Gracias a Dios-el único que puede
impedirlo-en América no hubo, ni hay
hasta ahora, intensos experimentos sociopolíticos como los que hicieron
los nacionalsocialistas (nazis) en Alemania (1933-1945) y los fascistas en
Italia (1922-1945). Sus líderes Adolfo Hitler y Benito Mussolini, quienes sí generaron
y participaron en la Segunda Guerra Mundial, pagaron con sus vidas y las ruinas
de sus naciones tales torpes apetencias de insensato poderío.
La tentación nazifascista acompaña a los gobiernos americanos, como sucedió en el Cono Sur. Nunca se aplicó con el rigor
italogermano, aunque no escasearon asesinatos y persecuciones racistas o
étnicas. Este continente no está vacunado contra tal
maldición, pero las izquierdas políticas y culturales duermen con un ojo abierto
por si acaso “el huevo de la serpiente”
vuelve a ser empollado. En esta Caracas libertaria hubo amagos mussolinianos en los años 40 y los judíos estuvieron en la mira, pero el partido militar cambió de diana y apuntó para otro lado, aconsejado por los sionistas de la Casa Blanca.
Nadie ignora en este siglo XXI los excesos
nazifascistas porque los medios de
comunicación y la superindustria audiovisual, acrecentados desde los años 50, han fabricado
una multisápida panoplia de espectáculos donde los archimalos ya se sabe
quiénes son y además se reitera que no resucitarán, aunque George Orwell, en su novelón 1984 , vislumbra como la humanidad está amenazada por otro
Frankestein, similar al de Hitler y Mussolini, aunque la reacción, quizás
adelantada, han sido los movimientos de los indignados que recorren a Europa y
parte de este balcanizada América para pedir o imponer un autentico cambio
social.
Sin pretender rivalizar con ese
emporio comunicacional, el venezolano Luigi Sciamanna ha recordado la maldad
nazifascista con su obra La novia del gigante, rocambolesca historia de amor de la guía Lidia Montalcini (María Fernanda Ferro)
de la Galería de la Academia de Florencia- que exhibe la monumental
escultura “David” de Miguel Ángel
Buonarroti- y la estrujante persecución antisemita que le montan el comandante
Talo( Antonio Delli) y su médico esbirro (Gerardo Soto), bajo las impotentes
miradas del Cardenal de Florencia (Armando Cabrera) y el profesor Innocenti
(Elio Petrini).Todo eso dentro de la alucinante alianza de Berlín y Roma para apoderarse de Europa y del mundo.
Vimos dos veces este espectáculo ante
la seriedad de su argumentación y el ultra profesionalismo del autor y
director, además de las brillantes caracterizaciones, especialmente de la Ferro
y Delli. Sin embargo, la pieza es
redundante en la información sobre
la locura nazifascista y la conducta de la Iglesia para no ser
avasallada por los poderes terrenales, lo cual alarga innecesariamente el discurso y el tiempo
escénicos. Es, dicho en términos gastronómicos, mucha guarnición para servir
la carne de cordero de esa cena teatral, o sea el sacrificio de esa amorosa judía
italiana, y el tiempo es ahora muy importante en estos inseguros tiempos.
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