Con la comedia De Miracielos a hospital, en temporada en el Teatro San Martín, como parte del ciclo “Escrito aquí”, Lupe Gehrenbeck llega a la edad de la razón como dramaturga. No sólo por las temáticas abordadas, sino por sus pulcros planteamientos, su delicioso feminismo y sólido desempeño como directora, además de su comprobada habilidad dramatúrgica.
Ella se atrevió a usar la muerte, tema complejo por implicaciones religiosas y míticas, e hizo con tan inevitable paso de los seres humanos un inteligente y divertido juguete cómico, y brindó al público escasos 60 minutos para reírse de la vida y de lo que puede ser el epílogo de la misma.
Pero Lupe, venezolana menor de 50 años, no se quedó en la muerte como tal, sino que todo aquello es un pretexto para que la audiencia reflexione sobre las razones de la vida misma y en especial sobre la soledad, a la cual compara con la muerte misma y así lo demuestra muy bien en la escena.
Sí, se propuso escribir sobre la gravedad o los inconvenientes de la soledad entre los seres humanos, especialmente en el ámbito femenino, y se inventó a María (Indira Leal) y Josefina (Verónica) para ubicarlas en una especie de deposito de electrodomésticos y hacerlas accionar en una mañana o una noche cuando se despiertan para darse cuenta que están muertas y lo único que pueden hacerse es entregarse a descubrir por qué perdieron sus respectivas vidas. Y todo lo dice con la primera escena, la cual comienza -en medio de la estruendosa interpretación del Gran Combo de Puerto Rico con su salsa “Yo soy la muerte”- con el parlamento de Josefina: “Vivir sola es como estar muerta” y agrega: “¿Qué estamos dispuestas a hacer por no estar solas, entonces?
María y Josefina, cubiertas con mínimos babydoll, se entregan a un especial ritual de acciones lúdicas para explicarse lo que les ha ocurrido y es así como revelan amores y desamores, éxitos y fracasos, hasta concluir en que lo más parecido a la muerte, con angelitos o diablitos a cuestas, es la soledad, pero mientras ellas se acompañen y se inventen sus quehaceres estarán vivas.
La metáfora que Lupe propone al público es obvia: hay que socializar, cordializar, luchar para mejorar la vida, porque la muerte llegará cuando se quedan solas y no tengan con quien hablar o dialogar o pelear. Sobre la otra muerte, la física, la inevitable, la dramaturga no aporta ni informa nada, porque esa no era su meta. Utiliza “la muerte” como pretexto para su comedia, pero no más. Los trasfondos filosóficos y/o metafísicos no le interesan por ahora. Lo suyo es la exaltación de la vida y para eso entrega su formula: luchar a todo trance contra la soledad, para evitar que la muerte llegue antes de tiempo y morir en vida.
De Miracielos a Hospital también resulta muy femenina, porque así lo propuso Lupe Gehrenbeck, pero puede ser encarnada por hombres, con los debidos cambios en el texto, lo cual sería otra pieza, por supuesto, y no es nuestro oficio escribir de lo que no se hizo.
Ella se atrevió a usar la muerte, tema complejo por implicaciones religiosas y míticas, e hizo con tan inevitable paso de los seres humanos un inteligente y divertido juguete cómico, y brindó al público escasos 60 minutos para reírse de la vida y de lo que puede ser el epílogo de la misma.
Pero Lupe, venezolana menor de 50 años, no se quedó en la muerte como tal, sino que todo aquello es un pretexto para que la audiencia reflexione sobre las razones de la vida misma y en especial sobre la soledad, a la cual compara con la muerte misma y así lo demuestra muy bien en la escena.
Sí, se propuso escribir sobre la gravedad o los inconvenientes de la soledad entre los seres humanos, especialmente en el ámbito femenino, y se inventó a María (Indira Leal) y Josefina (Verónica) para ubicarlas en una especie de deposito de electrodomésticos y hacerlas accionar en una mañana o una noche cuando se despiertan para darse cuenta que están muertas y lo único que pueden hacerse es entregarse a descubrir por qué perdieron sus respectivas vidas. Y todo lo dice con la primera escena, la cual comienza -en medio de la estruendosa interpretación del Gran Combo de Puerto Rico con su salsa “Yo soy la muerte”- con el parlamento de Josefina: “Vivir sola es como estar muerta” y agrega: “¿Qué estamos dispuestas a hacer por no estar solas, entonces?
María y Josefina, cubiertas con mínimos babydoll, se entregan a un especial ritual de acciones lúdicas para explicarse lo que les ha ocurrido y es así como revelan amores y desamores, éxitos y fracasos, hasta concluir en que lo más parecido a la muerte, con angelitos o diablitos a cuestas, es la soledad, pero mientras ellas se acompañen y se inventen sus quehaceres estarán vivas.
La metáfora que Lupe propone al público es obvia: hay que socializar, cordializar, luchar para mejorar la vida, porque la muerte llegará cuando se quedan solas y no tengan con quien hablar o dialogar o pelear. Sobre la otra muerte, la física, la inevitable, la dramaturga no aporta ni informa nada, porque esa no era su meta. Utiliza “la muerte” como pretexto para su comedia, pero no más. Los trasfondos filosóficos y/o metafísicos no le interesan por ahora. Lo suyo es la exaltación de la vida y para eso entrega su formula: luchar a todo trance contra la soledad, para evitar que la muerte llegue antes de tiempo y morir en vida.
De Miracielos a Hospital también resulta muy femenina, porque así lo propuso Lupe Gehrenbeck, pero puede ser encarnada por hombres, con los debidos cambios en el texto, lo cual sería otra pieza, por supuesto, y no es nuestro oficio escribir de lo que no se hizo.
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