Venezuela tiene escuelas caninas para las
mascotas, pero carece de una escuela que capacite a jóvenes directores de
teatro. Como la culpa no es de Unearte (2009)
esperamos que ahí se programen, más temprano que nunca, talleres
exhaustivos u organicen cátedras magistrales, incluso con especialistas
foráneos, sobre ese aspecto tan crucial para el desarrollo de las artes escénicas.
Mientras la hierba crece, los interesados en
creativas puestas en escena se lanzan en pos de propuestas para ubicarse en el
reducido mundillo de los verdaderos creadores escénicos. Con el acierto o el
error, apoyándose unos a otros y de vez en cuando aspirando luces de alguna
película culta e ilustrativa, son algunas de las escasas viandas con las cuales
se nutren para asomarse a los magros escenarios que les prestan.
Luis Alfredo Ramírez (Caracas,
20 de mayo de 1985) persiste en crear sesudos
montajes que atormenten las ánimas de los espectadores o para golpearlos
emocionalmente y se cuestionen así mismos hasta desafiar a la sociedad donde
moran. Aunque es egresado como actor de Unearte (2010) ya cuenta siete
direcciones en su haber, las cuales no han pasado jamás desapercibidas como la
que muestra ahora en la sala Rajatabla: Las
neurosis sexuales de nuestros padres, de Lukas Bärfuss (Thun,
Suiza, 30 de diciembre de 1971); valiosa, depurada y artística producción del
Teatro de la Baraja, donde participan: Jenifer Urriola, Citlally Godoy, Orlando Paredes, Rafael Gil, Adolfo
Nitolli, Karla Fermín y Daniella Corredor.
No es nada fácil la obra ni el espectáculo
con los cuales el director Ramírez convoca al público. Es una pieza muy bien construida (ecléctica carpintería
teatral germana) sobre la feminidad y las
relaciones familiares que agudizan las
crisis del personaje Dora. El autor se inspiró en la fémina que apuntaló las
legendarias investigaciones de Sigmund Freud sobre la histeria y recreó a una muchacha de 16 años
que es dopada con psicofármacos, hasta que sus padres piden al psiquiatra que
se los suspenda para vivir normalmente.
Pero la libertad para Dora explota al
enamorarse de un desconocido que la aborda en su trabajo y de ahí salta a las
simas de una sexualidad estimulada por el refinamiento erótico de ese novio. La
naturaleza hace lo suyo y Dora es obligada a un aborto, lo cual exacerba el
sentido libertario aprisionado en la
muchacha hasta ubicarla en un proceloso camino de trampas y desamores de su burguesa familia y el fugaz
novio hacen lo suyo.
Esta versión escénica, lograda por el fino el pulso estético
del director Ramírez, deja sin aliento
al público durante sus trepidantes 90
minutos de duración, porque el grotowskiano performance de Jenifer (con desnudo
total incluido) conmueve y reitera como las mujeres son el sexo fuerte, quienes
viven la parte más densa y compleja de la vida humana. El resto del elenco
cumple profesionalmente con su acompañamiento al aleccionador drama de Dora y
sus padres en la corrupta e insensible sociedad mundial.
¿Qué pasará con este joven y osado director?
Solo Dios sabrá, como dice la canción, pero si estamos seguros que no se quedará
esperando a ver crecer la hierba, y menos cuando ya tiene los derroteros de su
plan de vida profesional, donde la temática femenina es muy importante.
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