Disfruta de sus 28 años y su pasión artística que es el teatro. Es el
caraqueño Morris Merentes, quien inició tan compleja aprehensión en un taller
permanente para adolescentes y jóvenes, el cual dictan en el Laboratorio
Teatral Anna Julia Rojas, importante bastión cultural comandado por Carmen Jiménez. Vimos su más reciente
espectáculo, El banquete infinito,
del célebre autor cubano Alberto Pedro Torriente, en la sala Rajatabla, donde
actuaron Luis Carlos Boffill, Julio César Marcano,
Varinia Arráiz, Orlando Paredes, Tony Ochoa y Christian Ponte. Una cuidada
exhibición de Teatro K Producciones.
Como
en ese correcto espectáculo de teatro político,
Merentes demuestra conocimiento de la teatralidad y un especial manejo para la consecución de
las atmósferas de un ritual agridulce sobre las desgracias que ocasionan el uso
y abuso del Poder en América, optamos además dialogar con este director, porque
merece que se le conozcan y evalúen sus opiniones y/criterios como teatrero combatiente, tenaz joven que busca
realizar una tarea digna en su patria, lo cual es muy importante en todos los tiempos.
NADA DE PANFLETOS
Merentes
ve al teatro como medio de comunicación, útil para la denuncia, la educación y
la reflexión de una sociedad. Debutó como actor y tras de participar en 15 montajes
ha tenido hasta ahora “el placer” de dirigir seis espectáculos para Teatro K
Producciones, pero además montó dos obras en Camagüey, Cuba, con los grupos Oficio de Luz y La Edad
de Oro.
Ha escenificado
poco textos venezolanos durante los últimos cinco años, porque no quiere
repetir “el error” de otros directores
que montan obras como si estuviesen fabricando “chorizos”. Él prefiere la
calidad antes que la cantidad y por eso durante la temporada pasada llevó a
escena El largo camino del Edén, de
José Gabriel Núñez, la cual “me parece que es una de sus mejores piezas”.
Considera
que los nuevos dramaturgos tienen otros intereses que “quizás no son lo que yo quiero
decir o mostrar como artista, por lo que me paseo por la dramaturgia
latinoamericana hasta encontrar eso que quiero expresar”.
Respeta
la dramaturgia venezolana y admira especialmente a Elio Palencia y Karin
Valecillos, entre otros, “porque apuestan al buen teatro, pero aborrezco esos
panfletos que con cuatro groserías le arrancan risas de ignorancia al
espectador”.
TRILOGÍA
Además
de El banquete infinito ha montado otras
dos piezas de Torriente, Weekend en
Bahía y Manteca, porque las
nuevas generaciones venezolanas no conocen a ese dramaturgo y a pesar de que
muchas personas le dijeron que eran localistas, ha visto por la reacción del público
“como pueden sentir cercanas esas historias, muy cubanas, que revela desde los
años 80”.
Weekend
en Bahía (2008) retrata a través del reencuentro de un primer amor, las
diferencias culturales entre Cuba y Estados Unidos de América, mientras que Manteca (2010) muestra a tres hermanos de distintas tendencias políticas,
tras la caída de la Unión Soviética.
OTRA FARSA AMERICANA
El banquete infinito nos
recordó de inmediato al grotesco melodrama francés Ubú rey, memorable pieza de
Alfred Jarry, que desde 1896 desató una auténtica revolución en el teatro
occidental y además desnudó escénicamente los mecanismos del Poder,
especialmente de las monarquías, lo cual
sirvió como antesala teatral al derrumbe
del zarismo en Rusia y la insurgencia
definitiva del pueblo obrero como otro factor del Poder. Ahí se advierte al
público que la oposición al mandatario de turno es designada por el mismo
gobernante, cosa que se sabía pero que nadie quería mostrar. Torriente (La
Habana, 29 de septiembre, 1954/ 5 de junio de 2005) plasma a la camarilla
gobernante de un país americano donde cada 24 horas hay un Golpe de Estado: a
veces es un régimen derechista que es reemplazado después por uno izquierdista
y así se alternan sucesivamente, agravando la situación de su pueblo
esclavizado como Sísifo, mientras ellos viven entregados a las comilonas o las
fiestas sin final, cuidados por su guardias pretorianas, también de turno. En
síntesis, Torriente no dice nada nuevo que antes no haya mostrado
magistralmente Jarry, todo eso con una gran fiesta carnavalesca donde el sexo
es moneda de tres caras para comprar o endulzar los excesos de quienes se
erigen en reyes por un día con su noche. Hay, por un supuesto, una metáfora y
será el espectador quien la descubra para su placer infinito. Nos gusta la
audacia de Merentes al montar este texto y lo digestivo que lo hace con su espectáculo,
ayudado por un buen elenco y en particular por el cubanísimo Boffill, el gran eje del ritual escénico. Bienvenido
sea Morris Merentes y su agrupación, quienes llegan a tiempo para ese banquete infinito del
teatro vernáculo.
PROBLEMAS VENEZOLANOS
Merentes
no titubea al señalar los problemas que obstaculizan el tránsito y el ascenso
de las nuevas generaciones de teatreros venezolanos. Afirma que ciertas “vacas sagradas”, por estar posicionadas, no dejan que las
nuevas visiones y propuestas surjan. “No están interesadas en pasar el testigo,
en apoyarnos. No van a ver nuestras obras. Ven solo las de sus amigos o las que
están al lado de sus casas. Viven en una
burbuja de cristal. Son gerentes de teatros y no nos dan sala porque no tenemos
actores conocidos. Tienen que salir de esa burbuja de cristal para que conozcan
a los comediantes de la nueva generación, quienes son mejores que muchos de los
que ellos conocen”.
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