miércoles, marzo 06, 2013

Murió el artista Víctor Valera


Cuando se llega a los 80 años hay que regresar a los 15. Así nos lo dijo el célebre artista plástico Víctor Valera (Maracaibo, 1927), el domingo 4 de noviembre de 2007, durante la apertura de su muestra Líneas, módulos y cuadrados. Ayer murió, a la 13:00 pm, a consecuencia de un cáncer, mientras lo acompañaba su amigo de toda una vida, Ricardo Mariño, en una clínica de Caracas
Valera, en aquel entonces, cuando festejaba su exposición en la Galería Ascaso,  nos aclaraba que regresar a los 15 años no es otra cosa que reiniciar un camino, con la fortaleza de la juventud y con la experiencia que dan más de cinco décadas entregadas de lleno a la creación, pero desprovisto de las aventuras adolescentes de esas que hacen perder tiempo. 
Y él combatía contra el tiempo y además exorcizaba los malos olores. Y como muestra de ese singular “viaje al pasado” estaban las 57 obras que exhibió en la Galería Ascaso, de Caracas, donde se apreciaban nuevas posibilidades y sensaciones en el espacio, para lo cual recurre a la utilización de las líneas para producir volumen a los cuadrados y módulos, que son la esencia de sus cuadrados, imprimiéndoles así la tridimensionalidad.
Explicó que esa exposición individual, donde había reunido obras gráfica, en pequeño y gran formato, pintura acrílica sobre tela y madera, escultura en hierro policromado, grandes murales, e incluía una selección de muebles diseñados e intervenidos por el mismo, además de una serie de proyectos para esculturas, es decir obras realizables adaptables a las necesidades espaciales.
Valera, que no rehuía el trato con los periodistas, reconoció ante Teresa Cacique que un artista tiene en su vida toda una cantidad de curiosidades y de necesidades de comprobar que todo lo que un hombre hace por su mano en un momento es tan importante como lo que hace después. “Yo no soy un triunfador, no soy el maestro glorioso, soy apenas un hombre que hace lo que puede con os pocos medios que tiene. Vivir en Venezuela es frustrar a un artista. Yo te aseguro que en cualquier parte del mundo civilizado tu materia se desarrolla mucho más fácilmente. Aquí las condiciones son de gran trabajo, todo es más difícil. En una época tenía que ser un excelente ayudante de Burle Marx planificando los jardines del Parque del Este, tuve que volverme decorador, escenógrafo de teatro, y todo eso lo hacía porque a quién yo le daba un trabajo en hierro que me hiciera esa pregunta horrenda: “¿Qué quiere decir con eso?”. Es muy difícil poder acentuar personalidad así, tener fe en lo que eres. Además te voy a hacer una confesión: para ser un pintor hoy día se necesita ser un hombre muy culto y yo no lo soy, yo soy un gran ignorante emocionado y eso no lo quiero perder”.
Pero su sencillez, a toda prueba, lo llevó a reconocer que después de que le dieron el Premio Nacional de Artes Plásticas pensó que se habían burlado de él, “porque no me creía capaz de ganar ese premio teniendo apenas un año trabajando la escultura, así que casi me volví loco; tuve necesidad de ir al psiquiatra por mucho tiempo, y gratis porque no tenía con qué pagarlo y la psiquiatría hay que pagarla. Este doctor que me trato fue muy sabio, me dijo: ‘Te noto con los brazos caídos; dices ser artista, compruébamelo’. Y en esos momentos de soledad y tristeza, porque la depresión es horrenda, huele mal, sabe mal y trae muchos dolores, yo tenía la manía de hacer incisos en los papeles, y así comencé a hacer los papeles perforados. Ellos formaron parte muy importante de mi curación, si es que estoy curado, porque lo que sí sé es que no quiero salir del estado de felicidad en que vivo”.
Amaba a su Venezuela  y por eso explicaba que la responsabilidad del artista es muy grande y que el arte debe ser respetuoso en la medida en que emocione al espectador. “El artista no puede corromperse por el dinero. Los artistas verdaderos que conozco son gente muy sencilla, muy espirituales, de una conducta casi monástica. Yo me defiendo con la historia y con lo vivido y eso es lo más importante, sea yo quien creo o no ser, moriré feliz porque he hecho lo que tuve que hacer”.
Reservorio zuliano
Estaba en el mundo de las artes plásticas desde 1941, cuando comenzó a estudiar en su inolvidable Maracaibo, pero se trasladó a Caracas, en 1945, y después  marchó a París, al comenzar la década de los 50. Fue allá donde creció y se convirtió en uno de los grandes escultores de la vanguardia venezolana. No negó a sus maestros y por eso decía, sin dobleces, que aprendió de Soto, Dewasne, Vasarely y Léger. Pero sus primeros trabajos hay que situarlos dentro de lo abstracto, campo al que volvió después de realizar diversos murales y esculturas figurativas. De sus relieves destacan los esquemas seriados (El empedrado, 1975). Al ganar el Premio Nacional de Escultura (1958) inició una espiral de éxitos que él ahora quiere recomenzar, como cuando tenía y era un feliz estudiante. Según el crítico Víctor Guédez, quien conoció ampliamente su obra, “luego de tantas búsquedas y de tantos logros, Valera ha reiterado lo que buscaba y lo que lograba no era algo externo a sí mismo, sino todo lo contrario: es parte de su reservorio más originario”.

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