoce lo que así se aborda. Nos
referimos a Fernando Azpúrua, Ricardo Sánchez, Germán Manrique, Julio Viso
y Oriana Lozada / Kimberling Longueira,
dirigidos por Jonell Páez.
Detrás de la avenida es la cruel fábula contemporánea de Gualo, aspirante a escritor, quien se encuentra con
Peggy, travesti prostituto de la caraqueña avenida Libertador. Ambos son
devorados por una trágica saga de malentendidos, drogas, proxenetismo e
impericia policial. El epílogo es un preso inocente y dos muertos. Otra
tragedia urbana más, consecuencia de una sociedad despiadada que negocia
sentimientos y sexo, los cuales se ofrecen, aderezados con narcóticos, al mejor
postor o al mafioso del mabil.
Palencia estremeció a la Caracas de los
90 con el espanto de su metáfora, pero dos décadas después ya no asusta, porque
esos casos son frecuentes, aunque la cotidianidad continúa superando a la
ficción teatral.
Lo novedoso de este montaje, semi
cinematográfico, es el refrescamiento escénico que hace el director Páez, el
verismo actoral del travestido Ricardo Sánchez y las correctas performances de
sus compañeros, empeñados todos en explicar esa realidad perenne. Recomiendo
mayor cuidado con la iluminación y la intensidad de las voces. ¡Buena suerte!
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