José Ignacio Cabrujas afirmaba que Cayito Aponte era uno
de los mejores actores del mercado teatral durante la década de los 80 y hasta
soñó invitarlo a participar en uno de sus proyectos. Eso nunca se consumó en la
escena…ni el espacio ni los tiempos venezolanos lo permitieron jamás.
Y recordamos esa anécdota, relatada sensiblemente por la
productora y autora Iraida Tapias, porque hemos visto y disfrutado con la gran
performance que Cayito Aponte desarrolla en el unipersonal Los taxistas también tienen su
corazoncito, excelentemente escrito y bien puesto en escena por Néstor Caballero (1951) y
Vladimir Vera (1978), respectivamente, en la sala experimental de CorpbancaBOD, donde hace temporada.
A Los
taxistas también tienen su corazoncito lo vimos por vez primera, hacia 1989, en la sala Horacio
Peterson, con el actor Omar Gonzalo, bajo la égida de Rubén Rega. Pero Caballero,
quien nunca queda satisfecho con lo que le revelan sus piezas desde la escena, siempre
revisa y reescribe sus textos en pos de una perfección mayor, tal como lo hacía
su amigo Rodolfo Santana, pero sin caer en el “obricidio”. Volvió a sumergirse en
los meandros de Los taxistas también… y
de ahí sacó otra obra, la cual tampoco
será la definitiva, y se la entregó a la
productora Jorgita Rodríguez para que la hiciera espectáculo.
Jorgita Rodríguez, pequeña de estatura, pero ambiciosa en
sus proyectos, almorzó con el publicista y crítico Douglas Palumbo y el postre
fue la invitacìón para que Cayito Aponte
se involucrara en el montaje; este, por supuesto, a sus 78 años no tiene miedo-
nunca lo tuvo- al trabajo artístico y más si lo que le proponen le gusta o lo
ha vivido. ”Le eché pichón, tras devorarme sus páginas”, dijo después en charla con la prensa.
Es así que Los
taxistas también tienen su corazoncito, en versión 2013, inició otra vez su
periplo teatral, para enseñar lo que siempre fue: una hermosa y desgarrada historia
de amor con final trágico; la parábola existencial del modesto taxista Rubén
Sarmiento y la revolucionaria comunista Milagros Daza, otra saga digna de ser
llevada al cine, ese que indaga en el pasado para rescatar las claves de nuestra historia
democrática.
Rubén Sarmiento entra a escena con una maleta y busca, en un semi abandonado taller mecánico, los restos de su taxi ”Pepòn”,
y ahí, en un santiamén, tras crear la básica ambientación, se desgrana su
historia, apuntalada con la música venezolana de siempre, que va desde el 17 de
octubre de 1945, en El Nuevo Circo, vísperas del derrocamiento del general presidente
Medina Angarita, hasta la muerte de su esposa Milagros Daza, en los aciagos meses
de 1962, tras evocar a Betancourt, Gallegos, Pérez Jiménez y el legendario
Pedro Estrada, a quien le hizo una carrera al Palacio de Miraflores.
Caballero toma la historia venezolana y la ficciona para
que su prédica ideológica y la metáfora estremezcan al público, las cuales en
esta ocasión anudan las entretelas de los espectadores por la rigurosa composición
del Rubén logrado por Cayito, utilizando la panoplia de un comediante que usa cuerpo,
voz y su cansancio para crear tan hermoso espectáculo.
Cayito, veterano de muchas lides teatrales y operáticas,
utiliza todos los recursos aprendidos y crea, esa es la verdad, a un ser de
carne y hueso, enamorado de su país y enloquecido por los amores de la
comunista Milagros, a quien conoció porque la llevó a Las veredas de Coche en
una Navidad que jamás olvidará.
Deberían los profesores de actuación de Unearte, o de
alguna de las escuelas de teatro que hacen vida en Caracas, solicitar de la
productora Jorgita Rodríguez una clase de actuación con Cayito, porque así, en
caliente, podrían aprehender de las técnicas y de los trucos que Cayito Aponte
usa, además del mágico uso que hace de su aparato foniátrico. Él, por supuesto,
estará feliz de ser tomado en cuenta por “los nuevos pichones” que tiene el
arte escénico criollo.
El autor Néstor Caballero, por supuesto, sigue revisando
los textos escritos, casi una veintena, y adelantando otros, además de una
novela.
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