Ya el dramaturgo Gustavo Ott (Caracas, 1963) dio la voz de alerta. En la república venezolana, la quinta, los artistas -las conciencias críticas o los que marcan los ciclos históricos de sus comunidades- continúan siendo los parias de la nación. Carecen de la básica seguridad social y de verdaderos estímulos para la creación. Son seres humanos desvalidos y por ende sus proyectos artísticos mueren antes de nacer. Ante un panorama tan tétrico son pocos los que persisten y llegan al lugar ansiado, mientras unos cuantos deben emigrar para salvarse, dejando atrás sus raíces. Pero eso no ha sido solamente en el siglo XXI. La historia de las artes venezolanas, especialmente las del siglo XX, tiene ejemplos, unos pocos brillantes y otros tan numerosos y oscuros que no se registran por piedad, pero que son el indicador del subdesarrollo de una nación que las ha tenido todas para destacarse, pero la inepta burocracia lo ha impedido. ¿Se podrá detener eso? ¿Alguien podrá cambiarlo y darles a los artistas criollos el verdadero lugar que se merecen? ¿Se podrá impedir que nos roben el talento artístico?
Subrayamos esta anómala situación del conglomerado artístico, que ya antes había sido denunciada por otras personalidades, porque hay un director de teatro, Dairo Piñeres (Caracas, 1975), que terminará por irse al exterior para avanzar en su desarrollo profesional y dejar de sufrir cada vez que insiste en escenificar sus espectáculos, donde además permite el desarrollo de nuevas generaciones actorales. Por supuesto que él no es el único con esos problemas y por eso hacemos esta denuncia, porque día a día se van agudizando las malas condiciones de trabajo aquí reveladas, y el país terminará por importar también directores, como se hizo en los años 50, 60 y 70 del siglo pasado. ¿La Misión Cultura debería además atender o cuidar a los hacedores del arte?
Quienes deseen ver el talento en desarrollo de Piñeres deben acercarse al Ateneo de Caracas donde, en su Sala Anna Julia Rojas exhibe su espectáculo Los ladrones somos gente honrada, de Enrique Jardiel Poncela, con la participación de jóvenes talentosos, como Willy Martín, Jossué Gil y Guillermo Canache, entre otros. Ahí, utilizando una estética en blanco y negro, se busca recrear las atmósferas de la vida y la muerte, las metáforas del día y la noche en las almas de quienes sí buscan las respuestas a sus incertidumbres, a sus pesimismos, a sus náuseas existenciales. ¡El eterno problema del hombre ante la incapacidad de decidir su destino!
Los ladrones somos gente honrada -hizo temporada durante el último trimestre de la temporada del 2004- es una comedia tramposa, como tramposa puede ser la vida si no se le descubren sus claves a tiempo. Presenta a 14 personajes encerrados en un palacete y jugando a un objetivo común: apoderarse o robarse un testamento y unos cuantos millones de dólares. Son 14 seres jugando a ser policías o delincuentes, y en ocasiones son simples seres humanos desesperados porque no se explican lo que ocurre, o no logran explicarse los orígenes de sus dolencias mayores. Una cosa es lo que revela el título de la pieza y otra lo que dicen y hacen sus personajes. No se trata de una comedia filosófica, pero sí muestra las facetas más oscuras de la conducta humana, cuando por alcanzar el dinero de manera fácil, se vende hasta la misma paz interna.
El espectáculo permite ponderar el talento de Piñeres en el manejo de una comedia de las equivocaciones o un vodevil donde lo que se dice puede lucir cursi o frívolo, pero donde la verdadera comicidad se logra por las caracterizaciones de los actores, quienes rememoran a esos grandes cómicos del cine, como “Los tres chiflados”, hasta las comiquitas de “La pantera rosa”. La risa fácil le llega al público por el gesto y la tensión de los actores. Es un trabajo poco común en estos oscuros días del teatro criollo, cuando todo se quiere resolver con monólogos o con duetos, cuando pocos arriesgan en sus creaciones porque están solos.
Es notable también el profesionalismo o la destreza del conjunto actoral ahí presente. Por razones médicas, uno de los protagonistas, Víctor Baldonedo, tuvo que ser sustituido de emergencia. Y en menos de 48 horas, el comediante Willy Martín lo relevó con mucha solvencia. Lo vimos el pasado viernes y quedamos impactados por su performance, su juego gestual y el acoplamiento con el resto del elenco. Ahí hay histrionismo que debe ser cultivado y eso se conoce ahora gracias a Piñeres.
¿Qué pasara si él u otros se marchan? ¡Hay que estar alerta ante los ladrones de talentos!
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