Honrar honra, predica José Martí. Y lo citamos porque es
momento de reconocer y exaltar al Grupo Actoral 80, fundado hacia 1983, el cual
se ha convertido en referencia obligada del buen teatro venezolano, gracias a las
directrices de su fundador Juan Carlos Gené (Buenos Aires,06.11.29/ 31.01.12.) y por la paciencia y el trabajo
constante de su actual director, Héctor Manrique, quien ha podido aglutinar y ayudar a formar dos generaciones
de comediantes y así ofrecerle al público una serie valiosa de espectáculos
desprovistos de estridencias y siempre bien realizados.
Al cabo de
tres décadas, el GA80 lidera, pues, un movimiento artístico centrado en la programación
de la mejor dramaturgia, nacional y foránea, al mismo tiempo que capacita a
generaciones de artistas, y además es, desde hace unos años, “el musculo” del
Festival Internacional de Teatro de Caracas.
Y en ese
rescate reivindicativo de los buenos
textos venezolano, Manrique ha optado por escenificar algunas de las más memorables
obras de José Ignacio Cabrujas (Caracas.
17.07.37 /Porlamar, 21.10.95) para así
mantener vigente su memoria y su discurso sobre “la desesperada necesidad que
siento en este punto de mi vida. No quiero engañarme ni engañar a los demás”,
como lo dijo al cumplir sus primeros 50 años de vida.
Manrique, junto con su esposa Carolina Rincón, han producido
cuatro piezas de Cabrujas: El americano ilustrado (2000), El
día que me quieras (dirigida por Juan Carlos Gené en 2005), Acto cultural (2011) y ahora Profundo, para festejar además las tres
décadas de la institución.
Profundo, estrenada por el mismo Cabrujas el 17 de mayo
de 1971 en el teatro Alberto de Paz y Mateos, cuando lo gerenciaba El Nuevo
Grupo, se muestra únicamente los días sábados y domingos, a las 4PM, en el
Espacio Plural del Trasnocho Cultural de Paseo Las Mercedes, con las
actuaciones de los primeros actores Luis Abreu y Tania Sarabia y Violeta
Alemán, junto a Prakriti Maduro, Angélica Arteaga y Daniel Rodríguez, bajo la
dirección de Manrique, quien así ha completado tres piezas de un autor que
logró dar forma escénica a un rico universo de valores y creencias nacionales
con un lenguaje innovador y universal, como ha comentado Leonardo Azparren
Giménez.
ESPECTÁCULO
La correcta elección que hizo Manrique del
elenco, le facilitó la puesta en escena, en un acto de 94 minutos, cuyos
personajes son viva representación de personajes populares venezolanos. El
ritmo es ascendente y logran un clímax inolvidable,
por lo divertido de la situación y por
la mofa desacralizadora que hace
de las creencias religiosas, como es la visita de los padres terrenales de Jesús
de Nazaret a la cueva donde se daría el famoso nacimiento en Belén, según citas
de los Evangelios.
Este es uno de esos espectáculos que atrapa al
espectador, el cual termina por meterse también en el hueco de la saga teatral,
porque muy en el fondo de su alma, el también busca un tesoro para salir desde abajo.
Es sin lugar a dudas, uno de los mejores trabajos
que le hayamos visto al director Manrique, donde se aprecia su preciso pulso
con los actores y la creación de una densa atmosfera que termina por conmover
por la ingenuidad de los personajes.
Son memorables las actuaciones de Sarabia y Abreu,
pero la performance de Alemán es de premio, porque hasta usa un taconeo como solo
lo consiguen las gitanas. Es valioso el crecimiento actoral de Daniel Rodríguez,
otro de los comediantes formados en el GA80.
La iluminación exacta de Profundo
es de José Jiménez, el vestuario en grises y ocres de Eva Evanyi y la música
original de Jacky Schreiberg, son también un fino complemento de esta histórica
producción del GA80.
EL ENTIERRO DEL PADRE OLEGARIO
Profundo, aparentemente, no es más que una historia sobre
una familia venezolana humilde y anónima, los Álamo, quienes viven en una vieja
casa, en la cual hay extraños fenómenos paranormales que les advierten la
presencia de un tesoro escondido en un profundo hueco y todo lo que hacen para encontrarlo, en medio
de una ritual fantástico, obsesionados por la fantasía de la riqueza fácil. Una
leyenda de las tantas que se viven en
las poblaciones latinoamericanas
sobre guacas o entierros de grandes fortunas en metales y piedras preciosas
que hicieron indígenas o personas acaudaladas presionadas por un suceso
inminente, como una invasión o una
guerra. La familia Álamo, una invención de Cabrujas, integrada por Magra
(Sarabia), Buey (Abreu), Lucrecia (Maduro), Manganzón (Rodríguez) y Elvirita
(Arteaga), viven además bajo “la dictadura” de La Franciscana (Alemán), especie
de sacerdotisa o bruja que los auxilia o
aconseja en búsqueda del supuesto tesoro y a quienes impone la realización de
un auto sacramental sobre el trajinar de la Virgen María y su esposo el casto
San José en busca de una posada en
vísperas del nacimiento de su hijo, Jesús. Este ritual lo hacen porque dicho tesoro
fue enterrado por un sacerdote católico,
el padre Olegario, quien se le ha aparecido y pide que le construyan una
capilla con las morrocotas que dejó escondidas. Este delicioso cuento teatral
termina mal: no encuentran nada y de ese hueco que han escavado en una de las
habitaciones de la casa, no sale sino un apestoso hedor, porque llegaron a la
cloaca o la cañería de las aguas negras. Pero, la familia Álamo no se amilana y
pretende seguir buscando en los días siguientes. La segunda lectura que se
desprende del espectáculo teatral es que los Álamo somos los venezolanos que
vivimos perforando la tierra para sacar petróleo, una supuesta riqueza fácil,
en vez de atender además a otros oficios. “Está en sintonía con la sombra más
profunda de la venezolanidad: la relación mágica con la producción de riqueza,
la viveza criolla y la cultura del milagro”, asegura al respecto Yoyiana
Ahumada, escritora de la obra Venezuela:
la obra inconclusa de José Ignacio Cabrujas.
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