¿Cuál es la edad del retiro para los comediantes? No existe, dicen unos. La muerte física o la extinción de la memoria, afirman otros. Algunos consideran que es una discusión bizantina o baladí, porque los directores o los productores artísticos de los espectáculos, bien sea teatrales, televisivos o fílmicos, son los que tienen la definitiva palabra, porque las otras las dirán los intérpretes interesados o entusiasmados con los roles ofrecidos.¡La inacción sí es la muerte!
Nosotros creemos que actrices y actores de comprobada experiencia nunca deben salir de escena. Siempre hay personajes para ellos, ya que el teatro es el espejo de la vida y una vida sin comediantes de edad madura no se concibe, y si en aquella pieza que está de moda el dramaturgo se olvidó de los viejos, pues seguramente en otras respetables producciones necesitan de un veterano histrión entre cajas para auxiliar o guiar al imberbe que ahora protagoniza y proclama su amor por la hermosa damisela, o de una otoñal dama que apuntale o de matices a la mozuela que protagoniza ese trágico romance entre Capuletos y Montescos o entre chavistas y escuálidos ¡El amor carece de cédula y es verdaderamente ciego!
Lo afirmamos porque visitamos, en la sobria intimidad de su modesto apartamento, a la primera actriz Bertha Moncayo, acompañada de tres perros, un gato y Pedro, su hijo cuarentón; además de humedades y olores. Ella precisamente vive en un escenario desde antes de nacer y de ahí no saldrá porque su historia vital la hizo y la escribió desde la escena, por lo cual mereció el Premio Nacional de Teatro en 1985, gracias a su dilatada trayectoria como actriz y su consecuente y pulcra permanencia en el campo pedagógico, y por haber contribuido de una manera decidida a la formación y desarrollo del teatro venezolano.
Bertha Suárez Moncayo (Riobamba, Ecuador, 17 de septiembre de 1924) y su madre María Luisa Moncayo viuda de Suárez, actriz y cultora de otros oficios teatrales, llegaron a mediados de 1936, procedentes de Quito. La niña-teatrera hizo aquí su bachillerato y además pasó a integrar la plantilla de la compañía de Antonio Saavedra como ayudante de escena y actriz infantil, lo cual le permitió entrenarse en la disciplina actoral con auténticos maestros. Pero en octubre de 1938 es cuando la joven integró los elencos de los primeros montajes de la naciente Compañía Venezolana de Drama, creada por escritores como Leopoldo Ayala Michelena, Luis Peraza (o Pepe Pito) y Leoncio Martínez a la cabeza, quienes pretendían desarrollar el teatro criollo, editar en lo posible esa novedosa dramaturgia y propiciar su respectiva puesta en escena.
A casi 70 años de ese arranque, Bertha Moncayo, un tanto olvidada por directores y productores de este siglo XXI, recuerda que Al dejar las muñecas, de Leopoldo Ayala Michelena, y El hombre que se fue, de Luis Peraza, fueron las piezas con las que inició una siempre creciente carrera de montajes exitosos -además de laborar en radio, televisión y cine- hasta la temporada de 1993, cuando, al lado del otro veterano Fernando Gómez, protagonizó la obra Vesícula de nácar, de Román Chalbaud, dirigida por José Simón Escalona, en el Teatro Alberto de Paz y Mateos. ¡Récord histórico!
De ese memorable montaje, Javier Moreno, autor de un pequeño libro biográfico sobre Bertha, apunta que “podemos dar fe de la conmoción que causó ver a esta dama de las tablas inmiscuirse en el proceso de creación con la misma preocupación de una principianta, con la devoción de todas sus creencias y saberes, poniendo en alerta su adiestrada intuición, dejándose guiar y manifestando su temor constante a no estar a tono No es por vano que el resultado fue el triunfo de su avasallante carácter sobre las tablas, en ambos casos, en caracterizaciones irreconocibles y de una vitalidad única a sus años”.
Bertha Moncayo, con quien departimos más de dos horas de nítida conversación, en medio de los incesantes ladridos de sus perros, no está retirada. Exhibe integra su memoria y muestra un dinamismo que más de una jovenzuela quisiera tener, pues no camina sino que flota en el mínimo espacio de su escenario privado. Espera un proyecto que de verdad la satisfaga y la rete a colocarse de nuevo ante los espectadores de su segunda patria.
Pepe Pito
Nosotros creemos que actrices y actores de comprobada experiencia nunca deben salir de escena. Siempre hay personajes para ellos, ya que el teatro es el espejo de la vida y una vida sin comediantes de edad madura no se concibe, y si en aquella pieza que está de moda el dramaturgo se olvidó de los viejos, pues seguramente en otras respetables producciones necesitan de un veterano histrión entre cajas para auxiliar o guiar al imberbe que ahora protagoniza y proclama su amor por la hermosa damisela, o de una otoñal dama que apuntale o de matices a la mozuela que protagoniza ese trágico romance entre Capuletos y Montescos o entre chavistas y escuálidos ¡El amor carece de cédula y es verdaderamente ciego!
Lo afirmamos porque visitamos, en la sobria intimidad de su modesto apartamento, a la primera actriz Bertha Moncayo, acompañada de tres perros, un gato y Pedro, su hijo cuarentón; además de humedades y olores. Ella precisamente vive en un escenario desde antes de nacer y de ahí no saldrá porque su historia vital la hizo y la escribió desde la escena, por lo cual mereció el Premio Nacional de Teatro en 1985, gracias a su dilatada trayectoria como actriz y su consecuente y pulcra permanencia en el campo pedagógico, y por haber contribuido de una manera decidida a la formación y desarrollo del teatro venezolano.
Bertha Suárez Moncayo (Riobamba, Ecuador, 17 de septiembre de 1924) y su madre María Luisa Moncayo viuda de Suárez, actriz y cultora de otros oficios teatrales, llegaron a mediados de 1936, procedentes de Quito. La niña-teatrera hizo aquí su bachillerato y además pasó a integrar la plantilla de la compañía de Antonio Saavedra como ayudante de escena y actriz infantil, lo cual le permitió entrenarse en la disciplina actoral con auténticos maestros. Pero en octubre de 1938 es cuando la joven integró los elencos de los primeros montajes de la naciente Compañía Venezolana de Drama, creada por escritores como Leopoldo Ayala Michelena, Luis Peraza (o Pepe Pito) y Leoncio Martínez a la cabeza, quienes pretendían desarrollar el teatro criollo, editar en lo posible esa novedosa dramaturgia y propiciar su respectiva puesta en escena.
A casi 70 años de ese arranque, Bertha Moncayo, un tanto olvidada por directores y productores de este siglo XXI, recuerda que Al dejar las muñecas, de Leopoldo Ayala Michelena, y El hombre que se fue, de Luis Peraza, fueron las piezas con las que inició una siempre creciente carrera de montajes exitosos -además de laborar en radio, televisión y cine- hasta la temporada de 1993, cuando, al lado del otro veterano Fernando Gómez, protagonizó la obra Vesícula de nácar, de Román Chalbaud, dirigida por José Simón Escalona, en el Teatro Alberto de Paz y Mateos. ¡Récord histórico!
De ese memorable montaje, Javier Moreno, autor de un pequeño libro biográfico sobre Bertha, apunta que “podemos dar fe de la conmoción que causó ver a esta dama de las tablas inmiscuirse en el proceso de creación con la misma preocupación de una principianta, con la devoción de todas sus creencias y saberes, poniendo en alerta su adiestrada intuición, dejándose guiar y manifestando su temor constante a no estar a tono No es por vano que el resultado fue el triunfo de su avasallante carácter sobre las tablas, en ambos casos, en caracterizaciones irreconocibles y de una vitalidad única a sus años”.
Bertha Moncayo, con quien departimos más de dos horas de nítida conversación, en medio de los incesantes ladridos de sus perros, no está retirada. Exhibe integra su memoria y muestra un dinamismo que más de una jovenzuela quisiera tener, pues no camina sino que flota en el mínimo espacio de su escenario privado. Espera un proyecto que de verdad la satisfaga y la rete a colocarse de nuevo ante los espectadores de su segunda patria.
Pepe Pito
Sin “Pepe Pito” o Luis Peraza (1908-1973), célebre dramaturgo, actor y productor criollo, la saga de Bertha Moncayo estaría incompleta o no habría pasado de una página. Se conocieron en el teatro y esa relación se transformó en matrimonio hasta consolidar una fantástica complicidad creativa, pues era discípula y leal compañera. Según José Ratto-Ciarlo, él escribía inspirado por su esposa, quien fue una motivación constante y una inteligente interlocutora para sus intereses e inquietudes. Ella estimulaba lo mejor del temperamento de aquel hombre nacido para la docencia.
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