Memorable actor y todo un señor venezolano. |
Se marchó. Culminó
su jornada y aquí lo queremos recordar con la última nota que escribimos sobre
uno de sus trabajos teatrales. Es nuestro homenaje para un señor actor.
Aquel 16 de
febrero de 2013 publicamos:
José Ignacio
Cabrujas afirmaba que Cayito Aponte era uno de los mejores actores del mercado
teatral durante la década de los 80 y hasta soñó invitarlo a participar en uno
de sus proyectos. Eso nunca se consumó en la escena…ni el espacio ni los
tiempos venezolanos lo permitieron jamás.
Y recordamos esa
anécdota, relatada sensiblemente por la productora y autora Iraida Tapias,
porque hemos visto y disfrutado con la gran performance que Cayito Aponte
desarrolla en el unipersonal Los taxistas también tienen su
corazoncito, excelentemente escrito y bien puesto en escena por Néstor
Caballero (1951) y Vladimir Vera (1978), respectivamente, en la sala
experimental del BOD, donde hace temporada.
A Los
taxistas también tienen su corazoncito lo vimos por vez primera, hacia
1989, en la sala Horacio Peterson, con el actor Omar Gonzalo, bajo la égida de
Rubén Rega. Pero Caballero, quien nunca queda satisfecho con lo que le revelan
sus piezas desde la escena, siempre revisa y reescribe sus textos en pos de una
perfección mayor, tal como lo hacía su amigo Rodolfo Santana, pero sin caer en
el “obricidio”. Volvió a sumergirse en los meandros de Los taxistas
también… y de ahí sacó otra obra, la cual tampoco será la definitiva,
y se la entregó a la productora Jorgita Rodríguez para que la hiciera
espectáculo.
Jorgita
Rodríguez, pequeña de estatura, pero ambiciosa en sus proyectos, almorzó con el
publicista y crítico Douglas Palumbo y el postre fue la invitación para que
Cayito Aponte se involucrara en el montaje; este, por supuesto, a sus 78 años
no tiene miedo- nunca lo tuvo- al trabajo artístico y más si lo que le proponen
le gusta o lo ha vivido. ”Le eché pichón, tras devorarme sus páginas”, dijo
después en charla con la prensa.
Es así que Los
taxistas también tienen su corazoncito, en versión 2013, inició otra vez su
periplo teatral, para enseñar lo que siempre fue: una hermosa y desgarrada
historia de amor con final trágico; la parábola existencial del modesto taxista
Rubén Sarmiento y la revolucionaria comunista Milagros Daza, otra saga digna de
ser llevada al cine, ese que indaga en el pasado para rescatar las claves de
nuestra historia democrática.
Rubén Sarmiento
entra a escena con una maleta y busca, en un semi abandonado
taller mecánico, los restos de su taxi ”Pepón”, y ahí, en un santiamén, tras
crear la básica ambientación, se desgrana su historia, apuntalada con la música
venezolana de siempre, que va desde el 17 de octubre de 1945, en El Nuevo
Circo, vísperas del derrocamiento del general presidente Medina Angarita, hasta
la muerte de su esposa Milagros Daza, en los aciagos meses de 1962, tras evocar
a Betancourt, Gallegos, Pérez Jiménez y el legendario Pedro Estrada, a quien le
hizo una carrera al Palacio de Miraflores.
Caballero toma
la historia venezolana y la ficciona para que su prédica ideológica y la
metáfora estremezcan al público, las cuales en esta ocasión anudan las
entretelas de los espectadores por la rigurosa composición del Rubén logrado
por Cayito, utilizando la panoplia de un comediante que usa cuerpo, voz y su cansancio
para crear tan hermoso espectáculo.
Cayito, veterano
de muchas lides teatrales y operáticas, utiliza todos los recursos aprendidos y
crea, esa es la verdad, a un ser de carne y hueso, enamorado de su país y
enloquecido por los amores de la comunista Milagros, a quien conoció porque la
llevó a las veredas de Coche en una Navidad que jamás olvidará.
Deberían los
profesores de actuación de Unearte, o de alguna de las escuelas de teatro que
hacen vida en Caracas, solicitar de la productora Jorgita Rodríguez una clase
de actuación con Cayito, porque así, en caliente, podrían aprehender de las
técnicas y de los trucos que Cayito Aponte usa, además del mágico uso que hace
de su aparato foniátrico. Él, por supuesto, estará feliz de ser tomado en
cuenta por “los nuevos pichones” que tiene el arte escénico criollo.
El autor Néstor
Caballero, por supuesto, sigue revisando los textos escritos, casi una
veintena, y adelantando otros, además de una novela.
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