Se lesionó la cadera al caerse de un caballo. Pudo haberse matado en ese accidente, pero, según
los médicos, superara tamaña crisis y volverá al set, porque todo ocurrió
cuando filmaba una película en la Isla de Margarita. Un accidente de trabajo
que pudo quitarle la vida.
El pasado
presente
Ahora que está de
obligado reposo, recordamos que antes de cumplir 60 años, ese valenciano
arquitecto Carlos Enrique Mata Iturriza construyó, con paciencia, sacrificios y
complejos trabajos, una rutilante carrera profesional como cantante, compositor
y actor. Y durante la temporada teatral de 2011, cuando no había festejado los
59, para reverdecer sus laureles y demostrar que tenía y tiene condiciones y es
todo un primer actor, dio una creativa
pelea actoral desde el penthouse de CorpbancaBOD con el monólogo El
cavernícola de Rob Becker, dirigido por Basilio Álvarez, con una
sencilla producción del Grupo Teatral Skena y Theater Mogul.
Precisamente, a
este tesonero primer actor Carlos Mata, como se lo conoce popularmente, lo
vimos durante la temporada 2008, en otra sala de CorpbancaBOD, protagonizando
la aleccionadora comedia Los japoneses no esperan del
argentino Ricardo Talesnik, al lado de Mimi Lazo y María Antonieta Duque. Ahí,
bajo la responsable égida de Luis Fernández, encarnaba a un caballero muy
enamoradizo que acepta tener bajo el mismo techo a la esposa y a la amante, a
un costo alto y complicado, ante la imposibilidad de desprenderse de ninguna de
las dos féminas. ¡El fin justifica los medios, sea como sea!
Mata se lució, en ese entonces, con un gran estilo interpretativo, porque el superprotagonista era su personaje, quien reconoce su sometimiento al amor, su esclavitud por la compañía que le brindan sus dos damas y su incapacidad para vivir en soledad. Encarnaba a un hombre-niño incapaz de sobrevivir solo. Ese “Miguel”, el personaje, no era otra cosa que el desnudo antihéroe machista, personaje del teatro y de la vida real que las mismas mujeres (con las madres a la cabeza) forman y usan como les conviene. Un macho vernáculo que acepta un trío o un miniharen para no quedarse con ese fastidioso fantasma depredador que es la soledad.
Mata se lució, en ese entonces, con un gran estilo interpretativo, porque el superprotagonista era su personaje, quien reconoce su sometimiento al amor, su esclavitud por la compañía que le brindan sus dos damas y su incapacidad para vivir en soledad. Encarnaba a un hombre-niño incapaz de sobrevivir solo. Ese “Miguel”, el personaje, no era otra cosa que el desnudo antihéroe machista, personaje del teatro y de la vida real que las mismas mujeres (con las madres a la cabeza) forman y usan como les conviene. Un macho vernáculo que acepta un trío o un miniharen para no quedarse con ese fastidioso fantasma depredador que es la soledad.
Origen del varón
domado
Tres años después,
nos encontramos al primer actor Mata en “su propia salsa”, la que le conocimos
en la pieza del 2008: un varón domado que pretende sustentar “científicamente”
las razones de las conductas dominantes de un macho en un hogar con una sola
mujer. Era, de nuevo, el protagonista único, del monologo El
cavernícola, también conocido como Defendiendo al cavernícola,
que, como explica el mismo director Álvarez, “es una obra desternillante e
intuitiva sobre el modo en que se relacionan los hombres y las mujeres”.
Procedente de la stand-up
comedy, Rob Becker escribió Defendiendo al cavernícola durante
un periodo de más de tres años en el cual hizo un estudio informal de
antropología, prehistoria, psicología, sociología y mitología. Con hilarantes
percepciones sobre el feminismo contemporáneo, la sensibilidad masculina y la
zona erógena. El Cavernícola ha encontrado un modo de mirar y
hacer espectáculo a partir de los temas comunes de las íntimas relaciones
humanas, apuntando de lleno al detonante del humor y la diversión.
En resumidas
cuentas, El cavernícola no es una depurada investigación científica
que ha sido llevada al teatro. No, nada de eso. Es un texto bien hilvanado
teatralmente que tiene como columna vertebral la eterna lucha o pugna de los
sexos: el masculino y femenino. Una lucha de dominador y dominada, o de
dominadora y dominado, sin muchas complicaciones y sin apoyaturas psicológicas
y psiquiátricas, sino netamente humanas a un nivel cuasianimal, porque muestra
a un hombre primitivo que lo único que tenía como diversión era procurar la
comida y la defensa para su familia, su mujer y sus hijos, y que además exhibía
urgencias sexuales para procrear y acrecentar el ejército particular necesario
en esa época de las cavernas. Por supuesto que la historiografía sobre la
sociedad de las cavernas es bastante intuitiva y depende de las imaginaciones
de los investigadores.
La relaciones
entre hombres y mujeres son más complejas que como las plantea tan
simplonamente el texto de El cavernícola, y están, y estarán, en
permanente cambio o evolución porque tanto los machos como las hembras han
desarrollado sus cerebros y ahora sus metas van más allá de la caverna o el
apartamento, además han descubierto la náusea y otras trampillas existenciales
y han querido experimentar con ellas. Lo único que la pareja humana no ha
podido superar es la obligatoriedad de las uniones de espermatozoides y óvulos
para procrear descendencia, aunque ya en los laboratorios se hacen experimentos
muy interesantes, a los cuales las iglesias han vetado de antemano.
Cuando uno ve a
Carlos Mata en una performance no mayor de 80 minutos, divirtiendo con mucho
estilo al público, además del gozo que él debe experimentar, lamentamos que tan
tremendo actor no este enfrentando a un texto de mayor profundidad o de
verdades científicas o de depurada prosa dramatúrgica, como un Shakespeare o un
Chocrón, para no ir muy lejos. Por ahora, el histrión luce satisfecho de haber
regresado ante los auditorios de carne y hueso y se lo agradece, como lo firma
en el programa de mano, a sus hijos Carlos Javier, Christian y Santiago, “por
haberme devuelto la fe y las ganas para montarme en un escenario de nuevo”.
Lamentablemente, Carlos
Mata ha sufrido un accidente haciendo lo que tanto le gusta: actuar. Hay que esperar,
pues, a que se recupere y siga su rutilante carrera.
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