El venezolano Moisés Kaufman cumplió lo prometido. Escribió y dirigió una pieza teatral y el espectáculo que dejarán huellas en la historia de la escena estadounidense, a la cual se vinculó hace 20 años. Estrenó 33 Variations, el pasado el 23 de agosto, en el Arena Stage de Washington D.C., con la protagonización de Don Amendola, Greg Keller, Susan Kellermann, Graeme Malconm, Laura Odeh, Mari Mary Beth Peil, Eric Steele y la maravillosa pianista Diane Walsh. Excelente producción lograda entre esa institución capitalina y el Tectonic Theater Project.
Kaufman tomó una faceta de la valiosa saga de Ludwig van Beethoven (Bonn, 16 de diciembre de 1770 /Viena, 26 de marzo de 1827) y en torno a esa etapa, una de las más tristes y al mismo tiempo la más brillante, armó su pieza para demostrar como el capitalismo no respeta al talento, de cualquier índole, sino que busca la simple y despiadada exploración de los artistas y de todos los seres humanos en general. Eso, que no es comunismo, lo materializa por intermedio de la musicóloga Clara Brandt (Clara Odeh) y su fantástica búsqueda de lo que no se conoce entorno a las Diabelli Variations, las 33 composiciones que Beethoven hizo, por encargo, para el mediocre músico y próspero comerciante vienés Anton Diabelli, entre 1819 y 1824. Hay, por supuesto, otras lecturas posibles, pero nosotros nos fuimos por la politica, por aquello de los tiempos que vivimos todos.
33 Variations viene a ser una pieza realista donde Kaufman (Caracas, 21 de noviembre de 1963) rompe lanzas por todos los artistas en medio de una sociedad comercializada y corrupta, pero donde aún quedan personas capaces de sacrificar sus propias vidas con tal de investigar y revelar así aspectos valiosos para la humanidad. Con este texto, producto de tres años de trabajo y búsqueda, este venezolano, además de atreverse con tal temática y su argumentación, da un paso gigante en su consolidación dentro del teatro no comercial de Estados Unidos, ese, como las piezas de Arthur Miller (La muerte de un viajante y Panorama desde el puente) y Edward Albee (Historia del zoológico), que es denuncia de principio a fin y al mismo tiempo alimenta al espíritu de aquel espectador que se deja atrapar y no rechaza que le presenten una saga basada en hechos reales y que tiene mucha prédica útil para los tiempos actuales y los futuros, porque mientras existan seres excluidos y explotados ese teatro tendrá audiencia, ya que buena parte de ella conoce de tales situaciones y hasta peores.
No es 33 Variations una pieza histórica. Nada de eso, Kaufman toma hechos reales y los ficciona y así logra plasmar, en 120 minutos o dos actos, los tristes y brillantes procesos de Beethoven y las asombrosas pero amargas estaciones que vive la investigadora Brandt, quien a pesar de contraer el mal del pelotero Lou Gering lleva a cabo su trabajo “arqueológico” sobre lo vivido por el músico y en especial su gran creación a partir de la propuesta mediocre de Diabelli. No es 33 Variations un espectáculo para especialistas. Basta con una mínima información y dejarse atrapar por el fantástico “juego cinematográfico” que Kaufman obtiene con sus diestros actores y el dispositivo escenográfico creado por Derek Mclane, además de la precisa interpretación de la pianista Walsh. Así lo vimos durante esa función "previa", de la cual deben haber salido algunas correcciones o mejoras, ya que nunca un espectáculo está acabado cuando se estrena.
Kaufman tomó una faceta de la valiosa saga de Ludwig van Beethoven (Bonn, 16 de diciembre de 1770 /Viena, 26 de marzo de 1827) y en torno a esa etapa, una de las más tristes y al mismo tiempo la más brillante, armó su pieza para demostrar como el capitalismo no respeta al talento, de cualquier índole, sino que busca la simple y despiadada exploración de los artistas y de todos los seres humanos en general. Eso, que no es comunismo, lo materializa por intermedio de la musicóloga Clara Brandt (Clara Odeh) y su fantástica búsqueda de lo que no se conoce entorno a las Diabelli Variations, las 33 composiciones que Beethoven hizo, por encargo, para el mediocre músico y próspero comerciante vienés Anton Diabelli, entre 1819 y 1824. Hay, por supuesto, otras lecturas posibles, pero nosotros nos fuimos por la politica, por aquello de los tiempos que vivimos todos.
33 Variations viene a ser una pieza realista donde Kaufman (Caracas, 21 de noviembre de 1963) rompe lanzas por todos los artistas en medio de una sociedad comercializada y corrupta, pero donde aún quedan personas capaces de sacrificar sus propias vidas con tal de investigar y revelar así aspectos valiosos para la humanidad. Con este texto, producto de tres años de trabajo y búsqueda, este venezolano, además de atreverse con tal temática y su argumentación, da un paso gigante en su consolidación dentro del teatro no comercial de Estados Unidos, ese, como las piezas de Arthur Miller (La muerte de un viajante y Panorama desde el puente) y Edward Albee (Historia del zoológico), que es denuncia de principio a fin y al mismo tiempo alimenta al espíritu de aquel espectador que se deja atrapar y no rechaza que le presenten una saga basada en hechos reales y que tiene mucha prédica útil para los tiempos actuales y los futuros, porque mientras existan seres excluidos y explotados ese teatro tendrá audiencia, ya que buena parte de ella conoce de tales situaciones y hasta peores.
No es 33 Variations una pieza histórica. Nada de eso, Kaufman toma hechos reales y los ficciona y así logra plasmar, en 120 minutos o dos actos, los tristes y brillantes procesos de Beethoven y las asombrosas pero amargas estaciones que vive la investigadora Brandt, quien a pesar de contraer el mal del pelotero Lou Gering lleva a cabo su trabajo “arqueológico” sobre lo vivido por el músico y en especial su gran creación a partir de la propuesta mediocre de Diabelli. No es 33 Variations un espectáculo para especialistas. Basta con una mínima información y dejarse atrapar por el fantástico “juego cinematográfico” que Kaufman obtiene con sus diestros actores y el dispositivo escenográfico creado por Derek Mclane, además de la precisa interpretación de la pianista Walsh. Así lo vimos durante esa función "previa", de la cual deben haber salido algunas correcciones o mejoras, ya que nunca un espectáculo está acabado cuando se estrena.
Ahora Moises tiene su enfrentamiento con la crítica y el público de Washington, muy conocedores de la historia de la música, pero especialmente del teatro inteligente, ese que dice muchas cosas con maneras indirectas, porque busca especialmente la cultura de la audiencia y no le hace ninguna concesión. Sin duda alguna es el venezolano que más destaca en el teatro de Estados Unidos y pronto tendrá una estatura mundial. ¿Llevará este montaje a Broadway?¿Podrá algun día dirigir en Venezuela? ¿Quien le pone el cascabel al gato?
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