Pablo García Gámez,el feliz dramaturgo venezolano que reside en Nueva York. |
Francis Rueda, Gerardo Luongo, Adriana
Bustamante, Livia Méndez, Jorge Canelón, Gustavo Rengel, Ariana León, Trino
Rojas, Rubén Joya, Michael Pérez, Yurahy Castro, Dora Castro, Dora Farías, Kleiber Rodríguez y
Yordano Marquina fueron los comediantes a quienes vimos el pasado domingo1 de diciembre en el sala 1 del Celarg,
cerrando, por ahora, la temporada de Oscuro,
de noche, el premiado texto de Pablo García Gámez, el cual fue versionado y escenificado por Carlos
Arroyo para una producción general de la
Compañía Nacional de Teatro, estrenada en septiembre de 2018.
Y abrimos este reseña con el elenco que ahí
trabajó en reconocimiento al trabajo general de los comediantes ahí
comprometidos, a quienes en ocasiones se les ignora en las reseñas
periodísticas, siendo vitales para el
espectáculo en sí, más allá de las respectivas evaluaciones. Creemos que es
justicia, especialmente por esa nueva generación que ya asumen los riesgos de
encarnar a seres teatrales.
AUTOR
COMPROMETIDO
¿Cómo nació
esta pieza? ¿Es cierto que se basó en un hecho de la vida real? ¿Cuál fue y
cómo hizo la investigación?, le preguntamos al dramaturgo, quien reside desde
hace 25 años en Nueva York, y quien vino a Caracas para el estreno y varias
funciones posteriores.
-Oscuro, de
noche nace de un hecho real. Una tarde de domingo, llamé a mi
madre, aquí en Guarenas. Ella estaba afectada porque un familiar había
sido víctima de un acto violento de noche y en la calle. Me dio
detalles. La situación de esa familia era compleja por las connotaciones
que tiene un hecho de ese tipo: las funerarias se negaban a velarlo en sus
predios, la abuela estaba enferma del corazón, el padre no se movía de la
morgue, en los medios apareció que el muchacho era un delincuente y todo esto
aunado al papeleo que tenían que completar. Esto se convirtió en imágenes
recurrentes, imágenes que me perseguían. Tal vez al año, quizás dos,
llegó el momento de conjurarlas: me puse a escribir. La investigación sobre los
hechos, más que investigación fue la voz de mi madre, Graciela Margarita,
extraordinaria narradora oral que nunca se reconoció como tal, pero cuando
contaba una historia lo hacía con propiedad y convicción. Nunca hablé
directamente con los padres o hermanos del joven Kenny Javier Barrios, el joven
protagonista; a pesar de los años tuve y tengo temor porque ese tipo de dolor
no se cura; sin embargo, cuando terminé la pieza, ellos la leyeron, no les
pregunté qué les parecía y ellos tampoco me dijeron. Después me enteré, de cosas
que decían los personajes, que llegaron a decir los padres; por ejemplo, supe
que la madre una vez gritó: “¡Dios, no existes!” como dice Cristóbal, el
personaje en el texto; claro, son situaciones límite. Los padres irán a
la obra: espero que tenga un efecto positivo para ellos. También pude
cotejar la parte de los medios y encontré la información. En el respetable
periódico caraqueño EL UNIVERSAL hay información real y
concreta sobre ese suceso. El teatro poetiza nuevamente a la más cruda
realidad.
¿Cómo
diseñó la obra y cómo abordó su escritura?
Esta obra arranca
como imagen recurrente. La imagen está ahí, la ves, piensas en ella,
imaginas qué dice el personaje. Pasa el tiempo y en tu mente escuchas las
respuestas de otros personajes, aparecen otras situaciones. Su escritura
apunta a la médula de la esfera privada de esa familia que ha sido
desequilibrada, herida. El detonante es el hecho que le ocurre a Kenny y
lo que me importaba era ver qué pasaba en el mundo de Zenobia y Cristóbal, y
Lucia; sus padres y la novia. Encontré que necesitaba un narrador, un juglar
contemporáneo para guiar la historia, y me inventé al payaso.
¿Su técnica
dramatúrgica no es convencional y deja al director el trabajo de interpretar la
idea general y además de crear las didascalias?
Agradezco que
llames a mi técnica no convencional. Creo que lo dices por dos
aspectos. El primero es el manejo del tiempo; pienso que esta pieza puede
ser una especie de evocación, de recuerdo, y no recordamos de forma lineal: con
frecuencia recuerdas una imagen y luego te viene otra del mismo hecho pero
anterior cronológicamente y otra que es posterior, una que no vendrá porque la
olvidaste, y así. Interviene en ese proceso la necesidad de no hacer una
línea recta en la narración para atrapar la atención e incorporar al espectador
al mundo de la pieza. El segundo aspecto, que se refiere a la ausencia de
didascalias no es tan novedosa: los textos del Siglo de Oro, por ejemplo, no
tienen mayores acotaciones. Si disfruto leer acotaciones como las de
Valle Inclán que son poesía. El punto es que hay una dramaturgia del
cuerpo; el entrenamiento y la experiencia del actor van formando una
dramaturgia de movimientos, gestos, tensiones. El actor tiene un
repertorio orgánico que el escritor -salvo casos excepcionales- carece.
Quiero que mis textos aprovechen esas experiencias que tienen los intérpretes
de la obra: es otra posibilidad -y en extremo comunal- de una puesta en escena
con una técnica alternativa: el texto con sus posibilidades más las
posibilidades de un elenco, que éste ponga a disposición su experiencia en las
tablas para así tener una real co-autoría. Eso no quiere decir que
sugiera alguna imagen como la del sepelio de Kenny. Está la labor del director
que suma todas esas experiencias y agrega su visión del trabajo. En este
caso, que Carlos Arroyo haya llegado a la imagen de que la pieza se desarrolla
en un circo, que haya percusión que hasta puede sugerir un estado de trance,
son consecuencias de ese diálogo texto-director-actores; pude ver un ensayo que
se convirtió en una experiencia sensorial de sonido, movimiento, de voces que
en realidad decían algo: un trabajo orgánico y de equipo. Además, está lo
que llamo el punto de fuga: una situación ambigua a resolver por el espectador:
en este caso son las versiones tan disimiles que dan los testigos que
presencian el hecho.
¿Cuál sería
tu propuesta final: contar una aciaga historia o proponer al
espectador una reflexión sobre los orígenes o causas de la tragedia y la
expiación de los vivos que sufren por esa muerte?
En Oscuro,
de noche tengo dos propuestas: que el espectador acuda a una obra de
teatro para entretenerse. La propuesta subyacente es que en ese acto colectivo
emerja la reflexión. La pieza habla del miedo que nos ha hecho construir
muros invisibles lo que, si es verdad que estamos con otros millones de almas,
procuramos encerrarnos. Por eso hay varios monólogos: el de los testigos
que presencian, pero no denuncian porque a veces nos sentimos solos,
desvalidos. Una mirada, un gesto, el ruido de una moto, la caída de la tarde,
un frenazo, un modo particular de caminar, la noche nos pone sobre aviso.
La idea es mostrar cómo ese muro nos ha hecho construir estereotipos: un
motorizado es un malandro. La idea es compartir ese miedo y, si no se disuelve
del todo, por lo menos que permita articular nuestros temores que si se
comparten permitirán asumir la ciudadanía, en el ejercicio ciudadano que
permita al colectivo conjurar ese miedo a partir de la práctica.
¿Tiene un método
especial para escribir o cada obra le exige técnicas y trabajos diferentes?
Mis piezas tienen
en común la imagen recurrente de la que hablé arriba. Pocas, muy pocas,
han sido sobre una decisión consciente “voy a escribir tal cosa”. Eso sí,
cada pieza exige su método. De Oscuro, de noche por
ejemplo primero salió el primero y el último cuadro (yo los llamo
fragmentos). La premisa durante su escritura era que no se convirtiera en
un texto lineal; la pieza fue avanzando. Cuando pensé tenerla lista, la
reordené cronológicamente para revisar si necesitaba algún otro cuadro o
fragmento y posteriormente, la volví a su orden original que es con el cual se
representará en la Compañía Nacional de Teatro. En el caso de otra pieza, Olvidadas,
planteaba acciones performánticas como jugar con arroz, dibujar sobre papeles
pegados a las paredes y el tiempo allí se volvió cíclico.
¿Qué le
pide o exige al director que monte sus textos?
Tengo muy buenas
experiencias con la mayoría de los directores que han dirigido mis
piezas. Sí les sugiero que se aproximen a ellas con ingenuidad. Así
como mis textos abren posibilidades de lecturas, un director arriesgado va
conformando su idea a partir de la dramaturgia del cuerpo del actor. Me
provoca suspicacia el director que sin tener un elenco ya sabe cómo resolverá el
montaje. Mi más reciente trabajo en Nueva York, El Gos,
dirigida por Leyma López, fue un proceso de aprendizaje integral para todo el
equipo. Aprendizaje que se vio en la irreverencia y audacia de la puesta
en escena que se centró en el trabajo y potencial de cada intérprete.
¿Qué espera ahora?
Que en Caracas o
en cualquier ciudad venezolana se muestre ese espectáculo final que ha logrado
Carlos Arroyo y su gente valiosa. Gracias a Dios por hacer posible todo esto.
Qué la vean muchísimos venezolanos y haya la necesaria catarsis que exigían los
griegos y que necesitamos los venezolanos, ahora y siempre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario