Isaac
Chocrón Serfarty no ha muerto si lo recuerdan y se organizan cómo invocarlo. Ese
venezolano (Maracay, 25 de septiembre de 1930) desafió siempre a la sociedad
que pretendió negarle su derecho al amor y al disfrute sin cortapisas. Y por
eso utilizó las artes literarias para recrear lo que hizo, cómo lo hizo y
también lo que dejó de hacer a lo largo de sus bien vividos 81 años (Caracas, 6
de noviembre de 2011). Revive gracias a su treintena de obras teatrales,
novelas y ensayos, además de múltiples anécdotas de su biografía, aún no escrita. Y da consuelo, sabiduría y sana alegría para
afrontar el proceloso camino de la vida.
Gracias
a las ciencias económicas que estudió, comprendió, visualizó, probó y
evaluó como son las relaciones sociales
de producción y sus efectos entre los
seres humanos, conflictuados además por las necesidades, deseos, preocupaciones
y miedos. Y por eso su teatro está impregnado de ofertas, demandas y compraventas con dinero
contante y sonante y otras con inteligentes
o torpes manipulaciones de sentimientos, con técnicas conscientes puras
o vulgares jugadas mercantiles.
Dos
obras de su producción dramática son enfáticas al plasmar personajes empeñados en comprar lo que
necesitan o en vender lo que tienen o lo que nos les pertenece. Okey
(1969) y Asia y el Lejano Oriente (1968) son textos que deben ser
representados por su total vigencia, no solo para los venezolanos.
Okey
muestra
a una costurera cuarentona sobreviviendo con un vago treintón e intentando
exorcizar el hastío de su pobreza, hasta que una madura y rica viuda requiere de los servicios de la modista, sin sospechar que los tres
terminarán conviviendo en un lujoso penthouse, disfrutando del consentido
triángulo sentimental y erótico. Estalla el conflicto, se resuelven los celos y
la vida continúa, porque todo tiene precio y las necesidades humanas son urgentes. Ese singular trío existió en la vida real y vivía en una transversal de la popular Sabana Grande de la Caracas de los años 50 y 60 del siglo XX.
Asia y el Lejano Oriente es la
urticante historia de cómo unas clases sociales deciden liquidar su país a empresas
extranjeras y recibir sendos y jugosos cheques, a cambio. Fue estrenada por El
Nuevo Grupo y repuesta por la Compañía Nacional de Teatro, según la puesta en escena creada por Román Chalbaud, durante su etapa inaugural
en aquel 1985. Ahora, en este incierto siglo XXI, retornó a la escena de CorpbancaBOD por la vertical
pasión de Federico Pacanins y los bien preparados jóvenes Marinés Hernández,
Rodolfo Alonzo, Teo Gutiérrez, Nena Agudelo, Alejandro Grossmann, Daniella
Niño, Estefanía Gómez, Eliú Ramos, Mayerling Rodríguez y Estefanía Pérez, acompañados por la baterista Ana Díaz. ¡Artistas
patriotas comprometidos y con toda una tonelada de talentos por explotar y acrecentar!
Pacanins
con su versión escénica acentúa como se consuma la venta de un país por el
contubernio de intelectuales y políticos, quienes cansados de tantas desgracias
sociales, consecuencias del desgobierno o la mala gerencia, buscan ponerle un
precio a su nación con la esperanza de resolver sus problemas generales y especialmente
los personales. En Argentina, hace algunos años pasó algo parecido y el
jocoso lema de la gente, pensante, era: “El
último que se vaya que apague la luz”. Una muestra más del neocapitalismo o
del capitalismo salvaje que se impuso “a sangre y fuego” o a punta de “chequerazos”
en América Latina y en Europa hasta ahora. Y hay que aclarar que el autor no
militó nunca en el comunismo criollo o tendencia socialista alguna.
Los
diálogos corales de los personajes acentúan las similitudes con diversas etapas
de la historia venezolana y brotan de inmediato las comparaciones. Isaac Chocrón
Serfaty, pues, abre los ojos a las nuevas generaciones, de espectadores y artistas
especialmente.
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