El
Nuevo Grupo de Teatro del Centro Social, Cultural y Deportivo Hebraica festeja
sus tres años de labores con un histórico y valioso montaje de la obra Animales feroces de Isaac Chocrón Serfaty
(Maracay, 1930/Caracas, 2011), dirigida certeramente por Johnny Gavloski y con
un grupo de intérpretes que sí estuvieron
a la altura del reto que asumieron, apuntalados además por el calificado
artista Oscar Briceño Curiel, autor de la ambientación escenográfica y del
vestuario, ubicado en los años 50, y el veterano productor Andrés Vásquez.
Animales feroces es, junto a Clipper y Tap Dance, la joya de
la trilogía chocroniana sobre una gran familia sefardita trasplantada y criada
en la Venezuela del siglo XX, donde, sin caer en los delirios autobiográficos, también
ficciona toda su vida, la de sus amoríos y la de sus familiares, de principio a
fin. Sus textos son muy difíciles porque exigen la presencia de un mágico mundo
judío trasplantado a Macaray, La Victoria y Caracas, precisamente en unas
décadas de sórdidas tiranías y democracias vacilantes como es la crispada historia
nacional venezolana.
Animales feroces es una pieza compleja para el público
tradicional venezolano, porque se centra en las convulsas relaciones de la
judía familia Orense, de clase media alta, costumbrista y de fuertes
arraigos a su credo religioso, además,
como es lógico, ceñida a los cánones de una moral aceptable en su contexto
social. Su paz familiar se altera para siempre con el confuso suicidio de un joven
y todas las revelaciones que de ahí se ahí se desprenden.
En Animales feroces (1963), Isaac ficciona
diversos detalles íntimos familiares y hasta presenta a una mujer legendaria (su
madre Estrella Serfaty), la judía Sol
que abandonó al marido y sus hijos para irse con un italiano, que no es tal,
sino un militar político que devino en Presidente de la Republica, y, como es
lógico, metaforiza, con un suicidio, su nada fácil tránsito de asumir
públicamente su conducta sexual no tradicional, lo cual reiteró en piezas
posteriores como La revolución
(1971) y Escrito y sellado (1993).
Como
texto es un desafío para un director venezolano porque usa las técnicas literarias
del drama norteamericano (Miller, Albee
y Williams), con espacios múltiples y rompiendo siempre la estructura aristotélica.
Una narración visual circular capaz de
confundir a cualquier espectador que contemple al teatro no como un simple álbum de emociones
sino cual si fuese un carrusel donde los
personajes son más importantes incluso que la coherencia o el hilo narrativo de
la misma pieza. ¡Bravo Gavloski por ese surrealismo sefardí con que atrapa a la
audiencia!
Gavlovski se atrevió a escenificar este texto
con un elenco culto y ansioso de darle verdad a sus caracterizaciones, hermanado
grupo que conoce y disfruta la tradición
judía y la exigente teatralización de la
misma. Confieso mi sorpresa ante todo lo visto. No son aficionados, nada
de eso, sus caracterizaciones tienen calidad
y son equiparables a las de actores profesionales con sus edades y experiencias.
Buena dirección actoral ahí expuesta.
Difícil enumerar aquí a la docena de artistas
del montaje, pero debo resaltar a Emma Schwarz por su heroica Sol, Isaac D´Lima con su sufrido Ismael
y la pléyade de mujeres que encarnan a las sufridas judías de esa familia
Orense, como Gloria de Bograd, Sasha Bograd, Etty Mizrahi, Morella Biaggini y
Alegría Benzaquen.
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