Las precisas reposiciones de los espectáculos El
matrimonio de Bette y Boo de Christopher Durang y Acto cultural de
José Ignacio Cabrujas, el excelente montaje de Profundo del mismo Cabrujas, la organización del
Segundo Festival Internacional de Teatro de Caracas y, por si fuera poco, el estreno de 5 mujeres con el mismo vestido, son muestras contundentes
de como el tráfago político en que está inmerso el director y actor Héctor Manrique
(1963) no ha lastrado su ecléctica labor artística, sino todo lo contrario: lo
ha revitalizado. Y todo lo hizo durante este primer semestre del crucial año
2013. Es trabajador ejemplar, esposo, padre de dos niñas y líder el Grupo
Actoral 80, pronto a cumplir 30 años de fructífera historia estética. Pero a él,
como también ocurre con Mimi Lazo, una patota de tábanos rumia sus sórdidas envidias
y trata de ponerle zancadillas, que, con tutelaje divino, supera fácilmente.
Y es precisamente este
hercúleo Manrique quien se atreve a montar, en el Trasnocho Cultural, con mano
precisa y sacándole todo lo humanamente posible al elenco de 5 mujeres con el
mismo vestido (1993), de Alan Ball (Atlanta, 1957); un homosexual público y confeso que no oculta su
apasionado amor hacia la condición femenina, como a su manera también lo hizo
Federico García Lorca, según lo demuestra esta pieza divertida y esclarecedora
de una sociedad que vive de las apariencias aunque perece en su disfrute.
Tan cruda pieza, donde el lenguaje no es apto para
menores de edad, presenta a seres desesperados por las situaciones que viven,
pero todos anhelan y luchan por otro mañana como sea. Tienen esperanzas por el
porvenir. Cada noche es un anhelo de un despertar con metas…aunque sean
inalcanzables.
Ball, con esa agudeza psicológica y virulencia de
lenguaje, además de situaciones siempre al borde de lo ridículo o lo sublime,
que solo tienen o utilizan los gais, desnuda
la aparente frívolidad de cinco mujeres que se visten iguales porque son damas
de compañía de su amiga recién casada. Quinteto de seres, conflictuados y cansados de la mediocridad social, quienes se
encierran y en un cuarto, mientras en
otros salones de aquella lujosa residencia se festeja el desposorio de su compañera
de vida, ellas hacen sendos streaptease de sus crudas sagas particulares y revelan así lo que son. Una es lesbiana
y luce feliz además porque es hermana
del novio, hay una virgen que se quiere casar con el ritual de la iglesia católica,
otra luce enamorada de un donjuán, el mismo que violó a la atormentada hermana
de la novia, y hay una devoradora de hombres que se lleva la sorpresa final al
encontrar el hombre que no esperaba. Son cinco vaginas pensantes y sufridas que
buscan a toda costa la felicidad. Un quinteto de cuaimas que creen en el amor
aunque después lo pierdan. Cinco catarsis ejemplares.
Más allá de las valoraciones que pueda suscitar la
obra como tal, lo innegable son las excelentes performances de jóvenes como la
sufrida y marihuanera “Marilú” de Melissa
Wolf; Samanta Castillo, una auténtica revelación con su “Amanda”, adoradora de
Lesbos; Angélica Arteaga y su virginal “Francis”; Mariangel Ruiz y su decidida
romántica “Georgia” y la veterana Elaiza Gil con el personaje más controversial
pero humano, “Tina”. El rol masculino lo hace convincentemente Wadih Hadaya
como “Alejandro Ackerman”.
Y como colofón, el cual repetimos cuando
presenciamos un espectáculo que conmoverá al público, recordamos a los
lectores/espectadores que de cada diez personas que hacen la cola para
disfrutar o aburrirse después en la sala teatral, siete son mujeres y los otros
tres se lo rifan entre los hombres o los gais de turno.
¿Qué por qué
esto es así? Respondemos que la
sensibilidad y el disfrute escénico tienen mucho que ver con el sexo o con la
conducta sexual y sus derivados. Y en el caso de 5 mujeres con el mismo vestido las risas y los aplausos son de
principio a fin por la crudeza de las situaciones y el lenguaje llano que ahí
se utiliza.
El público nunca se autoengaña y el agrado o el
rechazo lo expresa sin evasivas. Y esas conductas las predican o advierten
estudiosos que van desde Freud o quizás antes: cuando los griegos y los romanos
se entregaban al placer teatral porque la polis lo imponía...y no había tantas
alternativas.
Ya Manrique está contando las féminas que ingresan
a su espectáculo, porque serán ellas precisamente las que más disfrutarán con 5 mujeres con el mismo vestido, ya que
la feminidad se desborda en ese quinteto de damas comunes y corrientes, aunque
las vistan para una boda de lujo.
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