Mimi Lazo se atrevió. Perdió un poco de esos extraños miedos que sufren las actrices. Abandonó -no se sabe hasta cuando- sus populares monólogos feministas El aplauso va por dentro de Mónica Montañés, y No seré feliz, pero tengo marido de Viviana Gómez Torpe, además el melodrama político Golpes a mi puerta de Juan Carlos Gene. Y ahora participa de manera muy destacada en el desopilante triangulo amoroso de Las quiero a las dos, el titulo alterno de Los japoneses no esperan, de Ricardo Talesnik (Argentina, 1938), que se exhibe en Corp Banca, bajo la dirección de Luis Fernández y con la coprotagonización de Carlos Mata y María Antonieta Duque.
Esta comedia, que es una inteligente y abierta invitación a reflexionar sobre la cruda verdad de su temática, que no es otra cosa que el fracaso del matrimonio burgués como simple formula para estar unidas dos personas bajo el mismo techo, fue presentada en Caracas hace varias décadas como una producción del Nuevo Grupo (en los años 70) y posteriormente, (en los 80) dirigida por el mismo autor, hizo larga temporada en el Teatro Las Palmas, interpretada por Gustavo Rodríguez, Cecilia Villarreal y María Conchita Alonso, pero llevando su titulo original: Los japoneses no esperan.
Y decimos que el trabajo interpretativo de Mimí Lazo es “muy destacado” en esta pieza de Talesnik, porque la verdadera estrella ahí es Carlos Mata. Sí, a quien pocas veces habíamos visto en un rol de exigentes características de comediante puro, no sólo por lo que dice y hace, sino por el ángel que tiene su personaje: Miguel, un caballero que ha decidido abandonar a Julia (Mimí), su esposa legitima, la legal, para irse con Isabel (María Antonieta Duque), la amante, pero fracasa en su intento, y al final las dos mujeres le dan una solución, que oscila entre lo fantástico y lo real. Pero el superprotagonista es él, ya que reconoce su sometimiento al amor, su esclavitud por la compañía que le brindan sus damas y su incapacidad para vivir en soledad. Es un hombre-niño incapaz de sobrevivir solo. Este Miguel no es otra cosa que el desnudo antihéroe machista, ese personaje del teatro y de la vida real que las mismas mujeres (con las madres a la cabeza) forman y usan como les conviene.
Podríamos incluso decir que Miguel marca una conducta social histórica desde el teatro, como antes lo hizo Nora, la antiheroína de Casa de muñecas de Henrik Ibsen, en 1879, pero dejemos esas disquisiciones para otras columnas, por ahora. Basta recordar que todo comienza porque un marido prepara su maleta para irse con su amante, pero su esposa lo sabe y para no dejarlo huir lo encierra con llave, mientras ella espera a que "la otra" aparezca para formar un escándalo.
Es la clásica estructura teatral del triángulo romántico burgués, que ha llegado hasta el agotamiento en el teatro estadounidense, pero que con los aportes de autores argentinos, como Talesnik, tiene otros ingredientes validos y de actualidad como el tema de la incomunicación, la libertad del hombre y el problema del ser humano que no quiere ningún tipo de ataduras, ni sociales ni legales en medio de una sociedad cada vez más agobiante.
La dirección, resuelta con acierto por Luis Fernández, y la sobria producción de Jorgita Rodríguez, permiten, pues, degustar una puesta en escena donde hay un espectacular duelo entre las actrices y el actor, una pugna que pasa de lo ridículo a lo patético y al final deja un nudo en la garganta, ya que el caballero finaliza con dos amantísimas mujeres…hasta que aparezca otra crisis generada por alguno de los tres ángulos de esa relación.
Esta comedia, que es una inteligente y abierta invitación a reflexionar sobre la cruda verdad de su temática, que no es otra cosa que el fracaso del matrimonio burgués como simple formula para estar unidas dos personas bajo el mismo techo, fue presentada en Caracas hace varias décadas como una producción del Nuevo Grupo (en los años 70) y posteriormente, (en los 80) dirigida por el mismo autor, hizo larga temporada en el Teatro Las Palmas, interpretada por Gustavo Rodríguez, Cecilia Villarreal y María Conchita Alonso, pero llevando su titulo original: Los japoneses no esperan.
Y decimos que el trabajo interpretativo de Mimí Lazo es “muy destacado” en esta pieza de Talesnik, porque la verdadera estrella ahí es Carlos Mata. Sí, a quien pocas veces habíamos visto en un rol de exigentes características de comediante puro, no sólo por lo que dice y hace, sino por el ángel que tiene su personaje: Miguel, un caballero que ha decidido abandonar a Julia (Mimí), su esposa legitima, la legal, para irse con Isabel (María Antonieta Duque), la amante, pero fracasa en su intento, y al final las dos mujeres le dan una solución, que oscila entre lo fantástico y lo real. Pero el superprotagonista es él, ya que reconoce su sometimiento al amor, su esclavitud por la compañía que le brindan sus damas y su incapacidad para vivir en soledad. Es un hombre-niño incapaz de sobrevivir solo. Este Miguel no es otra cosa que el desnudo antihéroe machista, ese personaje del teatro y de la vida real que las mismas mujeres (con las madres a la cabeza) forman y usan como les conviene.
Podríamos incluso decir que Miguel marca una conducta social histórica desde el teatro, como antes lo hizo Nora, la antiheroína de Casa de muñecas de Henrik Ibsen, en 1879, pero dejemos esas disquisiciones para otras columnas, por ahora. Basta recordar que todo comienza porque un marido prepara su maleta para irse con su amante, pero su esposa lo sabe y para no dejarlo huir lo encierra con llave, mientras ella espera a que "la otra" aparezca para formar un escándalo.
Es la clásica estructura teatral del triángulo romántico burgués, que ha llegado hasta el agotamiento en el teatro estadounidense, pero que con los aportes de autores argentinos, como Talesnik, tiene otros ingredientes validos y de actualidad como el tema de la incomunicación, la libertad del hombre y el problema del ser humano que no quiere ningún tipo de ataduras, ni sociales ni legales en medio de una sociedad cada vez más agobiante.
La dirección, resuelta con acierto por Luis Fernández, y la sobria producción de Jorgita Rodríguez, permiten, pues, degustar una puesta en escena donde hay un espectacular duelo entre las actrices y el actor, una pugna que pasa de lo ridículo a lo patético y al final deja un nudo en la garganta, ya que el caballero finaliza con dos amantísimas mujeres…hasta que aparezca otra crisis generada por alguno de los tres ángulos de esa relación.
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