Ni Gustavo Ott, su fundamental artífice, se lo creía o podría haberlo soñado. Pero resulta que es una verdad muy grande, la cual se puede medir ahora con los miles de espectadores y las decenas de espectáculos ahí exhibidos. Se trata nada más y nada menos de que el Teatro San Martín de Caracas (Tsmc) cumple 13 años de labores continuas en el suroeste caraqueño, dándole u ofertándole, por consiguiente, a los habitantes de esa popular zona una serie de espectáculos combatientes y desacralizadores de la realidad social criolla y convirtiéndose así en el mejor o el único polo del otro teatro de la urbe capitalina. Esa semilla sembrada tiene que dar sus frutos: crear unas generaciones de espectadores expertos y que nunca más podrán tragar entero lo que se les muestre desde cualquier escenario.
Ese teatro del Tsmc no mercadea con las conciencias de los espectadores ni les fabrica espejismos para ocultar o maquillar los procesos de cambios que en este país avanzan, precisamente desde la última década del siglo XX. Incluso ha mostrado espectáculos virulentos, algunos bordeando el panfleto, pero buscando así romper las burbujas en que algunos espectadores tratan de sobrevivir en medio de la vorágine cotidiana. Han sido montajes, por lo general, de una ideología antiburguesa y además descreída ante las sirenas y sirenos de supuestas revoluciones. Han sido piezas esclarecedoras sobre los mecanismos culturales de dominación y muy cercanas a una ideología anárquica, la cual no es mala, sino quizás la más sabia o la más prudente en medio de las turbulencias.
Hemos sido testigos de esos 13 años de lucha del Tsmc buscando ubicarse entre las mejores alternativa válidas para los caraqueños y es precisamente ahora que llega, cual bálsamo cicatrizante, la pieza Pony o Nunca te he negado una lágrima, del principal gestor del Tsmc: Gustavo Ott (Caracas,1963). Personaje único en el contexto teatral criollo entregado a la creación de una dramaturgia universal a partir de sucesos, conflictos y desamores de su amada Venezuela. ¿Lo conseguirá? No lo podemos afirmar ahora, pero sí advertimos que ha avanzado muchísimo en los últimos 13 años y sus piezas ya se representan en varios continentes, lo cual es un indicador de que para algo sirve lo que escribe. El tiempo, el más fiel amigo y también el peor enemigo del hombre, dirá lo qué pasó con este venezolano y sus metas. ¡Sus éxitos son de todos y sus fracasos también!
Por ahora hay que reseñar su Pony, una comedia tramposa, como lo son todas, donde las risas provocadas por los gestos o las situaciones de los personajes, o por lo que ellos dicen son verdaderas gotas de ácido sobre una cetrina piel, o son sal sobre las heridas que tienen las almas de los venezolanos o de todos aquellos pueblos que no han superado a la burguesía dominadora. ¡Ojo: no es una pieza guerrillera, ni cosa parecida, sino una verdadera patada contra las sacrosantas tradiciones de las familias que todos conocemos, las familias a las que pertenecemos sin haberlas escogido!
Pony son cuatro actos o cuatro etapas a las que Mónica Morales (Verónica Arrellano), una trabajadora de la clase media, es sometida por su familia, en medio del contexto audiovisual de unas elecciones presidenciales del país donde vive, comicios que para ella pueden ser su tabla de salvación si gana el candidato de sus preferencias. Padre, madre y hermano la engañan de la forma más abyecta, como es la manipulación de sus afectos o de su sensibilidad, para quitarle o robarle sus ahorros, que son precisamente en dólares. El final es críptico: ella, en medio de la soledad y el abandono de su familia, además de haber perdido su marido, le dice a su padre que la esperanza es como un caballito pony, el cual está hundido en una habitación llena de mierda o excrementos, pero que ahí está y que mientras exista la esperanza o ese pony ella podrá seguir viviendo.El director Luis Domingo González ha logrado una correcta primera lectura escénica de esa pieza, donde Ott no ha dejado ni una puntada suelta. Todo fluye correctamente para los dos intérpretes (Verónica Arellano y Salomón Adames), a un ritmo y con una fuerza que no deja tiempo ni para reír por la violencia de la comedia: padre, hermano y madre matan los sentimientos de una hija que es todo amor.
Hay por supuesto más lecturas sobre la metáfora de la obra y estamos seguros que el público del Tsmc las hará todas y aprenderá que no se puede perder la esperanza ni que tampoco hay que confiar de buenas a primeras en los demás, aunque sea mamaíta y papacito quienes los acosen.
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