Indira Páez, escritora y dramaturga,
divorciada y madre de Oriana y Nicolás,
da su batalla existencial como venezolana de 45 años en Miami. Y desde el
pasado viernes 17 le exhiben su reciente pieza Hombres de bar en bar en
EL BAR, sitio emblemático y maravilloso en Coral Way, tipo cabaret concert.
Hombres de bar en bar está basada en
sus experiencias como divorciada y disfrutando la soltería después de tantos
años de casada. “Allí, abordo cinco personajes masculinos y cuento la anécdota
desde sus puntos de vista. Entrevisté a muchos hombres para escribir la obra,
intenté ponerme en los zapatos masculinos, para captar su visión de la vida y
de las relaciones de pareja, que es en definitiva el tema que me mueve. El hilo
conductor es una mujer, pero los conflictos giran alrededor de estos cinco
hombres deliciosos”, reitera la Páez.
-¿Cuantos años y obras en Miami?
-Tengo cuatro años y medio en Miami.
Llegué en enero de 2008. Desde que me instalé me han escenificado: Mujeres
de par en par que es una recopilación de textos míos; Sonrisa vertical,
una suerte de bohemia teatral y Amanecí como con ganas de morirme, una pieza de 2002. Hasta ahora, no
había estrenado acá, porque no había escrito nada desde 2007. Mi vida estaba
enfocada en mi mudanza, en la cantidad de cambios personales que he sufrido (y
gozado) en los últimos años. Apenas ahora retomo la escritura teatral, con
renovada pasión. En total, he escrito unas 12 piezas, entre infantiles y de
adultos. No me considero una dramaturga productiva. Supongo que no tengo
suficiente tiempo... ¡o cerebro! Trabajo en Telemundo desde el 2010,
gracias a Dios... y al venezolanote Roberto Stopello. Escribo para la página
web www.telemundo.com y soy dialoguista para los estudios. He estado en
el equipo de escritores de las teleseries Relaciones peligrosas y Rosa diamante. Amo mi
trabajo y la telenovela es otra de mis grandes pasiones.
-¿Cómo anda el movimiento teatral
en Florida?
-La movida latina es rica, variada,
multicultural y amplia. Además, cada vez se ve menos la sectorización del
teatro en términos de nacionalidades. He trabajado con cubanos, colombianos,
mexicanos, argentinos, venezolanos, nicaragüenses, boricuas y pare de contar. Jamás
he sentido discriminación ni nada por el estilo. Al contrario. Hay venezolanos
que han abierto la puerta para otros: Beatriz Urgelles (hija de Thaelman,
excelente productora teatral) es una incansable luchadora por el teatro de
nuestra ciudad. Manuel Mendoza es indomable, una máquina de producir éxitos.
Raúl González como socio de Manuel ha despertado mucho interés en las tablas.
Miguel Ferro también ha sido una figura muy importante en la producción de
obras emblemáticas como A 2,50 la cubalibre (dirigida en su estreno acá
por Roberto Stopello). Elaiza Irizarry ha hecho una labor titánica en el área
de teatro para niños y jóvenes, tanto en español como en inglés. Creo que todos
ellos han permitido que otros venezolanos pudiéramos colarnos en el panorama
teatral miamense, históricamente regido
por nuestros colegas cubanos, que obviamente son mayoría en esta región. Aparte
de las producciones locales, siento que cada vez hay más obras venezolanas que
vienen a presentarse acá, con un éxito increíble. Luis Fernández, Mimí Lazo,
Elba Escobar, Luis Chataing y muchos otros, han venido con sus espectáculos y
han alcanzado llenos rotundos. Mariela Romero este año produjo un festival de
monólogos, con la colaboración de Martha Pabón. Y así, muchos otros. Cada vez se abren más espacios escénicos. Uno
de los movimientos más interesantes que a mi parecer ha habido en los últimos
años, es la instalación del Microteatro, una iniciativa del Centro Cultural
Español, el cual permite disfrutar de obras cortas en temporadas rotativas, con
muestras de todas partes del mundo. Es una suerte de minifestival teatral
permanente. Una maravilla.
El derecho de autor
Sobre el plagio de obras teatrales y
el desconocimiento de los derechos de autor, Indira Páez afirma lo siguiente: “La
propiedad intelectual es una de las propiedades más difíciles de defender. Es
un territorio amplio, y muchas cosas caben. En lo personal me considero
bastante generosa con mis textos. Escribo cuadros, monólogos, y la gente los
"corta", los "cose" y los "pega" como quiere. A
veces me entero, otras no. A veces he visto obras escritas por mí y no las
reconozco. Están plagadas de palabras soeces, groserías, descontextualizadas,
muy alejadas del texto original. He tratado de vivir tranquila con eso, porque
entiendo el teatro como un acto de amor y de desprendimiento. Disfruto el
placer de escribir. Luego, lo que suceda con esos textos, no me pertenece. No
hago teatro por dinero, ni por fama. Es sencillamente un acto íntimo de
catarsis y terapia, desahogo y confesión. Un desnudo, un despojo. Siempre he
creído que la escritura me ha salvado de la locura y de la depresión. Entonces,
cuando alguien decide montar un texto mío, me alegra, me honra, pero no tengo
control alguno. Esa es la verdad. Sin embargo, hay actores, productores,
directores, que llegan al extremo de sentirse los dueños de la obra. Eso me
parece sencillamente un acto de confusión, porque las ideas y las palabras son
el único capital de quien escribe. Mis obras son mis hijos. Son la herencia de
Oriana y Nicolás. Es todo lo que les he podido dar hasta ahora. No tengo
posesiones materiales. Así que las letras es todo lo que quedará de mí el día
que deje este mundo. Ni los productores, ni los actores, ni los directores,
pueden adueñarse de las palabras que salieron de la cabeza de un autor. Quienes
estrenan una obra, a veces se sienten "dueños" de ella para siempre.
Y no es así. No estoy de acuerdo. La exclusividad tiene límites temporales y
territoriales y la cesión de derechos es un acto de amor del autor, que termina
cuando y como el autor lo decide. Es lo único sobre lo cual el autor tiene
control, porque el autor no controla ni la dirección, ni la adaptación, ni las
actuaciones, ni las interpretaciones libérrimas de sus textos. Sin embargo, y
dentro del marco de la ley, los autores pueden decidir cesar un contrato de
exclusividad si siente que sus textos han sido desvirtuados, por ejemplo. En
fin, creo que, no hay dinero en el mundo que pague un derecho de autor infinito
o una exclusividad eterna, mucho menos un plagio, un robo o una copia. Las
palabras, son de quien las necesite, sí. Pero pertenecen al que las creó. Es mi
humilde opinión”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario