Nació hace 70 años en Carúpano y físicamente no revela los surcos ni las lentitudes de esa edad, pero sí tiene una envidiable madurez autoral y por ende estilística, como normal consecuencia de su dilatada experiencia. Pero lo que asombra es la frescura o la contemporaneidad de sus planteamientos dramatúrgicos, fundamentados en un depurado lenguaje y con personajes de especial textura en situaciones dramáticas exacerbadas y llevadas hasta el límite de la realidad teatral. Todo eso lo ha convertido en uno de los creadores venezolanos más populares y más representados, dentro y fuera de las fronteras políticas.
Y una de las pruebas del evidente talento de este único José Gabriel Núñez es tener una pieza, Fango negro o El autobús, que lleva 15 años seguidos de representación en las capitales de Argentina y Uruguay, récord envidiado por muchos y el cual incluso puede popularizarse mucho más si se concreta el rodaje de una película basada en esa historia melodramática, cuyo epílogo es un horrendo crimen pasional, sólo equiparable con el que ocurre en el texto Woyzeck, del alemán George Büchner.
Pero si Fango negro ubicó a Núñez entre los grandes dramaturgos latinoamericanos por el impacto de su denuncia sobre la violencia doméstica, esa que ejercen amantes poseídos por miedos infernales, o enloquecidos maridos, sobre sus féminas como consecuencia de sus malditos celos, esa obra se hizo más famosa o ha sido más publicitada es por el peculiar espacio escénico donde se le representa: un autobús o “guagua” que rueda, con sus espectadores adentro, por zonas especiales o pretederminadas de Buenos Aires o Montevideo, llevando la intensa y espeluznante pugna entre una mujer enamorada pero harta del macho que la maltrata, hasta que llegan a una plaza pública o un bar donde culmina todo, en medio de un alucinante y teatral baño de sangre.
Ese Fango negro, bajo el titulo de El autobús, se estrenó hace 15 años aquí en Caracas, durante el último festival internacional de teatro que condujo Carlos Giménez, según la puesta en escena que le hizo Daniel Uribe, para iniciar así su importante carrera profesional como puestista.
Pero Núñez esta muy lejos de ser autor de “una sola obra”, como sí ha ocurrido con otros susodichos “dramaturgos”, aunque podríamos decir que sí tiene “un autobús teatral” con más de 40 piezas que viajan en pos de más espectadores en todos los escenarios del mundo, todas tan violentas o agresivas como esa que noche tras noche aplauden por su sórdido periplo en las calles urbanas del cono sur, ya que él se especializó en escenificar personajes, en su mayoría mujeres, todas “preñadas” de erotismo, sensualidad y sexualidad. No son personajes marginales, sino marginados por una sociedad que se niega a evolucionar o cambiar sus normas caducas, aunque él sabe que con su teatro ayuda a desmoronar ese obsoleto edificio o fabrica de ciudadanas y ciudadanos sufridos.
El periplo artístico de ese cumanés ilustre, que incluso mereció el Premio Nacional de Teatro 2000-2003, por su trayectoria “como creador de más de 40 obras de significativo valor, además de su relevante actividad en la educación y la gerencia teatral”, lo realizó todo aquí en Caracas, donde reside desde los nueve años. Aquí se graduó de economista, profesión que ejerció para su sobrevivencia a lo largo de una década, para después dedicarse de lleno al teatro, bien como autor, director o profesor, logrando destacar en cada una de esas especialidades y suscitando, incluso que en las universidades e institutos superiores que su “autobús teatral” sea estudiado pormenorizadamente por sus personajes femeninos.
Pero otra de las facetas importantes de Núñez es su aporte a la estética teatral venezolana, tal como lo hizo en 1967 con Los peces del acuario, estrenada en la sala Leoncio Martínez (ya desaparecida ante la arrolladora piqueta del progreso), donde mostró al país como una pecera habitada por hombres y mujeres convertidos en peces policromos colores y dotados de inenarrables apetitos. Una metáfora sobre la Venezuela de los años 60, un símil que aún se mantiene y que debe ser analizado más exhaustivamente por detalles premonitorios que ahí aparecen.
Humor y sabor
El “autobusero” Núñez tiene en su panoplia dramatúrgica textos como María Cristina me quiere goberná, Madame Pompinette, Noches de satén rígido, Soliloquio en rojo empecinado, Bichas, diabólicas y perversas, La cerroprendío, Primero la moral, Dos de amor, Pobre del pobre y Tómate una pepa de Lexotanil. Pero en esas obras y en otros más esta la incesante denuncia sobre la soledad existencial a todos los niveles y como detalle, o salsa o aderezo, hay humor de muchos colores y además un cierto sabor venezolano inconfundible, que lo distinguen entre la variopinta literatura teatral nacional. Él quiere que su “autobús” este perennemente de gira por el mundo y para eso lucha.
Y una de las pruebas del evidente talento de este único José Gabriel Núñez es tener una pieza, Fango negro o El autobús, que lleva 15 años seguidos de representación en las capitales de Argentina y Uruguay, récord envidiado por muchos y el cual incluso puede popularizarse mucho más si se concreta el rodaje de una película basada en esa historia melodramática, cuyo epílogo es un horrendo crimen pasional, sólo equiparable con el que ocurre en el texto Woyzeck, del alemán George Büchner.
Pero si Fango negro ubicó a Núñez entre los grandes dramaturgos latinoamericanos por el impacto de su denuncia sobre la violencia doméstica, esa que ejercen amantes poseídos por miedos infernales, o enloquecidos maridos, sobre sus féminas como consecuencia de sus malditos celos, esa obra se hizo más famosa o ha sido más publicitada es por el peculiar espacio escénico donde se le representa: un autobús o “guagua” que rueda, con sus espectadores adentro, por zonas especiales o pretederminadas de Buenos Aires o Montevideo, llevando la intensa y espeluznante pugna entre una mujer enamorada pero harta del macho que la maltrata, hasta que llegan a una plaza pública o un bar donde culmina todo, en medio de un alucinante y teatral baño de sangre.
Ese Fango negro, bajo el titulo de El autobús, se estrenó hace 15 años aquí en Caracas, durante el último festival internacional de teatro que condujo Carlos Giménez, según la puesta en escena que le hizo Daniel Uribe, para iniciar así su importante carrera profesional como puestista.
Pero Núñez esta muy lejos de ser autor de “una sola obra”, como sí ha ocurrido con otros susodichos “dramaturgos”, aunque podríamos decir que sí tiene “un autobús teatral” con más de 40 piezas que viajan en pos de más espectadores en todos los escenarios del mundo, todas tan violentas o agresivas como esa que noche tras noche aplauden por su sórdido periplo en las calles urbanas del cono sur, ya que él se especializó en escenificar personajes, en su mayoría mujeres, todas “preñadas” de erotismo, sensualidad y sexualidad. No son personajes marginales, sino marginados por una sociedad que se niega a evolucionar o cambiar sus normas caducas, aunque él sabe que con su teatro ayuda a desmoronar ese obsoleto edificio o fabrica de ciudadanas y ciudadanos sufridos.
El periplo artístico de ese cumanés ilustre, que incluso mereció el Premio Nacional de Teatro 2000-2003, por su trayectoria “como creador de más de 40 obras de significativo valor, además de su relevante actividad en la educación y la gerencia teatral”, lo realizó todo aquí en Caracas, donde reside desde los nueve años. Aquí se graduó de economista, profesión que ejerció para su sobrevivencia a lo largo de una década, para después dedicarse de lleno al teatro, bien como autor, director o profesor, logrando destacar en cada una de esas especialidades y suscitando, incluso que en las universidades e institutos superiores que su “autobús teatral” sea estudiado pormenorizadamente por sus personajes femeninos.
Pero otra de las facetas importantes de Núñez es su aporte a la estética teatral venezolana, tal como lo hizo en 1967 con Los peces del acuario, estrenada en la sala Leoncio Martínez (ya desaparecida ante la arrolladora piqueta del progreso), donde mostró al país como una pecera habitada por hombres y mujeres convertidos en peces policromos colores y dotados de inenarrables apetitos. Una metáfora sobre la Venezuela de los años 60, un símil que aún se mantiene y que debe ser analizado más exhaustivamente por detalles premonitorios que ahí aparecen.
Humor y sabor
El “autobusero” Núñez tiene en su panoplia dramatúrgica textos como María Cristina me quiere goberná, Madame Pompinette, Noches de satén rígido, Soliloquio en rojo empecinado, Bichas, diabólicas y perversas, La cerroprendío, Primero la moral, Dos de amor, Pobre del pobre y Tómate una pepa de Lexotanil. Pero en esas obras y en otros más esta la incesante denuncia sobre la soledad existencial a todos los niveles y como detalle, o salsa o aderezo, hay humor de muchos colores y además un cierto sabor venezolano inconfundible, que lo distinguen entre la variopinta literatura teatral nacional. Él quiere que su “autobús” este perennemente de gira por el mundo y para eso lucha.
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