Néstor Caballero (Maracay, 1951) no se queja. Solamente informa, con cierta preocupación, que “primero estrenaron mi pieza teatral Dados Teherán antes que alguien lo hiciera aquí en Venezuela. Así son las cosas”. Pero no se amilana. Seguirá trabajando para que pronto se muestren sus textos en otros escenarios, “ojalá que sean criollos”, puntualiza.
-¿Qué ha pasado con su dramaturgia, en medio de la batahola de los cargos públicos que ha ocupado o desempeña: primero, la dirección general de la Compañía Nacional de Teatro y, ahora, la secretaría de Cultura del estado Anzoátegui?
--Uno siempre es dramaturgo. Es una condición que no se pierde. Nuestro mirar la historia, la forma de enfocarla, desenfocarla, deshistorizarla, verla desde distintas ópticas, es como parte de nuestra personalidad. Siempre nos ubicamos del lado más oscuro del hombre para poder llevarlo a la escena y que éste se vea y se reconozca, en lo que por lo general no logra distinguir. El dramaturgo desenmascara al hombre, para, emocionándolo, estremecerlo, hacerlo reflexionar, y quizá modificarlo. Pienso que el solo hecho de que, en la escena, un personaje le cause atracción o rechazo a una sola persona del público, ya es, en sí mismo, una de las funciones en el oficio del dramaturgo como artista. Si la obra te persigue, para dolerte, después de la función, nuestro oficio alcanza su objetivo. Al estar adentro, comprometido con este proceso, me permite ver y decir, en juego de palabras, que, muchas veces, todo lo que brilla no es rojo. Es decir, no todo aquel funcionario que viste una franela roja, es chavista, aunque, puedo afirmar que el pueblo, el más desposeído, el marginado, aunque no vista de rojo, sí lo es.
-¿Tiene tiempo para crear o escribir?
-Crear o escribir es algo orgánico, que, por supuesto, en mi caso, tiene una disciplina. Primero, aparece la situación, bien sea por una noticia de prensa, bien sea por algo que te cuentan, bien sea que te llegue, recónditamente, desde eso que llaman alma. Los llamados de la situación para una obra de arte, siempre son enigmas y se aparecen misteriosamente. De ahí en adelante hay todo un proceso de investigación, y hasta, si se me permite la palabra, de “digestión” de la obra. Es, haciendo un símil, “un embarazo”, donde se va gestando la obra, en mi caso, mentalmente. Nunca tomo apuntes. Va creciendo sola, en mi interior. Una vez sucede eso, una vez culminada la gestación, viene el parto, que disciplinadamente, para mí, tiene un horario que es desde las siete de la mañana hasta las doce a una del mediodía. En ese lapso, escribo una escena, o dos, o el principio, o la mitad, o el final de la pieza. Eso sí, con disciplina de monje trapense. Se culmina la obra. Se deja reposar, macerar, y al mes siguiente, entra a trabajar el oficiante, el dramaturgo y corta escenas, modela, ajusta.
Comenta que su cargo, como director de Cultura del Estado Anzoátegui, no le permite esa disciplina con rigor, “pero no me quejo. Tiempo tengo que sacar a juro, sin que mis responsabilidades a cargo de una dirección tan importante como es esta, la de Cultura, y que me duele al ser de ese medio en mi condición de artista, se vean afectadas. Tiempo le he robado al sueño, a mi descanso, a mi familia, y ya está terminada mi obra Te quiero de gratis, Lavoe, un musical que estreno en septiembre en el Celarg y que ya se comenzó a ensayar con Franklin Vírgüez, Ana María Simons, con música del pollo Brito, la dirección de Daniel Uribe, y la producción de Jorgita Rodríguez”.
-¿Qué ha ocurrido con la difusión de tus textos, dentro y fuera de Venezuela?
-Las obras son como los hijos, toman su propio camino y de repente recibes una llamada, un mail y te dicen por qué camino o andan. Las obras se independizan, Musas, por ejemplo, se estrenó en dos estados de México, y en uno de ellos, en la capital, ganó el premio al mejor texto. Aún no he podido ir a retirar el galardón. En Bolivia, en Perú, en Brasil y Argentina, también se estrenó Musas. Oasis Teatro, de Bolivia, la está presentando en Cuba. En Brasil, ya firmé la autorización para la traducción al portugués de Los hombres de Ganímedes que será publicada y montada por allá. En Estados Unidos, María Silvino Persino, está escribiendo una introducción sobre Dados que formará parte de una antología sobre biografías de hombres, en edición bilingüe del Trinity Collage. Sorpresa grata fue, como te dije en exclusiva, el estreno de Dados, en Teherán. No pude asistir por razones de trabajo.
-¿De sus obras en el exterior, le llegan algunos dólares?
-Jajajá. Veo que estás bien informado. Sí. Sí me llegan, sólo que en bolívares, no en dólares, pues la compañía por donde lo envían no me lo da en dólares, sino en bolívares, por lo del control de cambio.
-¿Tiene alguna cartilla o vademécum a mano cuando te dedicas a escribir teatro? ¿Cómo nace una obra de teatro en tus manos?
-Sobre el vademécum, creo que ya te respondí y cómo nacen las mismas, también, pero te confieso que mi mejor pieza aún no la he escrito. La mejor pieza, creo, es la que aún no se ha escrito. Sin falsa modestia digo, aún no he aprendido a escribir teatro, creo que nunca lo haré, creo que aún estoy aprendiendo. Pensándolo bien, pienso, que el día en que ya sepa escribir teatro, dejaré de hacerlo, pues ya no será un reto, ya no me ayudará a soportar el vacío permanente, que llevamos en nuestro corazón los dramaturgos desde que nacemos.
-¿Todo acto creativo del hombre es político y es normal que una pieza sea política, lo cual es diferente a ser un panfleto?
-El ser humano es político, desde que tiene conciencia de su cortedad sobre la tierra. Se constituye políticamente para sobrevivir. Ni la familia escapa de ello. La familia es, en sí misma, una relación política, un ente fundamentalmente político, en constante formación. La relación maternal, paternal, filial, sin menospreciar, claro está, la sentimental, es una relación política de acuerdos para la convivencia, y hasta para el manejo del poder. Toda obra de teatro es política. El hecho mismo que se mantenga al margen de lo político, es una toma de postura política del autor. Ahora bien, el teatro es un arte. El teatro muestra las relaciones de poder exponiendo los grandes conflictos del hombre, sobre sí mismo, sobre la sociedad, sobre el destino, sobre los dioses, sobre los derechos, sobre la justicia, o, el gran tema, sobre la muerte, para criticarlos, para enfrentarlos. El teatro de arte, por llamarlo de alguna manera, es una constante lucha y enfrentamiento contra cualquier poder. El teatro es un antipoder.
Metáfora para revolucionarios
El general en jefe Rafael Urdaneta nació en Maracaibo el 24 de octubre de 1788, y murió el 23 de agosto de 1845 en París. Néstor Caballero toma el último día de la vida de ese prócer de la Independencia para ponerlo en un hotel parisino, ya ciego y desilusionado, junto a su fiel compañero, el indio Clemente Gómez, a jugar, por última vez, una partida de dados, porque además era algo más que un apasionado de ese juego de azar. Por eso la pieza teatral, estrenada en la capital iraní, se llama Dados. Ahí, el personaje histórico utiliza los números de los dados para repasar mentalmente los episodios que marcaron su vida de lucha. Esos números ubican las fechas que definieron su existencia, como el día en que decidió enrolarse en los ejércitos revolucionarios, junto a su primo Francisco Javier, a pesar de la feroz oposición del tío Martín, quien sí apoyaba al decadente régimen monárquico español. A lo largo de la pieza, el autor da claves al espectador para que analice los riesgos y los contratiempos a los que se expone el combatiente revolucionario. La metáfora es obvia y predica que hay que luchar siempre por los ideales altruistas y los derechos humanos .Es teatro histórico contextualizado.
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