José Tomás Angola Heredia, actor, autor, director y maestro,ademas venezolano. |
José Tomás Angola Heredia tiene sendos retos
profesionales por delante: estrenar otra de sus obras teatrales y asumir la
cátedra de dirección en el diplomado que organiza Escénica. Además tiene
criterios propios y no escatima palabras reflexivas para hacerlos conocer, por
aquello de que el teatro es el único lugar donde el hombre puede pensar en
libertad, como decía Arthur Miller.
¿Desde cuando en estos
avatares del teatro?, le preguntamos.
Debuté profesionalmente en 1991, de la mano de Gerardo Blanco y
el grupo Bagazos, con la pieza Cupo limitado
del mexicano Tomás Urtusástegui. Eso fue en el desaparecido Teatro Cadafe. Pero
la primera obra que estrené como dramaturgo y director fue en 1992, en la Sala
Alberto de Paz y Mateos, también con Bagazos. Se llamaba Los seres sobre las camas. Es decir, 26 años trepado en un
escenario como actor y 25 como dramaturgo y director, intentando crear.
¿Satisfecho de lo
logrado?
Los artistas no solemos estar satisfechos con nuestra propia
obra. Me siento contento con el trabajo que he hecho, pero no satisfecho. Esa
insatisfacción, esas ganas de decir más, de subir un peldaño más en la ruta
hacia la excelencia, las ansias por explorar nuevos territorios, herramientas,
lenguajes, ese deseo por hacer reflexionar y sentir al espectador es lo que
espero me mantenga al menos otros 26 años sobre las tablas.
¿Qué hace en estos
momentos?
Con mi grupo, La Máquina Teatro, nos encontramos ensayando mi
más reciente pieza, Ningún hombre es una
isla, que estrenamos en enero de 2018 en la Asociación Cultural Humboldt.
Es una pieza que toma la figura de Ernest Hemingway en sus últimos años, en su
finca en Cuba, para adentrarnos en un tema que ha sido constante en mi
escritura: el valor ante la vida y el valor ante la muerte. También subyacen
otros argumentos: la ficción literaria como remedo de Dios y la creación, y el
derecho que tenemos a ser felices. Me acompañan en este aventura mi hermano en
el arte José Manuel Vieira y Andrea Miartus. Produce el querido amigo Carlos
Silva. Protagonizo y dirijo. Con piezas tan personales, me gusta tener el
control creativo total para presentar un discurso que entre en la definición de
teatro de autor. Es un proyecto que se vale en gran medida del video mapping y la escenografía virtual.
Tengo varios años explorando el camino de las nuevas tecnologías aplicadas al
teatro. Y somos pocos los que hacemos eso en Venezuela.
¿El dramaturgo nace o
se hace?
Ambos caminos se complementan y son requeridos para desarrollar
una carrera como dramaturgo. Se viene a este mundo con un equipaje, el talento,
que mueve la pluma y la fantasía. Pero dejado todo a la intuición, el trabajo
se estanca o queda trunco. Con el estudio y la preparación se adquieren las
técnicas para explotar ese talento hasta sus últimas consecuencias.
¿El director nace o se
hace?
Quizá aquí la pregunta es más difícil de responder. Los talentos
originales asociados al director o al puestista son más difusos. Se requiere de
sensibilidad, de capacidad reflexiva y sentido de la comunicación. Un director
debe ser un gran lector, no un escritor. Su oficio está más cercano al del
jardinero, que no crea las flores pero de él depende que surjan y crezcan.
Luego en el estudio se aprenden las claves para traducir la palabra en imagen,
para inspirar las atmósferas, para acertar los ritmos y engranar los
sentimientos. Para ensamblar la sinfonía, aunque a diferencia del director de
orquesta, en el teatro el director debe desaparecer humildemente una vez que se
alza el telón y comienza la vida en el escenario
¿Cómo se dispones a
dar su cátedra de dirección en Escénica?
Me entusiasma mucho este proyecto. A la cabeza está un hombre
que respeto y admiro, Gerardo Blanco. Y como hombre de teatro y educador ha
construido un diplomado que viene a llenar una carencia enorme que tenía
nuestra medio. En Venezuela se estudia teatro o en carreras convencionales, muy
teóricas, ceñidas a doctrinas pedagógicas antiguas y con referencias y criterios
superados, o en cursos exprés muy introductorios y con poca hondura. No existía
un punto intermedio, el diplomado, en donde se amalgamaran conocimientos
teóricos con prácticas efectivas, extraídas de la experiencia constante sobre
el escenario y no de la simple imposición del taller-montaje. Los programas han
sido desarrollados por creadores con mucha experiencia real en la solución
artística de problemas estéticos, dramáticos y psicológicos en los procesos
teatrales que han abordado. Es entonces diferente el enfoque pues supe un
ejercicio documental de enorme significación para quien asume el teatro como
oficio. Yo dictaré la cátedra de dirección que ha confeccionado Costa
Palamides, un artista con muchos logros en su carrera.
¿Cómo se preparó para
esa docencia?
Para prepararme he recurrido a un acto revisionista de mi vida.
Entender cómo ha sido mi propio proceso de aprendizaje y cuales son mis
certezas y mis dudas para exponerlas con total honestidad. Provengo de una
formación en la dirección con maestros como Gerardo Blanco, Marcos Reyes
Andrade o Carlos Angola que se formó como director en España con Pilar Miró.
Así que mi escuela tiende a la dirección de actores como germen de todo proceso
escénico de puesta.
¿Está esperanzado en
el avance del teatro venezolano?
El teatro en Venezuela está sometido a una profunda crisis a lo
interno y a lo estructural. Es decir una crisis sistémica. Después de venir de
una etapa en donde el Estado fue la plataforma financiera que permitía la
creación y la experimentación, el proceso se revierte y ahora el Estado es el
principal obstáculo para el desarrollo artístico libre. No solo es un asunto de
subsidios y promoción, que ya no los dan o son usados para penalizar y
castigar, hablamos de salas que se programan por criterios políticos, de cierre
de grandes iniciativas como los festivales internacionales de teatro o espacios
que eran sedes de agrupaciones y ahora están inoperantes, del uso del arte
teatral como un simple mecanismo de propaganda y manipulación ideológica. Ante
esa realidad el verdadero artista está enfrentado a una dualidad con la que es
muy difícil lidiar: trabajar para comer y trabajar para crear. Muchos quisieran
hacer Hamlet o Fuenteovejuna, pero
deben montar comedias ligeras e intrascendentes en aras de convocar al mayor
público posible pues la taquilla es el sustento.
Toda crisis es una oportunidad. La destrucción del teatro
emprendida desde el gobierno debería ser un punto de inflexión para
decidir nosotros el "parricidio" artístico. Desprendernos del
"papá" Estado y proponer un camino propio, honesto y gestado por y
para nosotros y nuestras audiencias. Lejos del chantaje gubernamental y la
claudicación moral. Obviamente eso pasa por redefinirse en los alcances de las
producciones y las posibilidades reales de la producción ejecutiva. Sustituir
con creatividad lo que antes permitía el dinero. Me imagino que es un reto
parecido al que se enfrentaron los creadores alemanes cuando ascendió el
nazismo al poder. Y de allí emergieron Bertold Brecht o Peter Weiss. Pero esa
reinvención solo ocurrirá cuando dejemos atrás egos y envidias, esa noción
primitiva de la tribu que nos aísla en grupúsculos que se miran el ombligo en
vez de integrar esfuerzos y vernos solidariamente como gremio. Lastimosamente
la grotesca lucha por el poder que se observa en la política, se replica en el
teatro con ganancias y cuotas bastante risibles, como a quien le dan más
temporadas en una determinada sala o lograr más espacio en los pocos medios de
comunicación que quedan.
Sin embargo tengo fe en el teatro venezolano porque tengo fe en
sus creadores. Los veo día a día sobre las tablas, batallando contra el demonio
de mil cabezas que habita fuera de la puerta de la sala. Ellos siguen ahí, a
pesar de los muchos que se han ido, ellos siguen ahí y cada noche hacen subir
el telón para luego salir victoriosos con el enorme premio, único premio cierto
en este oficio: el aplauso del público.
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