¿Para dónde vamos? ¿Qué nos depara el futuro? ¿Cómo puede la cultura salvarnos? Son tres de otras variopintas preguntas que se hará el espectador tras ver al preciso espectáculo La guerrita de Rosendo y sumergirse en la metáfora sociopolítica que propone su autor Gilberto Pinto (Caracas, 1929). Una mensaje que se materializa en el Teatro Luisela Díaz gracias al director Carmelo Castro y al cuarteto de criollos (todos menores de 30 años) quienes asumen sus difíciles personajes ambientados en el último tercio del siglo XIX venezolano, ese que siguió a la Guerra Federal y preparó la llegada de los andinos al poder por más de 40 años.
Pinto en La guerrita de Rosendo presenta a un mulato que gracias a su astucia exhibe el grado de oficial de las tropas liberales (los amarillos), pero que es sometido a juicio por sus compañeros de armas, tras sus desmanes con la población, abuso de poder, corrupción y, por si fuera poco, violó a una mujer humilde. Todo parece culminar con el fusilamiento del militarzote, pero no es así. Ahí queda abierta la situación siempre crítica del ciudadano de pie frente al que tiene las armas y que con ellas apuntala, con razones o sin ellas, al poder gubernamental.
El montaje, el cual no supera los 65 minutos, bien logrado por Castro, es una tragicomedia donde todo está avisado. Rosendo Calcurían (Luis Serrano) vive sus últimos arrebatos hormonales con Ermelinda Hinojosa (Maryeliz Montilla), sin preocuparse que podrá ser apresado y rematado. Lo suyo es saciarse, porque no sabe si tendrá otro amanecer ante sus pupilas. Es de los que disfruta su momento, más nada. No existe, simplemente vive. A él y a todos los de su caleña no le importa para nada los demás. Y por eso se condena, porque sus asuntos personales están por encima de ideologías e intereses de las comunidades a las cuales pertenecen.
La metáfora artística que propone Pinto es obvia. Una advertencia para los que convivimos en esta sociedad, donde la tentación siempre está presente, pero es el ciudadano quien toma las decisiones. “El hombre es, lo que él se hace”, parafraseando a Jean Paul Sartre.
El mismo Pinto ha dicho que estamos a un paso del salvajismo total. Visto de esa manera, el único camino para salvarnos es la urgente refundación de los valores del país, promover una profunda educación basada en la libertad y volcarnos hacia la cultura. Mientras tanto, seremos hombres incompletos, como define Paulo Freire al ser humano sin educación.
El director Castro (sobrino nieto del general Cipriano Castro) afirma que el artista siempre arriesga, todos los días camina como el funámbulo sobre la cuerda floja sin redes de protección. Y en el caso de Pinto, este escribió La guerrita de Rosendo hace más 30 años, cuando la renta petrolera daba para todo los excesos, como ahora, y eso es lo que convierte a esta obra en un clásico porque no pierde vigencia. “Su mensaje está claro: todo movimiento político, por muy preñado de buenas intenciones que esté, estará condenado al fracaso si abriga la semilla de la corrupción y no lo combate con verdadero deseo de justicia. Sobran los ejemplos a través de la historia de la humanidad”.
Todo lo que se conoce de la dramaturgia de Pinto se enfoca de manera descarnada hacia lo social y político, eso quiere decir que toda su obra está muy comprometida. Y La guerrita de Rosendo, por la temática y los personajes, pareciera tocarnos muy de cerca en este momento. Pero no hay que olvidar que Venezuela desde 1811 ha tenido 25 constituciones o cartas magna y un Estatus Provisional, caso único en América. Eso habla de nuestra inmadurez política y de nuestra mezquindad a la hora de ponernos de acuerdo desde lo elemental hasta lo más trascendente.
Castro, que no es un director egoísta o ese que nada más le interesa solazarse llevando a escena con lo que se encapricha, a la hora de escoger la obra también piensa en el lucimiento para el actor y por supuesto que en el público, “la razón de nuestra existencia”, ya que “el teatro es un espejo y el espectador debe llevarse preguntas o respuestas, afirmaciones o inquietudes para su casa, eso es lo que hacemos en el grupo Thalia”.
Profesionales
Carmelo Castro (Caracas, 1954) reconoce que ensayaron tres meses, aunque trabajaba en el proyecto desde finales de 2007. La yunta protagónica del elenco pertenece al Grupo Thalía, conformada por Luis Serrano y Maryeliz Montilla. Daniel Landa, quien personifica a Cristóbal, se graduó en la Academia de Venevisión y ha trabajado con Levy Rossell; Christian Riveros, que es Jacinto, egresó del Centro Integral de Capacitación Actoral, y Jeskar Fuentes, El Cunaguaro, estudia en la Unearte y anteriormente en la Escuela Juana Sujo y en el Grupo Actoral 80. Ahora tratan de convocar a los espectadores durante la temporada que realizan en el Teatro Luisela Díaz. Después irán a las provincias y harán una temporada en otra sala caraqueña, durante el 2009.
Pinto en La guerrita de Rosendo presenta a un mulato que gracias a su astucia exhibe el grado de oficial de las tropas liberales (los amarillos), pero que es sometido a juicio por sus compañeros de armas, tras sus desmanes con la población, abuso de poder, corrupción y, por si fuera poco, violó a una mujer humilde. Todo parece culminar con el fusilamiento del militarzote, pero no es así. Ahí queda abierta la situación siempre crítica del ciudadano de pie frente al que tiene las armas y que con ellas apuntala, con razones o sin ellas, al poder gubernamental.
El montaje, el cual no supera los 65 minutos, bien logrado por Castro, es una tragicomedia donde todo está avisado. Rosendo Calcurían (Luis Serrano) vive sus últimos arrebatos hormonales con Ermelinda Hinojosa (Maryeliz Montilla), sin preocuparse que podrá ser apresado y rematado. Lo suyo es saciarse, porque no sabe si tendrá otro amanecer ante sus pupilas. Es de los que disfruta su momento, más nada. No existe, simplemente vive. A él y a todos los de su caleña no le importa para nada los demás. Y por eso se condena, porque sus asuntos personales están por encima de ideologías e intereses de las comunidades a las cuales pertenecen.
La metáfora artística que propone Pinto es obvia. Una advertencia para los que convivimos en esta sociedad, donde la tentación siempre está presente, pero es el ciudadano quien toma las decisiones. “El hombre es, lo que él se hace”, parafraseando a Jean Paul Sartre.
El mismo Pinto ha dicho que estamos a un paso del salvajismo total. Visto de esa manera, el único camino para salvarnos es la urgente refundación de los valores del país, promover una profunda educación basada en la libertad y volcarnos hacia la cultura. Mientras tanto, seremos hombres incompletos, como define Paulo Freire al ser humano sin educación.
El director Castro (sobrino nieto del general Cipriano Castro) afirma que el artista siempre arriesga, todos los días camina como el funámbulo sobre la cuerda floja sin redes de protección. Y en el caso de Pinto, este escribió La guerrita de Rosendo hace más 30 años, cuando la renta petrolera daba para todo los excesos, como ahora, y eso es lo que convierte a esta obra en un clásico porque no pierde vigencia. “Su mensaje está claro: todo movimiento político, por muy preñado de buenas intenciones que esté, estará condenado al fracaso si abriga la semilla de la corrupción y no lo combate con verdadero deseo de justicia. Sobran los ejemplos a través de la historia de la humanidad”.
Todo lo que se conoce de la dramaturgia de Pinto se enfoca de manera descarnada hacia lo social y político, eso quiere decir que toda su obra está muy comprometida. Y La guerrita de Rosendo, por la temática y los personajes, pareciera tocarnos muy de cerca en este momento. Pero no hay que olvidar que Venezuela desde 1811 ha tenido 25 constituciones o cartas magna y un Estatus Provisional, caso único en América. Eso habla de nuestra inmadurez política y de nuestra mezquindad a la hora de ponernos de acuerdo desde lo elemental hasta lo más trascendente.
Castro, que no es un director egoísta o ese que nada más le interesa solazarse llevando a escena con lo que se encapricha, a la hora de escoger la obra también piensa en el lucimiento para el actor y por supuesto que en el público, “la razón de nuestra existencia”, ya que “el teatro es un espejo y el espectador debe llevarse preguntas o respuestas, afirmaciones o inquietudes para su casa, eso es lo que hacemos en el grupo Thalia”.
Profesionales
Carmelo Castro (Caracas, 1954) reconoce que ensayaron tres meses, aunque trabajaba en el proyecto desde finales de 2007. La yunta protagónica del elenco pertenece al Grupo Thalía, conformada por Luis Serrano y Maryeliz Montilla. Daniel Landa, quien personifica a Cristóbal, se graduó en la Academia de Venevisión y ha trabajado con Levy Rossell; Christian Riveros, que es Jacinto, egresó del Centro Integral de Capacitación Actoral, y Jeskar Fuentes, El Cunaguaro, estudia en la Unearte y anteriormente en la Escuela Juana Sujo y en el Grupo Actoral 80. Ahora tratan de convocar a los espectadores durante la temporada que realizan en el Teatro Luisela Díaz. Después irán a las provincias y harán una temporada en otra sala caraqueña, durante el 2009.
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