Siguen las gratas sorpresas
del FTC 2013. Ahora es Diógenes y las
camisas voladoras, melodrama que, a partir de hechos históricos, plantea
una metáfora ante el público y además lo divierte con estética extraída de las
entrañas mismas de la comunidad, ya que han sido revisitadas las estructuras de
los sainetes y llevadas a las exigencias contemporáneas, añadiéndole pinceladas
del distanciamiento brechtiano.
Pieza bien escrita y felizmente protagonizada por Javier
Vidal, coprotagonizada con los solventes Jan Vidal Restifo y Luis Olavarrieta,
y la fina producción de Margarita Lamas y Carmen Jiménez, la cual se mostró en
el Teatro Nacional, bajo la perfecta dirección de Moisés Guevara.
Diógenes y las camisas
voladoras es la precisa
teatralización, en tres cuadros y epílogo, de los hechos acaecidos en el hotel
Ávila de Caracas, los días 10 de agosto, el 2 y el 3 de septiembre de 1945 y un
final fantástico con el protagonista y sus dos acólitos, cuando él se despide
diciéndoles: “Díganle a mis amigos que me perdonen. Que no pude responder al
honor que me hacían al poner en mis manos el destino de Venezuela”. Todo dentro
de una atmosfera hiperrealista, con diálogos breves y unos cuantos monólogos, y
los personajes usando el idiolecto andino.
Vidal recrea un absurdo
suceso que cambió el rumbo de Venezuela en tránsito hacia la esperanza de una
sociedad democrática y más participativa, como consecuencia de la insania del
político Diógenes Escalante (1879/1964), personaje que se frustra por su locura
a destiempo. Algunos diagnosticaron arterioesclerosis, otros, esquizofrenia,
pero el detonante fue el estrés, por el exceso de trabajo y la meta que tenía
por delante: modernizar y democratizar a Venezuela.
Este Diógenes es un trágico
en situación cómica. Los otros entes escénicos, su secretario (Hugo Orozco) y
el periodista o coleguita (Ramón J. Velásquez) no son de ficción, pero sí el
grueso de sus diálogos o sus acciones dramáticas. La sencillez del tramado dramático,
“a caballo” entre el sainete y las comedias costumbristas, permite el juego
conceptual de la presocrática temática del azar y la necesidad. El lenguaje
usado y las caracterizaciones de los personajes, especialmente el protagónico,
hacen intenso, y no por eso menos placentero, el espectáculo, al tiempo que las
citas geográficas del discurso escénico y el acento andino convierten al
montaje, de tesitura trágica de por si, en una amena reunión para disfrutar la
escenificación de un cuento de salón, donde todos saben el final, pero quieren
ahondar más en el relato y sacar sus conclusiones.
Las risas y los aplausos del
público, eran exultantes y cómplices del mensaje que manó del escenario: la despiadada
lucha por el poder, a cualquier precio, pues la locura de Diógenes precipitó el
golpe de Estado contra el general Isaías Medina Angarita, el 18 de octubre de
1945 y todo lo que vino después. ¿El Imperio o las miserias venezolanas lo
provocaron?
Perdimos la cuenta sobre las veces que hemos
visto al actor Vidal en escena, pero desde los años 70 hasta esta década del siglo
XXI se ha transformado en un monstruo de la actuación, como pocos hay en esta
Tierra de Gracia. Esperamos verlo, algún día, como el rey Lear, por lo menos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario