Ya han transcurrido no menos de 48
años de la compleja historia teatral venezolana y lo manifestamos porque hemos visto: entre aquel 27 de febrero de 1971,el espectáculo músico teatral Tu país está feliz, dirección de Carlos Giménez y su original guión basado en el poemario homónimo de Antonio Miranda, con
la música fabricada por Xulio Formoso, y,
durante el pasado 16 de marzo de 2019, el melodrama La gata sobre el
tejado de zinc caliente, con dirección y versión de Javier Moreno sobre el texto original de
Tennessee Williams y producido por Williams López, para la agrupación
Rajatabla que él ahora comanda. Dos
formas o maneras de vivir en este balcanizado continente.
Ahí, y hay que subrayarlo para la historiografía
teatral que ha de venir, porque Venezuela prosigue a pesar de los tropezones,
que esos dos montajes se han mostrado, en distintas épocas, en la misma parcela
(al norte del Teatro Teresa Carreño y la plaza Morelos) donde estaban la quinta
Ramia y el soberbio teatro que diseñó
Carlos Raúl Villanueva para la primera sede del Ateneo de Caracas, y el galpón
que construyó el MOP mientras se erigía la soberbia edificación que terminó
siendo la sede de la actual Universidad Experimental de las Artes.
TU PAÍS ESTA FELIZ
Tu país está feliz, que era una crítica
futurista para la sociedad venezolana de las décadas posteriores, renovó el
gusto del público durante las tres últimas décadas del siglo XX y ayudó
principalmente para crear y acrecentar a la agrupación Rajatabla, la cual
verdaderamente revolucionó a las artes escénicas criollas, además de ser el
motor de los diez primeros Festivales Internacionales de Teatro, aupados por el
Estado venezolano y esa extraordinaria mujer que era Maria Teresa Castillo.
Con los mutis de Giménez (1993) y
Francisco Alfaro (2011), la locomotora teatral de Rajatabla disminuyó velocidad
y ahora esta reducida a cinco personas que sobreviven en la sede y no han
dejado de entregar discretas producciones, esperando quizás que el mítico Godot
llegue al valle de Caracas, para decirlo metafóricamente.
La desaparición de Giménez, un
artista que dedicó los 46 mejores años de su vida a inventar y reinventar la
escena venezolana; un hombre, como lo ha escrito Aníbal Grunn, quien al despertar
cada mañana ya estaba generando ideas y proyectos, en los cuales involucraba a
todos aquellos que eran capaces de montarse en el loco carrusel que lo hacía
girar por el mundo. “Tuvo muchos enemigos durante su vida y aún ahora después
de muerto. Pero los principales enemigos son aquellos que no siguen haciendo
teatro, los que detienen el proceso creador, los que no luchan, los que sienten
que no hay nada que hacer. Los que han desertado y se sienten abatidos por la crisis,
por la falta de subsidios. Los más grandes enemigos de Carlos Giménez son aquellos
que antes y ahora siguen creyendo que es necesario estar con el gobierno de
turno y raspar un poquito de la olla para ver que me toca”.
TENNESSEE WILLIAMS
Pero como la historia de Rajatabla sigue viva es que en la sala de la
institución se ha presentado la plausible producción de La gata sobre el
tejado de zinc caliente (1955) del legendario Tennessee
Williams, (Columbus, 26 de marzo de 1911/Nueva York, 16 de octubre de 1983), un atormentado autor estadounidense que
reinterpreta la
mitología familiar de su país a través de la envidia y el resentimiento. Un
pieza amarga o dura donde el profundo
sufrimiento de los integrantes de una prospera familia convive entre la
aceptación y el rechazo de las normas establecidas por la sociedad, donde lo
íntimo del odio está permitido y desde lo público las políticas conservadoras y
tradicionales regulan el conjunto social de los nativos y los inmigrantes
empeñados en alcanzar y mantener el American
Way of Life, una filosofía práctica, como se difunde por Internet, basada en “un estilo de vida despojado, de
libertad sin restricciones, de consumo exacerbado, en la dominación económica
de los pueblos desfavorecidos”. Un sistema social enemigo de todo lo que irrespeta
o violenta las normas religiosas, un sistema anclado en el pasado, pero donde,
sus nueva generaciones están luchando para voltearlo todo, desde 1969 con la
rebelión o revolución de StoneWall.
Una familia
donde tres mujeres luchan por tener sus capitales y para eso procrean o buscan parir,
aunque al final de sus vidas tendrán que reconocer que no todo puede ser comprado
con oro o dólares y que la naturaleza humana es como un barril sin fondo de sensaciones y
sentimientos que al pasar al ámbito familiar liberan ambiciones ocultas, odios
familiares, sexualidades reprimidas y posturas conservadoras que orbitan entre
la nostalgia y la muerte. No deja de ser paradójico que todos esos elementos
son convocados para celebrar el cumpleaños de uno de los personajes
protagónicos de la obra, como lo puntualizan las notas de prensa de Rajatabla.
La anécdota teatral permite conocer, veladamente, la homosexualidad
del hijo menor de la adinerada familia y la obligación que tiene de engendrar
un hijo para no perder la herencia y mantener la tradición familiar. La sociedad norteamericana
comenzó un cambio profundo desde 1969 y ahí están, algunas veces con
contratiempos y tribunales inquisitoriales. El autor también luchó para que no
lo anularan por su conducta sexual no tradicional.
Dirigida puntualmente nuevamente por Javier Moreno, este texto
desgarrador de Tennessee Williams reinterpreta la mitología familiar a través
del resentimiento. En este sentido, el profundo sufrimiento de los integrantes
convive entre la aceptación y el rechazo de las normas establecidas por la
sociedad: donde desde lo íntimo impera el odio permitido y desde lo público se
manifiestan las políticas conservadoras y tradicionales que regulan el conjunto
familiar y el de toda esa sociedad, como es la gringa, pero que es copiada o
calcada en el resto del continente americano por la nefasta presencia de la tan
cacareada transculturización.
Un grato aplauso se merece el profesional elenco ahí presente
para esos 90 minutos de teatro educativo correcto: Luis Carlos Boffill (además
de ser un correcto cantante), Mayte Parias, Gabriel Duno, Verónica Arellano,
Frank Obando, Marisol Matheus y Omar Lugo.
Carlos Giménez nunca montó este texto de T.W pero seguramente
habría probado con una puesta en escena más controversial, pero Javier Moreno salió
preciso para apuntalar la producción de lo que aún queda de Rajatabla, una
empresa cultural que se fundó para impedir que las mentiras pudiesen ser
tomadas o consideradas como verdades.
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