sábado, febrero 09, 2013

Sin tesoro en "Profundo"


Honrar honra, predica José Martí. Y lo citamos porque es momento de reconocer y exaltar al Grupo Actoral 80, fundado hacia 1983, el cual se ha convertido en referencia obligada del buen teatro venezolano, gracias a las directrices de su fundador Juan Carlos Gené (Buenos Aires,06.11.29/ 31.01.12.) y por la paciencia y el trabajo constante de su actual director, Héctor Manrique, quien ha podido  aglutinar y ayudar a formar dos generaciones de comediantes y así ofrecerle al público una serie valiosa de espectáculos desprovistos de estridencias y siempre bien realizados. 
Al cabo de tres décadas, el GA80 lidera, pues, un movimiento artístico centrado en la programación de la mejor dramaturgia, nacional y foránea, al mismo tiempo que capacita a generaciones de artistas, y además es, desde hace unos años, “el musculo” del Festival Internacional de Teatro de Caracas.
Y en ese rescate  reivindicativo de los buenos textos venezolano, Manrique ha optado por escenificar algunas de las más memorables obras de José Ignacio Cabrujas (Caracas. 17.07.37 /Porlamar, 21.10.95) para así mantener vigente su memoria y su discurso sobre “la desesperada necesidad que siento en este punto de mi vida. No quiero engañarme ni engañar a los demás”, como lo dijo al cumplir sus primeros 50 años de vida.
Manrique, junto con su esposa Carolina Rincón, han producido cuatro piezas de Cabrujas: El americano ilustrado (2000), El día que me quieras (dirigida por Juan Carlos Gené en 2005), Acto cultural (2011) y ahora Profundo, para festejar además las tres décadas de la institución.
Profundo, estrenada por el mismo Cabrujas el 17 de mayo de 1971 en el teatro Alberto de Paz y Mateos, cuando lo gerenciaba El Nuevo Grupo, se muestra únicamente los días sábados y domingos, a las 4PM, en el Espacio Plural del Trasnocho Cultural de Paseo Las Mercedes, con las actuaciones de los primeros actores Luis Abreu y Tania Sarabia y Violeta Alemán, junto a Prakriti Maduro, Angélica Arteaga y Daniel Rodríguez, bajo la dirección de Manrique, quien así ha completado tres piezas de un autor que logró dar forma escénica a un rico universo de valores y creencias nacionales con un lenguaje innovador y universal, como ha comentado Leonardo Azparren Giménez.
ESPECTÁCULO
La correcta elección que hizo Manrique del elenco, le facilitó la puesta en escena, en un acto de 94 minutos, cuyos personajes son viva representación de personajes populares venezolanos. El ritmo es ascendente y  logran un clímax inolvidable, por lo divertido de la situación y por  la mofa  desacralizadora que hace de las creencias religiosas, como es la visita de los padres terrenales de Jesús de Nazaret a la cueva donde se daría el famoso nacimiento en Belén, según citas de los Evangelios.
Este es uno de esos espectáculos que atrapa al espectador, el cual termina por meterse también en el hueco de la saga teatral, porque muy en el fondo de su alma, el también busca un tesoro para salir desde abajo.
Es sin lugar a dudas, uno de los mejores trabajos que le hayamos visto al director Manrique, donde se aprecia su preciso pulso con los actores y la creación de una densa atmosfera que termina por conmover por la ingenuidad de los personajes.
Son memorables las actuaciones de Sarabia y Abreu, pero la performance de Alemán es de premio, porque hasta usa un taconeo como solo lo consiguen las gitanas. Es valioso el crecimiento actoral de Daniel Rodríguez, otro de los comediantes formados en el GA80.
La iluminación exacta de  Profundo es de José Jiménez, el vestuario en grises y ocres de Eva Evanyi y la música original de Jacky Schreiberg, son también un fino complemento de esta histórica producción del GA80.
EL ENTIERRO DEL PADRE OLEGARIO
Profundo, aparentemente, no es más que una historia sobre una familia venezolana humilde y anónima, los Álamo, quienes viven en una vieja casa, en la cual hay extraños fenómenos paranormales que les advierten la presencia de un tesoro escondido en un profundo hueco  y todo lo que hacen para encontrarlo, en medio de una ritual fantástico, obsesionados por la fantasía de la riqueza fácil. Una leyenda de las tantas que se viven en  las poblaciones latinoamericanas  sobre guacas  o entierros de  grandes fortunas en metales y piedras preciosas  que hicieron indígenas o personas  acaudaladas presionadas por un suceso inminente, como una invasión o  una guerra. La familia Álamo, una invención de Cabrujas, integrada por Magra (Sarabia), Buey (Abreu), Lucrecia (Maduro), Manganzón (Rodríguez) y Elvirita (Arteaga), viven además bajo “la dictadura” de La Franciscana (Alemán), especie de  sacerdotisa o bruja que los auxilia o aconseja en búsqueda del supuesto tesoro y a quienes impone la realización de un auto sacramental sobre el trajinar de la Virgen María y su esposo el casto San José en busca de una posada  en vísperas del nacimiento de su hijo, Jesús. Este ritual lo hacen porque dicho tesoro fue enterrado por un sacerdote católico,  el padre Olegario, quien se le ha aparecido y pide que le construyan una capilla con las morrocotas que dejó escondidas. Este delicioso cuento teatral termina mal: no encuentran nada y de ese hueco que han escavado en una de las habitaciones de la casa, no sale sino un apestoso hedor, porque llegaron a la cloaca o la cañería de las aguas negras. Pero, la familia Álamo no se amilana y pretende seguir buscando en los días siguientes. La segunda lectura que se desprende del espectáculo teatral es que los Álamo somos los venezolanos que vivimos perforando la tierra para sacar petróleo, una supuesta riqueza fácil, en vez de atender además a otros oficios. “Está en sintonía con la sombra más profunda de la venezolanidad: la relación mágica con la producción de riqueza, la viveza criolla y la cultura del milagro”, asegura al respecto Yoyiana Ahumada, escritora de la obra Venezuela: la obra inconclusa de José Ignacio Cabrujas.



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