Recuerda
Wikipedia, la fantástica enciclopedia del siglo XXI, como la tortura es el acto
de causar daño físico o psicológico ya sea por medio de máquinas, artefactos o sin ellos,
sin el consentimiento y en contra de la voluntad de la víctima, generándose la
figura legal de apremio ilegítimo; o bien con el consentimiento de la víctima
(sadomasoquismo), vinculado principalmente al dolor físico y/o quebrantamiento
moral que puede o no desembocar en la muerte.
Aclarado el tema del espectáculo Pedro y el capitán, informamos que por
ahora termina la segunda temporada de tan estrujante montaje, una depurada versión escénica que Consuelo Trum logra a partir del
texto original del poeta uruguayo Mario Benedetti (1920-2009). Una producción
del grupo teatral Repico la cual se presenta en la sala experimental de Celarg,
con la participación destacada de los actores
Adolfo Nittoli y Vicente Peña.
Consuelo es, junto a Melissa Wolf, una de las pocas
féminas que producen exitosos espectáculos en Venezuela. Durante las tres últimas
temporadas caraqueñas ha mostrado, de manera más que convincente, eventos
escénicos como Monstruos en el
closet, ogros bajo la cama, fantástico homenaje de Gustavo Ott para los Torres
Gemelas, derribadas el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York; después estrenó Pedro y el capitán, y ahora exhibe Stop Kiss, crudo texto de Diana Son para
denunciar la homofobia en la sociedad estadounidense contra dos féminas que
intentan amarse. Una trilogía que revela su credo ideológico y permite palpar
su estética y su buen gusto para la materialización de sus disímiles trabajos.
¡Bravo!
Con la emblemática
obra de Benedetti se ejemplifica la relación entre un torturado y su torturador,
entre un militar que debe obtener, a cualquier costo, información y datos sobre
los compañeros del guerrillero, terrorista o delincuente político llamado
Pedro, quien, sumamente debilitado por las largas sesiones de tortura física,
se niega a delatar y perece finalmente. No es precisamente “una perita en dulce”
lo que muestra al público, sino que explica muy didácticamente algo que, cual
espada de Damocles, pende sobre la cabeza de todos los habitantes de este
planeta, cuando se atreven a discrepar de
las ordenes o programas de los gobiernos de turno.
Es teatro político
y bastante comprometido. Su autor se inspiró en múltiples sagas sobre los
excesos de las dictaduras chilenas, argentinas, paraguayas y por supuesto la
uruguaya, las cuales imperaron a lo largo de los últimos 30 años del siglo XX,
una siniestra pesadilla que ojalá nunca más se repita en esos países ni en
ningún otro de esta Patria Grande, que es la América entera, aunque esta balcanizada,
toda.
Para la carrera profesional de Consuelo, Pedro y el capitán, uno de los cuatro textos teatrales de Benedetti,
escrito en 1979 desde el exilio, tiene un gran avance ideológico y estético, ya
que ahí, con las descarnados diálogos entre el militar y el guerrillero, entre
el torturador y torturado, se abordan las
sórdidas variaciones del poder y además, quizá lo más importante, el manejo del
espacio asfixiante y la tensión
dramática del claro-oscuro interior de los personajes, especie de sima o hueco psicológico
donde se sumergen no solo los actores sino el público que presencie el
espectáculo.
La pieza va más allá de una denuncia concreta
contra la represión física y psicológica en una nación, porque sus personajes
son hombres de carne y hueso con sus vulnerabilidades, lamentablemente enfrentados
por la política deshumanizada y fascista la cual es una especie de nube negra
que amenaza descargar su lluvia de fuego y sangre.
Y esos personajes,
materializados por una pareja de comprometidos histriones criollos, dan todo lo
que tienen de si para mostrarlos de maneras más que satisfactorias. Hacen que el público odie al
torturador y se apiade del torturado, pero al final, cuando la catarsis se
apodera del espectador, se da cuenta que eso le puede pasar cualquier día de
estos porque nadie está libre de ser víctima de los excesos de un Estado o un
gobierno aunque sea un país democrático., especialmente con las torturas psicológicas,
que son las que nunca han cesado y tienen unas constantes peligrosas variantes subliminales
las cuales descaradamente se transmiten por la televisión y el cine.
Consuelo Trum
interviene la tradicional caja de Sabatini y crea otro espacio, con una cámara blanca,
donde se escenifica la tortura psicológica o el ablandamiento verbal, para así
llamarlo, utilizando como elemento visual una proyección con una especie de cámara
filmadora que repite en la pantalla lo que sucede en la escena, para dar una doble
lectura, impactante además.
No hay, pues, desperdicio
alguno en esté montaje tan puntual y preciso.
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