El legendario artista Román Chalbaud posa con
los actoresy el director de “Alias El Papi”.
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El buen teatro es como el buen vino. El tiempo mejora al producto y
también el paladar del público, más vivido y más sensibilizado. Lo decimos
porque durante la temporada 2013 vimos y disfrutamos del montaje Alias El papi, en la Sala Laboratorio Anna
Julia Rojas, y ahora lo hemos ponderado mucho más en su espacio perfecto: la
Rajatabla.
Ahí estaban Anita (Josmary
González) y El Papi (Kevin Jorges), bachilleres extraviados al intentar
materializar sus sueños de “ser gente bien”. Aún, ante mejores opciones, ellos
eligen las más atrevidas y peligrosas para alcanzarlos. Totalmente alienados,
se hunden en actos nefastos y nefandos. El efecto de sus acciones los conducirá
al arrepentimiento. Trágica historia romántica, a la venezolana, que prosigue
con la sobrevivencia de uno de ellos y además un bebe para perpetuar la vida.
No hay aplausos sino lagrimas desde el alma del público consciente.
Así se resume la saga de Anita y El Papi, criollos que desafiaron al
mundo donde les correspondió vivir y quienes -como sí lo consiguen patéticamente
los actores Kevin Jorges y Josmary González- no tuvieron muchas facilidades
para materializar sus sueños, según lo demuestra el estremecedor y lacrimógeno
espectáculo Alias El Papi,
excelentemente bien escrito y magistralmente dirigido por Luis Vicente
González.
El nacimiento de Alias El Papi, que además presenta en sociedad al grupo La Chamba Teatro,
surgió ante necesidades propias de jóvenes artistas. Cuenta Luis Vicente que una
de ellas tiene que ver con la casi ausencia de personajes escritos con
complejidad, profundos, pensados para actores jóvenes. “Por lo general hemos
tenido que interpretar personajes para los cuales no estamos en casting, y
aunque la maravilla del teatro permite que eso pueda ocurrir desde las
convenciones tácitas con los espectadores; siempre ha sido desventajoso para nosotros.
Por ello decidimos crear a Anita y El Papi a nuestra medida, no solo desde el
aspecto escrito sino también desde los aspectos teatrales propiamente dichos.
Es decir, desde todo lo que implica su construcción escénica. Otra de las
razones de esta creación ha sido elaborar un discurso escénico que actúe sobre
el espectador, en especial sobre los adolescentes: público significativamente
desasistido por el teatro que se hace al menos en Caracas, en este año 2016,
para precisar su tiempo y espacio”.
Luis, Kevin y Josmary buscaban contar una historia de amor juvenil y lo
consiguieron. Amor que se gesta en ámbitos de una relación con hambre. Y los
venezolanos sabemos que amor con hambre no dura. Pero sin embargo el amor de
Anita y El Papi persiste hasta el final. El hambre o la carencia económica matiza,
con sombras oscuras y trazos fuertes, las formas como ese amor se manifiesta.
Entonces para que el amor dure, ellos, casi sin saberlo, sin saber que es para
mantenerse juntos en el amor, deben cometer actos funestos porque es la forma
más fácil, no que conocen, sino que escogen, para satisfacer sus deseos de
adquisición. Deseos que finalmente no son suyos, son heredados, infundados,
sembrados por la alienante fuerza de consumo en la que viven ellos y los
espectadores. Prostitución, sicariato y venta de drogas alucinógenas son válidas
para su siniestra sobrevivencia. Amarga realidad.
Hay un lenguaje paralelo, que relata lo que ocurre y lo que les pasa: el
grafiti. Ellos, como en una exposición liceísta, van graficando sus andares.
También repite ese hábito propio de los muchachos de rayar paredes y por eso en
las paredes de los liceos hay más historias que en la obra misma. Historias que
se cuentan de frase en frase, entre signos encriptados, aunque casi siempre de
forma cruda y obscena. De la interacción actoral con dibujos y palabras
escritas en las paredes, aparece otra dimensión de la dramaturgia del
espectáculo. Arte plástica conceptual que invita al espectador a interactuar y
relacionarse de formas distintas con la obra. Allí se configura el verdadero y
definitivo discurso: aquel que el espectador construye para sí desde su
otredad. Así la obra se abre a múltiples lecturas, dependiendo de las
asociaciones que el público realice entre la acción escénica y la imagen
gráfica.
Siempre la realidad es superior a la ficción
escénica, pero en Alias El Papi esos
actores rompen convencionalismos y sufren y lloran sus personajes, ¡Bravo
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