El teatro venezolano se reinventa fuera de las salas para hacer
vida en las comunidades y es por eso que varios colectivos enteros de nuevos y
veteranos artistas han tenido nuevas experiencias gracias la espontaneidad de
las calles y las plazas públicas, al mismo tiempo que descubren un semillero de
talentos que demuestra que el teatro no es oficio sólo para profesionales. Nace
siempre de las entrañas del pueblo ansioso de ser oído y visto por sus
comunidades.
En Caracas, como lo ha dicho el artista Alberto Ravara, el
fenómeno del teatro comunitario se volvió más frecuente desde 2002, en pleno
escenario del golpe de Estado contra el presidente Hugo Chávez, “un momento
delicado para el país por el que un gran grupo de artistas decidimos hacer del
teatro un mensaje para la paz. Fuimos a las comunidades para hacer funciones y
aunque en algunas zonas no nos querían recibir, pronto la gente comenzó a
pedirnos más y más obras. En ese momento entendimos que la gente necesitaba del
teatro”, declara el artista de nacionalidad argentina, quien tiene no menos de
40 años viviendo en este país. Nace así, sin pretender hacer “historicismo
estético”, el teatro comunitario de Caracas, más de este siglo XXI por
supuesto.
“Esas comunidades
teatreras se definen por su alegría, por lo expresivas que son, tan ricas en
matices y con unas ganas muy grandes de participar. Hemos descubierto que hay
mucho potencial en las calles y nosotros como artistas debemos apoyar a la
gente, estimularla, brindar las herramientas para que los nuevos grupos
aprendan de técnicas teatrales, sin ejercer sobre ellas una enseñanza
dominante. Las comunidades deben usar el teatro para retratarse a sí mismas”,
apunta Ravara.
El teatro, pues, viene a ser
el instrumento ideal para unir a la gente, para luchar contra la
inseguridad, contra el pesimismo, contra cualquier problema que nos quiera
afectar, podríamos sinterizar lo que predica y muestran Ravara y otros
teatreros como él, creyentes en los poderes mágicos del pueblo., quienes “cuentan
historias locales tal como lo hacen las comunidades, con un potencial
metodológico, estético y de experimentación que puede competir perfectamente
con cualquier grupo profesional”,
Este año, el teatro comunitario se hizo nuevamente espectáculo público con el montaje de
la obra Las esquinas de Caracas, una
pieza de creación colectiva dirigida por José Luis León, la cual se presentó
para festejar además los 451 años de la fundación de Caracas (25 de julio)
por un selecto grupo de habitantes de las parroquias de Santa
Teresa, Catedral, Candelaria, Altagracia, San Agustín y San Juan, con sendas presentaciones del taller
comunitario “Las esquinas de Caracas”, los días 28 y 28 de julio y está programado
de nuevo durante los días 3 y 4 de agosto, a las 4 de
la tarde, en la instalaciones del Teatro Nacional, donde participan no
menos de 40 personas.
Esta muestra selecta de
teatro comunitario, que fue muy aplaudida por numerosos espectadores, se logró gracias
a la iniciativa de la agrupación Actividades Alternativas, en coproducción con
la Compañía Nacional de Teatro, y además este año fue posible gracias al
trabajo en conjunto con la Red de Teatro y Circo, la Escuela Nacional de Artes Escénicas
César Rengifo, la Escuela de Arte Escénico Juana Sujo y la organización teatral
Igual a Uno.
El director León
afirmó que “con este montaje llegamos a crear un espacio para el encuentro,
donde se investigaron y exploraron las historias, costumbres y tradiciones de
las esquinas de Caracas, donde que lo más admirable de este proyecto es la
retroalimentación gracias a la convivencia que se ha creado entre los artista y
las comunidades. El resultado de esta actividad teatral es una familia, con
todos sus elementos y matices. Las comunidades nos cuentan sus historias y los
artistas les brindamos las herramientas para escenificarlas”.
Subrayo León que hacia finales del siglo XVIII, las calles y
esquinas de Caracas no poseían nombres, sólo se conocían aquellas que tenían como
referencia una iglesia cercana, alguna casa de personas importantes, o que
hacían alusión a anécdotas en el cruce de sus calles. Y de ahí nace una singular
topografía urbana, que ha sido reseñada por varios escritores, especialmente
por Carmen Clemente Travieso, en su libro Las
esquinas de Caracas, editado hacia 1956.
SOLO CINCO POR AHORA
Para este
espectáculo se eligieron las esquinas de Ánimas, Cristo al revés, la Torre, el Muerto
y Miguelacho. Gracias a este montaje, los interpretes revelaron como cuando la oscuridad caía sobre un sitio siniestro y
además infundía terror al vecindario, se podía escuchar un coro de voces
fúnebres, hasta que unos curiosos salieron a ver de qué se trataba y se
llevaron tremenda sorpresa: eran unas sombras con túnicas blancas que llevaban
hachas encendidas y que solían identificarse como “Ánimas del Purgatorio”.
Y se llamó desde entonces la esquina de Ánimas
Sobre la esquina
de Cristo al revés se comenta que en ese sector vivía un zapatero quien
cosía tan artísticamente las zapatillas de tacón Luis XV como las botas de los
soldados. Luego que un colega se instaló a pocas casas, el primer zapatero
colocó de cabeza a un Cristo para presionarlo a que le alejara al competidor,
cuenta la leyenda.
La catedral de
Caracas (1666) no tuvo una torre para sus campanas sino unos cien años después
de su erección, porque las campanas colgaban de unos horcones de madera que
servían de campanil. El reloj de la torre fue puesto en su sitio, durante la
administración del presidente Juan Pablo Rojas Paúl. Seis relojes le
precedieron en la Catedral; mientras más antiguos más modestos e imperfectos.
Desde entonces se le conoce como la esquina de Torre.
Con respecto a
la esquina El muerto, cuenta también la periodista Travieso
que durante la sórdida Guerra Federal llegaron a la esquina
que hoy se conoce como El Muerto, para recoger los cuerpos de algunos combatientes
y al ser llevado en camilla uno se sentó
de repente y dijo: “No me lleven a enterrar, porque estoy vivo”. El protagonista de la historia, evidentemente, no había muerto.
Había caído desmayado producto de la herida y luego recobró el
conocimiento. Así, la historia de esta esquina
que no es la de cualquier muerto que salía de noche a asustar, sino la de un
vivo que todos creían muerto, o la de un muerto que revivió. Excelente reseña
además de la Travieso.
Y la esquina de Miguelacho se llama así porque ahí funcionaba na pulpería
de un tal Ño Miguelacho, todo un personaje defensor de los niños y los desamparados,
quienes lo salvaron de la cárcel porque la comunidad protestó ante las autoridades
de turno.
Los actores relataron, pues, cada una de las historias de esas esquinas y
alternaban sus apariciones con danzones, merengues y boleros, más del siglo XX,
como Caracas vieja Rayito de luna, Epa Isidoro, El yerbatero y El madrigal, para
animar así aquella fiesta que tenía un ritmo aceptable, bien iluminado y con
vestuarios de época. Unos gratos 60 minutos de un cuento dignamente echado.
En síntesis, Las esquinas de Caracas merecen seguirse exhibiendo,
con más esquinas. Hay que recordar, como dicen los reseñadores del libro de
Travieso, que los curiosos nombres de las esquinas del centro de Caracas no fue obra de las autoridades municipales sino del mismo pueblo, quien necesitaba
de una orientación en una ciudad donde
casi toda las casas se parecían.
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