La
prehistoria del teatro comercial arranca a
finales de los años 60 en la terraza del Centro Comercial Chacaíto. Horacio
Peterson, Jorge Palacios, Guillermo González y Jorge Bulgaris fueron los
instigadores de un espacio privado o particular que resultó útil para la
cultura, ya que aupó, a lo largo del siglo XX, la creación en Caracas de un
movimiento de teatro financiado por las taquillas y capitales de los
productores, el cual le disputaba, y aún continúa en la brega, los espectadores
al teatro de arte, subvencionado por el Estado. A instancias del “modelo
chacaítesco” -así se le apodó despectivamente- surgieron salas como Las Palmas,
Los Cedros y Santa Sofía, para citar a las que sobrevivieron hasta los años 90.
De esa primera etapa solo queda en funciones el
Teatro Chacaíto.
El teatro comercial del siglo XXI
también vive de la taquilla y revela con la temporada 2012 que sí puede mostrar
espectáculos de calidad, sin usar rutilantes estrellas de la televisión ni caer
en banalidades. Y como prueba están las producciones de Hamlet y High,
para citar a dos de los 30 montajes variopintos que destacamos entre más de un
centenar de reseñados.
Hamlet realizó 42 funciones y contabilizó 3.100
espectadores en el teatro Trasnocho. No dio pérdidas. Fue un impactante
espectáculo atemporal, logrado por el director
Armando Álvarez (el mismo que montó
¡Ay Carmela!, La pareja dispareja
y La Ola, en otras temporadas) con desopilantes y poderosas imágenes y un
ritmo escénico que trasmutó sus 90 minutos en exhalación de asombro ante toda
la maldad humana presente en esa versión amable de Ugo Ulive sobre el sacrosanto
texto shakespereano.
Ulive, al llegar a sus primeros 80 años de útil
vida, perdió el miedo ante William Shakespeare y redujo el monumental Hamlet a solo ocho personajes suficientes
para echar el cuento, en un solo acto largo, de aquellos malditos cuernos que le desgracian la vida al
romántico joven príncipe y desencadenan una tragedia intima y gran catástrofe general
en un reino europeo, por supuesto, donde la invasión extranjera impone la paz. La
versión preserva los originales diálogos
memorables y el existencial monólogo del ser o no ser, y plasma toda la maldad
posible en un colectivo humano. Gracias, pues, a Basilio Álvarez (Hamlet), Fedora Freites (Gertrudis/Ofelia), Armando
Cabrera (Claudio), Sócrates Serrano (Laertes), Juan Carlos Ogando (Polonio/y el
sepulturero) y Vicente Peña (Horacio), los espectadores salieron bien
aleccionados y hasta deseosos de ver películas o montajes grandilocuentes sobre
tan lamentable tragedia.
Hay que destacar la dirección general de los actores,
donde destaca un preciso aporte del coreógrafo Jacques Broquet. “Fue un trabajo arduo y rico, yo siempre quise
hacer un Hamlet dinámico, nada bucólico, nada refexivo, y con la
adaptación de Ugo Ulive la exigencia va para el lado de las transiciones
rápidas, fuertes y al mismo tiempo mantener el cuento, contar la historia”, ha
reconocido el mismo Basilio, quien es el
gran protagonista. De las otras actuaciones impactaron las performances de Fedora en su
doble rol y “el lucimiento sufrido” de Sócrates, encarnando a Laertes, hermano
vengador de Ofelia utilizado por los regicidas. En resumen, el desempeño actoral
es el espectáculo como tal, porque las acciones físicas y las piruetas son
aditivos precisos. Todo logrado gracias al criterio y el tino del director, creador
de tan original puesta en escena.
Hamlet fue musicalizado de principio a fin, gracias al
talento de Luis Alberto Vila, Gabriel Figueira y Rubén Gutiérrez. Es la salsa
que ayuda a digerir la rocambolesca historia que Ulive hace contemporánea en
este sorprendente siglo XXI.
Y mención aparte para la agrupación Skena, puñado
de maestros y alumnos entregados al trabajo supremo de la producción artística,
de algo tan importante como Hamlet.
Este Hamlet a la venezolana podría volver
a escena si el grupo Skena convence a la gente de Unearte para exhibirlo en la
sala Anna Julia Rojas.Hay ya conversaciones adelantadas y unos cuantos puentes tendidos.
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