David Concepción es el superpersonaje de la obra de Paul Salazar Rivas |
El beisbol, pasión exacerbada con la
comercialización de los grupos que lo cultivan y su próspero negocio, que es fomentado
por los medios de comunicación, sin contar ese vaso comunicante con el
multimillonario imperio lúdico escenificado en Estados Unidos y otras naciones,
no son temática ni argumento frecuentes en el teatro mundial.
El teatro venezolano, en pos de temas originales y de captar más
espectadores, le puso el ojo al beisbol, no sólo por el público que atrapa con
las vicisitudes de tal juego o por las complejidades de sus jugadores, sino
porque nada humano se le puede escapar al ojo de una de las más antiguas
manifestaciones artísticas del país, aunque el beisbol llegó a Venezuela a
finales del siglo XIX, cuando unos “niños bien” jugaron unos innings en la capital y se quedó para toda su ya larga historia
centenaria.
En Caracas, el beisbol teatral fue abordado,
a lo largo del siglo XX, por Gustavo Ott quien escribió 80 dientes, 4
metros y 200 kilos; además tiene Fotomatón y Linda gatita. Francisco
Viloria pergeñó Los Samanes Beisbol Club, saga de un grupo de peloteros,
en San Bernardino, el cual después se transforma en el Magallanes. Milton Quero
tiene La vida es un strike out, donde una pareja de ancianos evoca los
juegos que vieron y a los que no acudieron. Néstor Caballero redactó y estrenó
el unipersonal Mister
Juramento/Homenaje a Julio Jaramillo, donde un travesti revela su pasión
por algunos peloteros, a quienes se llevó a la cama. Ibsen Martínez tiene La hora Texaco.
Le correspondió a Paul
Salazar Rivas, durante la temporada 2002 del Ateneo de Caracas, estrenar su
pieza Rivales eternos, cuyo subtítulo revela la razón de la pieza misma: La
historia de un magallanero que fue caraquista por un día.
Durante la temporada 2009, la periodista Mari
Montes debuta como autora con su unipersonal Tania en pelota, protagonizado por Tania Sarabia. Ahí, apoyada en
un discreto y nada práctico tinglado audiovisual, reflexiona sobre el béisbol,
al cual desprecia porque jamás lo ha entendido, lo considera absurdo y, muchas
veces, ridículo, tanto por sus peculiares reglas para ser jugado, como por la
conducta de sus jugadores, las formas de ‘ligar’, el lenguaje y hasta el
uniforme.
Y ahora, para cerrar la
temporada 2013, Paul Salazar Rivas se presenta en el Celarg con El inmortal, o La inmortalidad negada a un hombre
eterno, un homenaje a David Concepción, pelotero estrella.
No es El inmortal
biografía, ni tampoco una pieza exclusiva para los amantes del béisbol. Trata
sobre la injusta no
exaltación de Concepción al Salón de la Fama en Cooperstown, templo de los
inmortales del béisbol. La argumentación transcurre en Caracas, comienza
en 1974 y se desarrolla
hasta la época actual. Es un paseo
nostálgico, donde sus
personajes van envejeciendo con la historia, apuntalada con una selección de
videos importantes y una musicalización precisa,
los cuales revelan el maravilloso mundo del béisbol, pero
especialmente “el camino de la vida a la muerte, que es el camino a la
inmortalidad”, afirma Salazar
Rivas.
El inmortal es una estremecedora, valiosa e
ingeniosa comedia, la cual posee situaciones
dramáticas; cuenta además con actores talentosos, como Carlos Minoves, Osmary
Hidalgo, José Félix Armas, el multifacético Ricardo Urrea, los promisorios
morochos María Fernanda y Jesús Aristiguieta, y Jhonathan Urrea. La
musicalización, grabación y mezcla está a
cargo de Luis Ugueto, mientras que la producción es del Grupo Producciones
Pequeño Grupo, con la dramaturgia y dirección de Paúl Salazar Rivas, quien
realizó uno de sus sueños.
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