Pocas veces un espectáculo teatral nos ha entusiasmado tanto. Su texto, intervenido por un sólido puestita venezolano, además de su pulcra producción y la realización profesional del montaje, nos ha permitido disfrutar de un auténtico trabajo artístico, como pocos hemos visto en lo que va de la temporada 2008-2009.
Tras esta introducción, hay que agradecer al productor Tullio Cavalli y al director Orlando Arocha y sus diestros actores Diana Volpe, Elio Pietrini y Albi De Abreu porque han materializado un conmovedor y ejemplar espectáculo La fiesta, creado sobre el texto del dramaturgo Spiro Scimone (Italia, Mesina,1964), en ese mágico escenario de la Sala Experimental del Celarg.
Agradezco no sólo por lo que a mi respeta, sino porque el público se los reconocerá eternamente, ya que ese montaje, lúdico y grato además, es clase magistral sobre sociología familiar, núcleo básico de las sociedades occidentales, desde que Roma civilizó a Europa e impuso sus leyes, algunas de las cuales aún imperan, con ciertos maquillajes. Quienes no conocían los orígenes de la más fiera dictadura que existe en el mundo y a la cual se disfruta, se ama o difícilmente se repudia, pues lo aprenderán y terminarán aplaudiendo a rabiar. ¡Ahí están esas madres, padres y hermanos que tenemos o somos!
Y como no puede existir familia sin madre, pues La fiesta es un modesto ágape que organiza y ejecuta la señora de la casa para recordar los 30 años de matrimonio con el progenitor indudable del hijo. Pero durante los prolegómenos de esa mínima fiesta, con torta de chocolate y botella de champagne, se desnudan todos los mecanismos de la convivencia del triángulo familiar y hasta es posible reflexionar sobre la madre que lo domina todo y además impone lo que hará su vástago, a quien desde ya le recomienda, por ahora, una muchacha virgen, porque, según ella, así tienen que llegar las hembras al matrimonio.
La madre es la gobernanta de todo, quien amorosa e impositiva pela y da la fruta al padre, decide los niveles de sal de la ensalada que él consume, cuida del calentador de agua para el matinal baño, sube o baja el volumen del televisor que transmite el partido de fútbol, y quien en medio de la mínima fiesta le quita la botella a su marido para que no se emborrache. Es la tirana a quien todos odian y quieren matar, pero nadie le toca un cabello, porque se les cae el mundo y sería la ruina social o moral.
Esos tres humanos seres teatrales, materializados en la escena con depurados conceptos estéticos hiperrealistas, son arquetipos de millones de personas como ellos que, con muchas dificultades y terribles complejos de culpa, intentarán romper tales ordenamientos, pero ellos mismos, más temprano que tarde, los impondrán en las familias que formen u originen. ¡Nadie escapa de esa rutina milenaria!
No es original Scimone en la temática, pero construye un argumento, de corte beckettiano, donde “entre malentendidos fingidos y respuestas esperadas, reina una confusión muy ordenada que le permite al padre todos sus caprichos malhumorados, a la madre todas sus fantasías obsecuentes y al hijo sus escapadas de solterón”.
La dirección adelantada por Orlando Arocha (54 años) demuestra su madurez profesional y en especial su equilibrio para marcar los personajes y llevar a sus actores a un estado de perfección que pocas veces se ve en la escena criolla. Uno de sus positivos aportes a la escena es el manejo del lenguaje gestual de sus intérpretes, quienes dicen más con sus muecas o sus desplantes que lo que pide el autor en cada una de sus líneas. Ahí, por supuesto destaca Diana Volpe en un rol que marcará historia en el teatro venezolano, pero también sus compañeros hacen sus personajes con la precisión adecuada y el ritmo que requiere el montaje, que no supera los 60 minutos.Los espectadores reflexionarán sobre el estado y el sentido de la familia, nido de afectos y trampa de convivencias obligadas. ¡Un teatro que llega para clarificar dudas y recordar fracasos!
Tras esta introducción, hay que agradecer al productor Tullio Cavalli y al director Orlando Arocha y sus diestros actores Diana Volpe, Elio Pietrini y Albi De Abreu porque han materializado un conmovedor y ejemplar espectáculo La fiesta, creado sobre el texto del dramaturgo Spiro Scimone (Italia, Mesina,1964), en ese mágico escenario de la Sala Experimental del Celarg.
Agradezco no sólo por lo que a mi respeta, sino porque el público se los reconocerá eternamente, ya que ese montaje, lúdico y grato además, es clase magistral sobre sociología familiar, núcleo básico de las sociedades occidentales, desde que Roma civilizó a Europa e impuso sus leyes, algunas de las cuales aún imperan, con ciertos maquillajes. Quienes no conocían los orígenes de la más fiera dictadura que existe en el mundo y a la cual se disfruta, se ama o difícilmente se repudia, pues lo aprenderán y terminarán aplaudiendo a rabiar. ¡Ahí están esas madres, padres y hermanos que tenemos o somos!
Y como no puede existir familia sin madre, pues La fiesta es un modesto ágape que organiza y ejecuta la señora de la casa para recordar los 30 años de matrimonio con el progenitor indudable del hijo. Pero durante los prolegómenos de esa mínima fiesta, con torta de chocolate y botella de champagne, se desnudan todos los mecanismos de la convivencia del triángulo familiar y hasta es posible reflexionar sobre la madre que lo domina todo y además impone lo que hará su vástago, a quien desde ya le recomienda, por ahora, una muchacha virgen, porque, según ella, así tienen que llegar las hembras al matrimonio.
La madre es la gobernanta de todo, quien amorosa e impositiva pela y da la fruta al padre, decide los niveles de sal de la ensalada que él consume, cuida del calentador de agua para el matinal baño, sube o baja el volumen del televisor que transmite el partido de fútbol, y quien en medio de la mínima fiesta le quita la botella a su marido para que no se emborrache. Es la tirana a quien todos odian y quieren matar, pero nadie le toca un cabello, porque se les cae el mundo y sería la ruina social o moral.
Esos tres humanos seres teatrales, materializados en la escena con depurados conceptos estéticos hiperrealistas, son arquetipos de millones de personas como ellos que, con muchas dificultades y terribles complejos de culpa, intentarán romper tales ordenamientos, pero ellos mismos, más temprano que tarde, los impondrán en las familias que formen u originen. ¡Nadie escapa de esa rutina milenaria!
No es original Scimone en la temática, pero construye un argumento, de corte beckettiano, donde “entre malentendidos fingidos y respuestas esperadas, reina una confusión muy ordenada que le permite al padre todos sus caprichos malhumorados, a la madre todas sus fantasías obsecuentes y al hijo sus escapadas de solterón”.
La dirección adelantada por Orlando Arocha (54 años) demuestra su madurez profesional y en especial su equilibrio para marcar los personajes y llevar a sus actores a un estado de perfección que pocas veces se ve en la escena criolla. Uno de sus positivos aportes a la escena es el manejo del lenguaje gestual de sus intérpretes, quienes dicen más con sus muecas o sus desplantes que lo que pide el autor en cada una de sus líneas. Ahí, por supuesto destaca Diana Volpe en un rol que marcará historia en el teatro venezolano, pero también sus compañeros hacen sus personajes con la precisión adecuada y el ritmo que requiere el montaje, que no supera los 60 minutos.Los espectadores reflexionarán sobre el estado y el sentido de la familia, nido de afectos y trampa de convivencias obligadas. ¡Un teatro que llega para clarificar dudas y recordar fracasos!
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