Gracias a su fiel secretario, Daniel Florencio O´Leary( Cork, Irlanda, 1801/Bogotá, 1854), se salvó buena parte de la historiografía real e íntima de Simón Bolívar(Caracas,1783/ Santa Marta, 1830). Si él no hubiese rescatado, casi rocambolescamente los baúles con gran parte del archivo del Libertador, sobre buena parte de la vida del ilustre caraqueño lo que se tendría serían versiones de las versiones de los hechos que protagonizó ,de cómo pensó y sacó adelante su magna gesta, de lo que opinó sobre sus lugartenientes o de qué manera montaba a las mujeres que se le ofrecían sin titubearlo.Pero la misma suerte no acompañó a la verdadera memoria historiográfica de Manuela Sáenz (Quito,1797/Paita,1856). Ella no tuvo una persona o una fiel esclava que preservara su correspondencia, especialmente la que se cruzó con su gran amante, y es por eso que ahora se dicen tan pocas cosas exactas o correctas de esa Libertadora del Libertador, de esa dama que sacrificó, incluso, hasta su honra social, para estar al lado de su héroe.
Sin embargo, gracias al Fondo de Garantías de Depósito y Protección Bancaria (Fogade), que las tiene en su poder, tras haber pertenecido a los dueños de una institución financiera venida a menos, es posible ahora leer una serie de auténticos documentos del Libertador, especialmente la copia una carta que le envió a su Manuela Sáenz, en 1822, cargada de códigos que ambos conocían. Ahí, tal como lo transcribimos, se lee:
"¡Señora! Yo tendré la mayor satisfacción de bailar con Vuestra Merced cuando Vuestra Merced disponga y Señale el día y la noche. El tiempo está bueno y la luna también, por lo mismo no habría inconvenientes por la Marea”.
"¡Gloriosa mía! doy a Vuestra Merced mil gracias por tantas bondades y mas aún por haber tomado mi nombre”.
“Póngame Vuestra Merced a los pies de las señoras y reciba el corazón de Bolívar”.
¿Cuántas cartas más como esta se salvaron de una pira de la lejana y triste Paita? ¿Cuántas misivas similares se las llevó el viento o terminaron sirviendo para otros nobles fines en aquellos territorios del que fuera el imperio incaico transformado en convulsa república latinoamericana?.
Nadie sabe nada. Nadie puede decir nada con exactitud sobre cómo fueron esos amores entre el luchador y su mujer. Solamente queda la imaginación, esa loca de la casa que en manos de los escritores o los periodistas teje fantasías, algunas cercanas a la realidad. Falta esperar que un Edgardo Mondolfi Gudat se deje atrapar por ese misterio y le dedique una novedosa investigación para que se sepa algo más de Manuela Sáenz, la que fue esposa del médico inglés James Thorne y a quien abandonó para irse tras un guerrero que necesitaba amor y algo más.
Si el dramaturgo Sergio Arrau (Chile,76 años) hubiese tenido acceso a esa gran correspondencia, extraviada que se cruzaron Manuela y Bolívar, es seguro que hubiese escrito una obra más densa, más nutrida, más novedosa y menos reiterativa que la que hizo y la cual, bajo el titulo de Manuela...la mujer, hace temporada en la sala de Conciertos del Ateneo de Caracas, dirigida aplomadamente por Mario Sudano y con la precisa actuación de Jenny Noguera.El mismo autor, que conoce las limitaciones de la historiografia sobre la amante de Bolívar, admite que si hay “un personaje de la historia latinoamericana atractivo por su accionar, hechos y pensamientos, por su fidelidad a un hombre e ideal libertarios -o, si se quiere, ideal libertario personificado en un hombre- ese es sin lugar a dudas el de Manuelita Sáenz. La obra Manuela...la mujer pone en escena de manera sucinta hechos esenciales de la vida de esa mujer que amó y acompañó al Libertador en gran parte de la heroica gesta. Por el hecho de ser un trabajo unipersonal, esta pieza teatral constituye un duro desafío para la intérprete puesto que requiere ductilidad, fuerza, ternura, convicción, gracia y encanto, cualidades necesarias para que ella viva el personaje y así pueda hacerlo vivir con ella al público”.
No es que sea mala la pieza de Arrau, veterano autor y director radicado en Perú que pasó hace unos años por Caracas y enseñó su arte, al tiempo que dejó una obra hermosa, El padre del teatro venezolano, además de otros textos. Su Manuela...la mujer es una versión más estrujante, más teatral, más trágica de esa mujer de carne y hueso que se jugó su vida con tal de estar al lado de su Simón, una mujer que tuvo muchos años de vida como para rumiar sus aciertos y sus errores, una mujer con la estatura de cualquier heroína griega abandonada por su familia o sus hombres.
Podríamos decir que la Manuela de Arrau adquiere ribetes asombrosos por la habilidad como ha sido escrita, aunque la misma historia no tiene nada nuevo, nada que revele más perfiles sobre la briosa quiteña. Es la escritura, son los diálogos y, por supuesto la respetuosa puesta en escena, los que hacen llevadero el rato en que se evocan aquellos años difíciles de una América Latina cuyos escasos habitantes no sospechaban nada de las dificultades para la vida y la libertad que tendrían sus descendientes en el siglo XX y en los albores del XXI.
Este espectáculo debería ser llevado a las escuelas bolivarianas y a los cuarteles. Es historia, bien actuada.
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