Durante las dos últimas décadas hemos visto tres montajes caraqueños, bien diferentes entre sí, gracias a Dios, del monólogo El contrabajo, del alemán Patrick Süskind (Ansbach, 26 de marzo de 1949). El primero, de legendaria factura e inolvidable por todo lo que ahí se mostró, lo dirigió Enrique Porte, lo actuó el músico José Vaisman Sandino y se presentó en un espacio improvisado de la Asociación Cultural Humboldt; el segundo, en la Sala Horacio Peterson, fue otro espectáculo creativo a cargo del puestista Basilio Álvarez y el intérprete Giovanni Reali, ayudado por un singular dispositivo escenográfico; y ahora, el tercero, muy pedagógico y centrado más en el hombre, comandado por María Teresa Haieck, y con el actuante Jesús Das Mercedes hace temporada en el Teatro San Martín,en Artígas.
¿Por qué tanto interés de los teatreros criollos por esa pieza estrenada en Munich (1981), la cual es una especie de filete mignon para las agrupaciones? No tenemos muchas respuestas, pero es obvio que se trata de un texto atractivo, que no requiere muchos gastos de producción, salvo el aparatoso instrumento musical, y además es una especie de reto para aquellos que pretendan ser actores y además monologantes. Y, según nuestro juicio, la versión española está editada y la fusilan cotidianamente, porque abarata los costos y además es “un sólido resuelve”, ya que no ingresan al país muchos textos teatrales, sin contar las digitalizaciones que viajan por la Web. Es, pues, delicada prueba de fuego para las nuevas generaciones de comediantes que se atrevan a llevarlo a escena.
El contrabajo, que no supera los 70 minutos de correcta interpretación, no es otra cosa que el melodrama de un músico enamorado de su instrumento y de una difícil dama que todavía no ha cedido a sus requerimientos. Es también toda una docta clase sobre la importancia del contrabajo en la orquesta, una disertación entretenida bien combinada con los líos amatorios del monologante. Todo se realiza dentro de una especie de espacio insonorizado, que es donde mora el caballero.
¿Por qué tanto interés de los teatreros criollos por esa pieza estrenada en Munich (1981), la cual es una especie de filete mignon para las agrupaciones? No tenemos muchas respuestas, pero es obvio que se trata de un texto atractivo, que no requiere muchos gastos de producción, salvo el aparatoso instrumento musical, y además es una especie de reto para aquellos que pretendan ser actores y además monologantes. Y, según nuestro juicio, la versión española está editada y la fusilan cotidianamente, porque abarata los costos y además es “un sólido resuelve”, ya que no ingresan al país muchos textos teatrales, sin contar las digitalizaciones que viajan por la Web. Es, pues, delicada prueba de fuego para las nuevas generaciones de comediantes que se atrevan a llevarlo a escena.
El contrabajo, que no supera los 70 minutos de correcta interpretación, no es otra cosa que el melodrama de un músico enamorado de su instrumento y de una difícil dama que todavía no ha cedido a sus requerimientos. Es también toda una docta clase sobre la importancia del contrabajo en la orquesta, una disertación entretenida bien combinada con los líos amatorios del monologante. Todo se realiza dentro de una especie de espacio insonorizado, que es donde mora el caballero.
Es, pues, un acto teatral grato y mucho más cuando se pondera a un respetable comediante emergente como Jesús Das Merces, quien ha sido bien llevado por la veterana educadora María Teresa Haieck y producido por AmarcorTeatro. Una institución que funciona desde el 25 de junio de 1990, cuando debutó con el montaje de El rey se divierte, de Víctor Hugo, en el Teatro Alberto de Paz y Mateos de Caracas. Desde ese momento ha intensificado sus labores con talleres de actuación, voz y expresión corporal, además de válidos espectáculos. Son gente buena y casada con el teatro, como lo han demostrado hasta ahora, a pesar de contar con magros recursos, los cuales “equilibran” con sus pasiones y sus propuestas escénicas.¡Buena suerte
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