El teatro comercial venezolano,
público o privado, se financia vendiendo
boletos entre 20 y 160 bolívares. Es un importante tópico cultural, pero
en ocasiones algunos seres obtusos atacan su rumbosa existencia para intentar
escindir socarronamente al movimiento artístico. Juana Sujo, Horacio Peterson,
Carlos Giménez, Jorge Palacios, Esteban Trapiello, Moisés Guevara y, más
recientemente, Eduardo Fermín, son algunos de los productores de memorables
espectáculos comerciales exhibidos en
Venezuela durante los últimos 60 años.
Desde la aparición del Trasnocho
Cultural (2001), la comercialización teatral se acrecentó con nuevas
agrupaciones empeñadas en apuntalar al sector privado, de tal manera que al
avanzar la segunda década del siglo XXI ya en Caracas se ofertan durante los
fines de semana no menos de 50 montajes, no solo en salas convencionales sino
también en bares, discotecas y restaurantes; incluso, algunos de esos espacios
improvisados violentan todas las normas de seguridad contra incendios y otros
tipos de catástrofes, las cuales no se han presentado aún porque los dioses
teatrales velan por sus criaturas terrenales.
La mayoría de esos teatros
comerciales – y es un sustantivo y no un adjetivo- plasman argumentaciones
abiertamente eróticas, donde pululan desnudeces que no asustan a nadie, o con discretas liviandades sexuales, como
las que muestra la pieza Taxi,
escrita en 1989 por Ray Cooney, la cual se exhibe en CorpbancaBOD, dirigida por
Juan Souki, una producción de Eduardo
Fermín y Sonia Villamizar y con la protagonización de Roberto Lamarca,
Guillermo García, Sonia Villamizar, Dayra Lambis, César Bencid y Augusto Nitti.
Taxi, que hace su segunda temporada y contabiliza 7.300 espectadores después de
23 funciones, es una saga de adulterio cometido por un taxista caraqueño, quien
tiene dos hogares y sendas esposas, pero, desgraciadamente, un accidente altera
su rutinaria vida y tiene que tejer fino y abusar de su suerte para salvar sus
matrimonios y evitarse males mayores, como serían las típicas demandas
judiciales y las sanciones morales, etcétera.
La argumentación de Taxi y de otras piezas de sus
características, donde el disfrute del placer sexual es la moneda común o el
disfrute en perspectiva, luce, para nosotros, ya casi desfasada con los tiempos
actuales. No porque las sociedades hayan cambiado radicalmente, sino porque el
cine y la televisión usaron dichos
cuentos y los recrearon de tal manera, que al verlos en montajes teatrales están
atrasados y sin ningún novedoso aporte lúdico. Otra vez más, el cine devora al teatro y lo seca o lo envejece, de ahí que los dramaturgos
deben trabajar contra el tiempo y las nuevas técnicas en pos de novedosos argumentos.
¡Viene otro teatro a juro!
En Taxi resaltamos la precisa dirección de Souki y la perfecta
sincronización actoral a lo largo de
veloces 90 minutos. Sus intérpretes desafían no solo al mínimo espacio
donde se desenvuelven, sino que recrean sus insólitos personajes, en especial
Lamarca y García, los mejores por los respectivos performances de sus
increíbles personajes, para nosotros. ¡Aplausos para todos!
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