domingo, enero 04, 2009

El reposo de Rial

No sabemos si Mauricio Ortega salió vivo o muerto de la Prisión de Fyffes, siniestro campo de concentración en Tenerife donde el general Francisco Franco encerró a una parte de los canarios republicanos opositores a su tiránico régimen. Pero sí conocemos a José Antonio Rial, sobreviviente de esa ergástula y otras cárceles del auto apodado Caudillo de España por la gracia de Dios, quien, tras sacrificar siete años, un mes y cinco días de su vida, logró instalarse aquí en Caracas, desde los fugaces tiempos del presidente Rómulo Gallegos y la dictadura del coronel Marcos Pérez Jiménez, y donde se ha quedado para ver la ultima puesta del sol de su vida.
José Antonio, a diferencia de Mauricio, el protagonista de su novela La prisión de Fyffes, a quien los franquistas le perdonaran la vida por 30 años de cárcel, cuando llegó a Venezuela se dedicó de lleno a la vida cultural como escritor y periodista -trabajó durante varias décadas en el matutito El Universal- y además dirigió y animó, durante casi dos décadas, al importante programa de televisión dedicado a las artes escénicas: El rostro y sus máscaras, en el canal 5, una inolvidable empresa cultural del Estado, la cual fue regalada a la Iglesia Católica de Venezuela por el presidente Rafael Caldera, durante el último día de su mandato constitucional.
Precisamente el teatro venezolano, y en especial el grupo Rajatabla, recibieron los beneficios de las más importantes obras de José Antonio. La muerte de García Lorca, Bolívar y Cipango, además de La fragata del sol, que se estrenó como telepelícula para el canal 8 y después se hizo teatro en un escenario de Tenerife, lo convirtieron en el dramaturgo más codiciado de Venezuela, porque con Carlos Giménez trabajó “en llave” para lograr los guiones teatrales adecuados para esos notables espectáculos, algunos de los cuales se exhibieron en eventos internacionales.
José Antonio sigue lamentando que la muerte “del Carlos” (18 de marzo de 1993) lo haya privado de ese amigo creador. Afirma que ese mutis ha sido demoledor para Rajatabla. “Sigue existiendo la institución, sí, pero ya no es lo mismo; perdió su brújula, aunque su gerente, el buen amigo Francisco Alfaro, ha trabajado endemoniadamente para que no se hunda ese barco que ha beneficiado a toda la comunidad. Ellos, incluso, me han escenificado otros textos, como Sucre, el sueño del hombre y el monólogo Un hombre de otros tiempos, que encarnó el primer actor Carlos Márquez. Cuando Giménez muere, algunos de sus alumnos ensayaban un texto mío, Darién, sobre Vasco Núñez de Balboa, pero nunca más supe que pasó con ese proyecto”.
A pesar de las normales limitaciones físicas por su avanzada edad –en ruta hacia los 98 años- no se rinde, ni tampoco le falla su memoria y ahora dispone de todo el tiempo para la creación. Prepara otros productos literarios, los cuales espera ver editados o representados, como aquel espectáculo para niños que le hicieron con su texto La Cenicienta en Palacio, bajo la dirección de Mario Sudano y producido por la agrupación Teatro del Canovacio.
Él, como su personaje Mauricio Ortega, no teme a lo que vendrá. Conoce, muy bien, porque estuvo preso y esperando al pelotón de fusilamiento, que “el miedo tenía un sabor íntimo, podrido e indescifrable. Ni un poeta, ni Antonio Machado mismo, lograría nunca traducirlo a metáfora, hasta hacer paladear a otra persona el nauseabundo regusto”.
Comenta, con palabras, cansadas sí, pero precisas, que nunca pensó en llegar ser el más longevo de los teatreros venezolanos, superando a Fernando Gómez con 92 y Romeo Costea con 87. No tiene pacto secreto alguno con ninguna fuerza oculta para haber sobrevivido tantos años. Nunca pensó que duraría tanto. Pero, si cree, y que se le perdone su inmodestia, haber sido útil a esta Tierra de Gracia, donde pudo casarse con Clorinda, amarse durante seis largas décadas, engendrar y criar a sus dos hijos, y entregarse de lleno al periodismo durante décadas, además de escribir sus novelas y ver representadas, con envidiable éxito, la mayoría de sus piezas teatrales.
Machaca que no tiene miedo a la muerte porque en la prisión de Fyffes conoció su cara y sintió en la nariz su emanación.
Novela y teatro
Nació en Cádiz el 26 de abril de 1911 y a los 20 meses se lo llevaron a las islas Canarias, donde se educó y logró debutar en el periodismo y además abordó la novelística y el teatro. Además de La prisión de Fyffes, entregó Venezuela Imán, Jezabel, Gente de mar, Segundo naufragio y Tiempo de espera, porque la narración era su “pasión desmedida”, aunque el teatro lo hizo más popular. Su primera pieza, Entelequias, la escribió a los 18 años y en 1935 publicó Viaje interior. La fraticida contienda -arrojó más de un millón de muertos- le quitó la libertad física, pero su cerebro siguió creando y nunca más se detuvo, y menos cuando salió el sol para sus ideas. Ahora reposa, descansa de los acosos a que ha estado sometido desde aquel inolvidable 18 de julio de 1936, y espera que pronto su computadora sea reparada, porque necesita seguir escribiendo. El sol todavía no cae para él.


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