Adriana Marín Urrego publica en El Espectador, de hoy viernes, este articulo,que editamos aquí:
Personajes representativos en la escena teatral colombiana hablan sobre
el panorama del país en este arte. Todo está en una nueva dramaturgia. Lo dicen ellos, los que saben. Todo
está en eso y en el surgimiento de nuevos directores, de directores jóvenes, de
formatos innovadores. Eso es lo que está pasando en la escena colombiana
mientras que el teatro grita: queremos público, necesitamos público.
Porque resulta que ellos, los que saben, no son los únicos que pueden ir
a teatro. No es algo que solo ellos puedan entender; lo podemos entender todos,
a nuestra manera. Y más allá de eso podemos divertirnos y ver su belleza. Sólo
hay que encontrar algo que nos guste, con lo que nos sintamos identificados.
“El teatro es para todos, pero no todas las obras son para todo el mundo y no
todo el mundo es para todas las obras” dice Felipe Botero, un actor, y el
actual dramaturgo del teatro R- 101.
Pero la búsqueda de un teatro que nos guste no es sólo de nosotros, como
espectadores, es también de los creadores, que están explorando constantemente.
Esos que fueron valientes y tomaron al decisión de hacer teatro en Colombia.
Pues, si dedicarse a este arte es difícil en cualquier lugar del mundo, aquí lo
es aún más. No somos un país que tenga esa cultura: “Aún tenemos los padres
vivos y creando” dice Cristóbal Peláez, director del Teatro Matacandelas de
Medellín. Y eso es cierto. No tenemos los escenarios codificados en nuestros
genes, no nacimos, como los ingleses, con la sombra de Shakespeare ni de
Marlowe brindándonos identidad. Santiago García, nuestro gran Padre, sigue
presente, produciendo. En teatro tenemos su edad. Somos muy jóvenes y, sin
embargo, hay muchas cosas que se han hecho y que se siguen haciendo en todos
los niveles.
Y si nos paráramos, de repente, en algún lugar elevado e hicieramos la
amplísima pregunta de ¿Qué está pasando en teatro en Colombia?, nos
sorprenderíamos con la diversidad de respuestas. Se encenderían una cantidad de
luces que parecían estar apagadas en un comienzo. Y las veríamos prenderse, a
la señal, empezar a descubrirse.
Dentro de esas luces hay, tal vez,
dos tendencias muy claras de lo que está pasando. Y frente a eso muchos están
de acuerdo; voces de teatros tradicionales, de teatros de trayectoria, de
teatros jóvenes, de dramaturgos y de representantes del gobierno: se está
desarrollando la escritura dramática en el país y se le está apostando a las
nuevas formas. Lo uno resulta estar directamente relacionado con lo otro.
Hay una generación de jóvenes dramaturgos y directores que están haciendo un nuevo teatro, intentando buscar nuevas formas y distintas maneras de aproximarse al espectador. Muchos de estos jóvenes, hacen parte del grupo de los que fueron, estudiaron y volvieron. Vivieron en Estados Unidos, en España, en Rusia, incluso. Y volvieron para traer todos sus conocimientos. “Lo chévere es que nos están trayendo cosas nuevas pero a su vez, están intentando hablar de país, están intentando hablar de Colombia. Eso es enriquecedor” piensa Botero y Pelaez está de acuerdo: “Hay una gran preocupación por tratar de agarrar esos momentos que está viviendo el país. . . lo que está pasando en el teatro con relación a ese conflicto que, creemos, va durando demasiado”.
Hay una generación de jóvenes dramaturgos y directores que están haciendo un nuevo teatro, intentando buscar nuevas formas y distintas maneras de aproximarse al espectador. Muchos de estos jóvenes, hacen parte del grupo de los que fueron, estudiaron y volvieron. Vivieron en Estados Unidos, en España, en Rusia, incluso. Y volvieron para traer todos sus conocimientos. “Lo chévere es que nos están trayendo cosas nuevas pero a su vez, están intentando hablar de país, están intentando hablar de Colombia. Eso es enriquecedor” piensa Botero y Pelaez está de acuerdo: “Hay una gran preocupación por tratar de agarrar esos momentos que está viviendo el país. . . lo que está pasando en el teatro con relación a ese conflicto que, creemos, va durando demasiado”.
Sobre un nuevo Teatro
El conflicto se ha convertido en un
tema recurrente. Para los artistas llegó el momento – o siempre ha existido el
momento – de denunciar, de evitar que aquello que pasó, lo que está pasando y
sus repercusiones se queden en el olvido, en la impunidad, también, de la
memoria de los colombianos. Obras como El
Deber de Fenster, del Teatro Nacional, sobre la masacre de Trujillo; El ausente, del R-101, que gira
alrededor de las desapariciones, Arimbato, el Camino del Árbol, en coproducción
del Teatro Varasanta con la compañía Barracuda Carmela, sobre el efecto que
tiene el conficto en la comunidad Embera, y La Gallina y el Otro de Umbral
Teatro, son algunos ejemplos de ello. La preocupación ha llegado hasta tal
punto y el tema ha tenido tal repercusión que el año pasado, el Ministerio de
Cultura, publicó Luchando contra el
olvido, investigación sobre las dramaturgias del conflicto, un libro en el
que aparecen reseñadas 32 obras de dramaturgos colombianos – de 300 que se
identificaron – sobre el tema de la violencia en Colombia.
Los dramaturgos están escribiendo
sobre eso y los directores lo están montando, pero no lo hacen solamente desde
el plano de la denuncia. No quieren que sea así: “El reto para los colectivos
teatrales está en ser innovadores, en buscar un teatro que se acerque a las
personas de hoy en día, donde obviamente interesan nuestras problemáticas
sociales y nuestro contexto, pero que a la vez vaya un poco más allá, que no
nos quedemos solamente en resaltar nuestras desgracias sino también nuestro punto
de vista estético y artístico” afirma Jorge Hugo Marín, director de la Maldita
Vanidad.
Están tomando el tema, junto con
muchos otros, para buscar nuevas formas teatrales y para apostarle a los
espacios no convencionales. Ya no necesariamente tiene que ser una sala de
teatro, puede ser cualquier lugar, una casa, un cuarto de ensayo, dónde sea,
cómo sea. Se están rompiendo las normas tradicionales: el espectador ya tiene
la posibilidad de participar activamente, de escoger lo que quiere y lo que no
quiere ver, de participar como crítico en el proceso de realización de la pieza
teatral. El microteatro está entrando en todo su furor.
¿El microteatro? Se encienden las
luces de Casa Ensamble y de la Maldita Vanidad. “Teatro para impuntuales” es la
promoción que hace Alejandra Borrero con su propuesta. Se presentan obras de 15
minutos de diferentes grupos, de distintos dramaturgos y el público puede
escoger a cuál quiere entrar, a la hora que vaya llegando. Jorge Hugo Marín,
por su parte, crea ‘La Clínica’, un proyecto en el que invita a todo el mundo,
desde los vecinos del barrio hasta expertos en dramaturgia a que vayan,
observen y discutan sobre la creación de una pieza corta, desde su concepción,
en una lectura dramática, hasta su puesta en escena final.
“Estos jóvenes tienen buenos actores,
están trabajando temáticas interesantes y tienen una estética muy
contemporánea. Eso se está demostrando a nivel internacional: cada vez son más
las invitaciones extranjeras que los grupos de teatro colombianos reciben” dice
Ana Marta Pizarro, la directora del Festival Iberoamericano de Teatro. “Es
interesante, complementa el coordinador de artes escénicas del Ministerio de
Cultura Manuel José Álvarez, que el Festival Translatines de Bayona, Francia,
tenga como país invitado a Colombia y que lleve al Teatro Petra que está
haciendo, cada vez, un teatro mejor”.
Sin embargo, y a pesar de las invitaciones, no existe el suficiente apoyo por parte del Estado. Aunque se ofrecen becas para estos propósitos – según Álvarez hay dos convocatorias anuales para que los grupos puedan viajar a los festivales a los que los invitan – , todavía faltan muchos estímulos. O eso es lo que sienten algunos, por lo menos: “No hay un programa estable, consciente y concreto del Estado para sacar nuestro teatro. De decir, mire, esto es lo que se hace allá… cuando salimos nos damos cuenta que a la gente le parece ‘muy vital’ el teatro colombiano, y aquí ni nos enteramos de eso” afirma Fernando Montes, director del Teatro Varasanta.
Sin embargo, y a pesar de las invitaciones, no existe el suficiente apoyo por parte del Estado. Aunque se ofrecen becas para estos propósitos – según Álvarez hay dos convocatorias anuales para que los grupos puedan viajar a los festivales a los que los invitan – , todavía faltan muchos estímulos. O eso es lo que sienten algunos, por lo menos: “No hay un programa estable, consciente y concreto del Estado para sacar nuestro teatro. De decir, mire, esto es lo que se hace allá… cuando salimos nos damos cuenta que a la gente le parece ‘muy vital’ el teatro colombiano, y aquí ni nos enteramos de eso” afirma Fernando Montes, director del Teatro Varasanta.
Sobre los dramaturgos y los directores
Personajes como Fabio Rubiano,
director del Teatro Petra, o Jorge Hugo Marín son los representantes de ese
nuevo rol que se está implantando en las compañías teatrales, el de
dramaturgo-director: el que escribe y dirige sus propias obras, el que trabaja
sus propios textos. No son los únicos, son muchos más los que lo están
haciendo. Ya sea porque escriben desde el escritorio lo que quieren montar en
escena o porque, al estilo del Teatro la Candelaria, trabajan en una creación
colectiva. Así dicen lo que quieren decir, lo que necesitan: “Creo que está
surgiendo la tendencia de empezar a escribir teatro de autor, porque lo
necesitamos. Está surgiendo como una tendencia. Necesitamos desesperadamente
hablar de los nuestro”, dice Felipe Botero, “Creo que tenemos que explorar
nuestras formas y nuestra voz. Colombia tiene que encontrar su voz, porque la
tiene”.
Pero entonces viene el problema de la
publicación. ¿Para qué escribir si nada se publica? ¿Si nadie quiere publicar y
no hay patrocinios para los dramaturgos? Algunos lo hacen, como Rubiano, Marín
o Botero, porque cuentan con un grupo para hacer el montaje, porque así pueden
lograr que su texto adquiera sentido y visibilización en escena pero, ¿los que
no? ¿los que solamente escriben? Como no hay publicaciones, no hay forma de que
los conozcan, no hay manera, tampoco, de que monten sus textos.
El ministerio de cultura ha realizado
una avanzada importante en ese sentido. Cada vez intentan buscar más apoyos y
expandirlos – desde becas de creación hasta apoyos para el sostenimiento de las
salas – y, eso, se siente al nivel de los teatros: “Pienso que, incluso, a
nivel de políticas estatales hay una apertura”, afirma Carolina Vivas,
directora de Umbral Teatro. “No me atrevería a decir que vivimos tiempos
oscuros, por el contrario, creo que el diálogo con los sectores está
funcionando relativamente bien, desde luego con las limitaciones que pueda
tener el estado y el diálogo mismo”.
Quince libros publicó el Ministerio
de Cultura el año pasado entre homenajes a los grupos con trayectoria,
recuperación de la memoria y enciclopedias teatrales. A nivel de dramaturgia,
además del libro ‘Luchando contra el olvido’, se están preparando dos más para
su publicación. Uno de ellos, dedicado exclusivamente a los escritores jóvenes.
Pero, como bien lo dice Vivas, el Estado
tiene limitaciones. Y eso se sigue evidenciando, también, en la producción
escrita: “El sistema económico sigue haciendo muy difícil hacer teatro. El
dramaturgo escribe porque hay plata. Él escribe y el grupo se pone a montarlo
si hay el patrocinio. Acá nos toca desde ceros y, bueno, eso nos deja un
poquito atrasados” afirma Fernando Montes.A pesar de las dificultades, el
Teatro Varasanta se ha mantenido en la escena teatral por casi 20 años. Con mucho
esfuerzo, han alcanzado cierto nivel de autosostenibilidad.
Por un teatro autosostenible
¿Es eso posible en Colombia? Hay
posiciones encontradas al respecto. Mientras que los pertenecientes a los
sectores más tradicionales dicen que no, que ningún teatro puede vivir sin
apoyos del estado, que para vivir del teatro habría que dedicarse a hacer un
teatro que venda, que sea comercial, hay otros que piensan distinto, y que se
basan en su experiencia para demostrar que sí se puede. “Nos hemos acostumbrado
a que siempre hay que pedirle ayuda al estado” afirma Botero, “Y está bien, el
estado debe procurar unos beneficios, incluida la cultura por supuesto. Pero
también nos hemos acomodado a esperar que ellos resuelvan. Yo creo que todo el
tiempo se está intentando buscar que los grupos sean autosostenibles, y no nos
hemos dado cuenta” dice y Jorge Hugo Marín lo respalda en su afirmación: “Se
logra si se tiene un buen liderazgo y no sólo un liderazgo artístico. Se debe
tener un timón que lidere el proyecto y que lo lleve más allá de las
necesidades artísticas”. Estos dos teatreros han empezado a tomar consciencia
de la necesidad de gestión dentro del mundo de las artes escénicas. Hablan del
artista que actúa, dirige y escribe, pero que también mueve su obra y la promociona.
“Existen experiencias que nos
demuestran que sí es posible, pero las estructuras aún son demasiado débiles
para pensar que el teatro pueda ser autosostenible. Hay que generar habitos de
consumo para que el arte logre posicionarse en un mercado” afirma Narda Rosas,
directora de la división de Arte Dramático en Idartes.
Consumo, mercado. Aunque tal vez sea más bonito hablarlo en términos de
obras y de públicos, Rosas tiene razón: hay que fortalecer las estructuras. Y
esto se logra, más allá de la divulgación y de la venta de boletería, en la
educación. Hay que entrar a los colegios y en las universidades, crear, como
sostiene Montes, “una mayor consciencia, desde chiquitos, en la formación
teatral.” Esa es la mejor manera. Finalmente, con un arte, no siempre se puede
– ni se debe – hablar en términos monetarios: “No es la cuestión de si el
teatro produce plata o no, la educación de la sensibilidad de un muchacho no se
puede medir en términos de producción” afirma Montes.
Cuando nos referimos a las artes escénicas, no podemos hablar de un
mercado en el que la relación es unilateral: de productor a consumidor. La
responsabilidad, en este caso, también está en nosotros, en el público. Está en
pensar en el país que queremos crear. “¿Se imagina un gobierno que promulgue el
arte como una formación integral, que sea el punto más alto al que la gente
pueda acceder? Un gobierno que tenga los teatros abiertos… eso es alimentar el
espíritu de todo su pueblo. Imagínese un gobierno que piense así. Sería otro
país ¿no? Sería bonito.” dice Fernando Montes. Pero mientras el gobierno cambia
de mentalidad y deja de preocuparse, primero, por el precio de una bala que por
el valor de una vida, nos toca a nosotros, desde el teatro, encontrar un país.
Todo está en una nueva dramaturgia. Lo dicen ellos, los que saben. Todo
está en eso y en el surgimiento de nuevos directores, de directores jóvenes, de
formatos innovadores. Eso es lo que está pasando en la escena colombiana
mientras que el teatro grita: queremos público, necesitamos público.
Porque resulta que ellos, los que saben, no son los únicos que pueden ir
a teatro. No es algo que solo ellos puedan entender; lo podemos entender todos,
a nuestra manera. Y más allá de eso podemos divertirnos y ver su belleza. Sólo
hay que encontrar algo que nos guste, con lo que nos sintamos identificados.
“El teatro es para todos, pero no todas las obras son para todo el mundo y no
todo el mundo es para todas las obras” dice Felipe Botero, un actor, y el
actual dramaturgo del teatro R- 101.
Pero la búsqueda de un teatro que nos guste no es sólo de nosotros, como
espectadores, es también de los creadores, que están explorando constantemente.
Esos que fueron valientes y tomaron al decisión de hacer teatro en Colombia.
Pues, si dedicarse a este arte es difícil en cualquier lugar del mundo, aquí lo
es aún más. No somos un país que tenga esa cultura: “Aún tenemos los padres
vivos y creando” dice Cristóbal Peláez, director del Teatro Matacandelas de
Medellín. Y eso es cierto. No tenemos los escenarios codificados en nuestros
genes, no nacimos, como los ingleses, con la sombra de Shakespeare ni de
Marlowe brindándonos identidad. Santiago García, nuestro gran Padre, sigue
presente, produciendo. En teatro tenemos su edad. Somos muy jóvenes y, sin
embargo, hay muchas cosas que se han hecho y que se siguen haciendo en todos
los niveles.
Y si nos paráramos, de repente, en algún lugar elevado e hicieramos la
amplísima pregunta de ¿Qué está pasando en teatro en Colombia?, nos
sorprenderíamos con la diversidad de respuestas. Se encenderían una cantidad de
luces que parecían estar apagadas en un comienzo. Y las veríamos prenderse, a
la señal, empezar a descubrirse.
Dentro de esas luces hay, tal vez,
dos tendencias muy claras de lo que está pasando. Y frente a eso muchos están
de acuerdo; voces de teatros tradicionales, de teatros de trayectoria, de
teatros jóvenes, de dramaturgos y de representantes del gobierno: se está
desarrollando la escritura dramática en el país y se le está apostando a las
nuevas formas. Lo uno resulta estar directamente relacionado con lo otro.
Hay una generación de jóvenes dramaturgos y directores que están haciendo un nuevo teatro, intentando buscar nuevas formas y distintas maneras de aproximarse al espectador. Muchos de estos jóvenes, hacen parte del grupo de los que fueron, estudiaron y volvieron. Vivieron en Estados Unidos, en España, en Rusia, incluso. Y volvieron para traer todos sus conocimientos. “Lo chévere es que nos están trayendo cosas nuevas pero a su vez, están intentando hablar de país, están intentando hablar de Colombia. Eso es enriquecedor” piensa Botero y Pelaez está de acuerdo: “Hay una gran preocupación por tratar de agarrar esos momentos que está viviendo el país. . . lo que está pasando en el teatro con relación a ese conflicto que, creemos, va durando demasiado”.
Hay una generación de jóvenes dramaturgos y directores que están haciendo un nuevo teatro, intentando buscar nuevas formas y distintas maneras de aproximarse al espectador. Muchos de estos jóvenes, hacen parte del grupo de los que fueron, estudiaron y volvieron. Vivieron en Estados Unidos, en España, en Rusia, incluso. Y volvieron para traer todos sus conocimientos. “Lo chévere es que nos están trayendo cosas nuevas pero a su vez, están intentando hablar de país, están intentando hablar de Colombia. Eso es enriquecedor” piensa Botero y Pelaez está de acuerdo: “Hay una gran preocupación por tratar de agarrar esos momentos que está viviendo el país. . . lo que está pasando en el teatro con relación a ese conflicto que, creemos, va durando demasiado”.
Sobre un nuevo Teatro
El conflicto se ha convertido en un
tema recurrente. Para los artistas llegó el momento – o siempre ha existido el
momento – de denunciar, de evitar que aquello que pasó, lo que está pasando y
sus repercusiones se queden en el olvido, en la impunidad, también, de la
memoria de los colombianos. Obras como El Deber de Fenster, del Teatro
Nacional, sobre la masacre de Trujillo; El ausente, del R-101, que gira
alrededor de las desapariciones, Arimbato, el Camino del Árbol, en coproducción
del Teatro Varasanta con la compañía Barracuda Carmela, sobre el efecto que
tiene el conficto en la comunidad Embera, y La Gallina y el Otro de Umbral
Teatro, son algunos ejemplos de ello. La preocupación ha llegado hasta tal
punto y el tema ha tenido tal repercusión que el año pasado, el Ministerio de
Cultura, publicó “Luchando contra el olvido, investigación sobre las
dramaturgias del conflicto”, un libro en el que aparecen reseñadas 32 obras de
dramaturgos colombianos – de 300 que se identificaron – sobre el tema de la
violencia en Colombia.
Los dramaturgos están escribiendo sobre eso y los directores lo están
montando, pero no lo hacen solamente desde el plano de la denuncia. No quieren
que sea así: “El reto para los colectivos teatrales está en ser innovadores, en
buscar un teatro que se acerque a las personas de hoy en día, donde obviamente
interesan nuestras problemáticas sociales y nuestro contexto, pero que a la vez
vaya un poco más allá, que no nos quedemos solamente en resaltar nuestras
desgracias sino también nuestro punto de vista estético y artístico” afirma
Jorge Hugo Marín, director de la Maldita Vanidad.
Están tomando el tema, junto con muchos otros, para buscar nuevas formas
teatrales y para apostarle a los espacios no convencionales. Ya no
necesariamente tiene que ser una sala de teatro, puede ser cualquier lugar, una
casa, un cuarto de ensayo, dónde sea, cómo sea. Se están rompiendo las normas
tradicionales: el espectador ya tiene la posibilidad de participar activamente,
de escoger lo que quiere y lo que no quiere ver, de participar como crítico en
el proceso de realización de la pieza teatral. El microteatro está entrando en
todo su furor.
¿El microteatro? Se encienden las luces de Casa Ensamble y de la Maldita
Vanidad. “Teatro para impuntuales” es la promoción que hace Alejandra Borrero
con su propuesta. Se presentan obras de 15 minutos de diferentes grupos, de
distintos dramaturgos y el público puede escoger a cuál quiere entrar, a la
hora que vaya llegando. Jorge Hugo Marín, por su parte, crea ‘La Clínica’, un
proyecto en el que invita a todo el mundo, desde los vecinos del barrio hasta
expertos en dramaturgia a que vayan, observen y discutan sobre la creación de
una pieza corta, desde su concepción, en una lectura dramática, hasta su puesta
en escena final.
“Estos jóvenes tienen buenos actores,
están trabajando temáticas interesantes y tienen una estética muy
contemporánea. Eso se está demostrando a nivel internacional: cada vez son más
las invitaciones extranjeras que los grupos de teatro colombianos reciben” dice
Ana Marta Pizarro, la directora del Festival Iberoamericano de Teatro. “Es
interesante, complementa el coordinador de artes escénicas del Ministerio de
Cultura Manuel José Álvarez, que el Festival Translatines de Bayona, Francia,
tenga como país invitado a Colombia y que lleve al Teatro Petra que está
haciendo, cada vez, un teatro mejor”.
Sin embargo, y a pesar de las invitaciones, no existe el suficiente apoyo por parte del Estado. Aunque se ofrecen becas para estos propósitos – según Álvarez hay dos convocatorias anuales para que los grupos puedan viajar a los festivales a los que los invitan – , todavía faltan muchos estímulos. O eso es lo que sienten algunos, por lo menos: “No hay un programa estable, consciente y concreto del Estado para sacar nuestro teatro. De decir, mire, esto es lo que se hace allá… cuando salimos nos damos cuenta que a la gente le parece ‘muy vital’ el teatro colombiano, y aquí ni nos enteramos de eso” afirma Fernando Montes, director del Teatro Varasanta.
Sin embargo, y a pesar de las invitaciones, no existe el suficiente apoyo por parte del Estado. Aunque se ofrecen becas para estos propósitos – según Álvarez hay dos convocatorias anuales para que los grupos puedan viajar a los festivales a los que los invitan – , todavía faltan muchos estímulos. O eso es lo que sienten algunos, por lo menos: “No hay un programa estable, consciente y concreto del Estado para sacar nuestro teatro. De decir, mire, esto es lo que se hace allá… cuando salimos nos damos cuenta que a la gente le parece ‘muy vital’ el teatro colombiano, y aquí ni nos enteramos de eso” afirma Fernando Montes, director del Teatro Varasanta.
Sobre los dramaturgos y los directores
Personajes como Fabio Rubiano, director del Teatro Petra, o Jorge Hugo
Marín son los representantes de ese nuevo rol que se está implantando en las
compañías teatrales, el de dramaturgo-director: el que escribe y dirige sus
propias obras, el que trabaja sus propios textos. No son los únicos, son muchos
más los que lo están haciendo. Ya sea porque escriben desde el escritorio lo
que quieren montar en escena o porque, al estilo del Teatro la Candelaria,
trabajan en una creación colectiva. Así dicen lo que quieren decir, lo que
necesitan: “Creo que está surgiendo la tendencia de empezar a escribir teatro
de autor, porque lo necesitamos. Está surgiendo como una tendencia. Necesitamos
desesperadamente hablar de los nuestro”, dice Felipe Botero, “Creo que tenemos
que explorar nuestras formas y nuestra voz. Colombia tiene que encontrar su
voz, porque la tiene”.
Pero entonces viene el problema de la publicación. ¿Para qué escribir si
nada se publica? ¿Si nadie quiere publicar y no hay patrocinios para los
dramaturgos? Algunos lo hacen, como Rubiano, Marín o Botero, porque cuentan con
un grupo para hacer el montaje, porque así pueden lograr que su texto adquiera
sentido y visibilización en escena pero, ¿los que no? ¿los que solamente
escriben? Como no hay publicaciones, no hay forma de que los conozcan, no hay
manera, tampoco, de que monten sus textos.
El ministerio de cultura ha realizado
una avanzada importante en ese sentido. Cada vez intentan buscar más apoyos y
expandirlos – desde becas de creación hasta apoyos para el sostenimiento de las
salas – y, eso, se siente al nivel de los teatros: “Pienso que, incluso, a
nivel de políticas estatales hay una apertura”, afirma Carolina Vivas,
directora de Umbral Teatro. “No me atrevería a decir que vivimos tiempos
oscuros, por el contrario, creo que el diálogo con los sectores está funcionando
relativamente bien, desde luego con las limitaciones que pueda tener el estado
y el diálogo mismo”.
Quince liibros publicó el Ministerio de Cultura el año pasado entre homenajes a los
grupos con trayectoria, recuperación de la memoria y enciclopedias teatrales. A
nivel de dramaturgia, además del libro ‘Luchando contra el olvido’, se están
preparando dos más para su publicación. Uno de ellos, dedicado exclusivamente a
los escritores jóvenes.
Pero, como bien lo dice Vivas, el estado tiene limitaciones. Y eso se
sigue evidenciando, también, en la producción escrita: “El sistema económico
sigue haciendo muy difícil hacer teatro. El dramaturgo escribe porque hay
plata. Él escribe y el grupo se pone a montarlo si hay el patrocinio. Acá nos
toca desde ceros y, bueno, eso nos deja un poquito atrasados” afirma Fernando
Montes.A pesar de las dificultades, el Teatro Varasanta se ha mantenido en la
escena teatral por casi 20 años. Con mucho esfuerzo, han alcanzado cierto nivel
de autosostenibilidad.
Por un teatro autosostenible
¿Es eso posible en Colombia? Hay posiciones encontradas al respecto.
Mientras que los pertenecientes a los sectores más tradicionales dicen que no,
que ningún teatro puede vivir sin apoyos del estado, que para vivir del teatro
habría que dedicarse a hacer un teatro que venda, que sea comercial, hay otros
que piensan distinto, y que se basan en su experiencia para demostrar que sí se
puede. “Nos hemos acostumbrado a que siempre hay que pedirle ayuda al estado”
afirma Botero, “Y está bien, el estado debe procurar unos beneficios, incluida
la cultura por supuesto. Pero también nos hemos acomodado a esperar que ellos
resuelvan. Yo creo que todo el tiempo se está intentando buscar que los grupos
sean autosostenibles, y no nos hemos dado cuenta” dice y Jorge Hugo Marín lo
respalda en su afirmación: “Se logra si se tiene un buen liderazgo y no sólo un
liderazgo artístico. Se debe tener un timón que lidere el proyecto y que lo
lleve más allá de las necesidades artísticas”. Estos dos teatreros han empezado
a tomar consciencia de la necesidad de gestión dentro del mundo de las artes
escénicas. Hablan del artista que actúa, dirige y escribe, pero que también
mueve su obra y la promociona.
“Existen experiencias que nos demuestran que sí es posible, pero las
estructuras aún son demasiado débiles para pensar que el teatro pueda ser
autosostenible. Hay que generar habitos de consumo para que el arte logre
posicionarse en un mercado” afirma Narda Rosas, directora de la división de
Arte Dramático en Idartes.
Consumo, mercado. Aunque tal vez sea más bonito hablarlo en términos de
obras y de públicos, Rosas tiene razón: hay que fortalecer las estructuras. Y
esto se logra, más allá de la divulgación y de la venta de boletería, en la
educación. Hay que entrar a los colegios y en las universidades, crear, como
sostiene Montes, “una mayor consciencia, desde chiquitos, en la formación
teatral.” Esa es la mejor manera. Finalmente, con un arte, no siempre se puede
– ni se debe – hablar en términos monetarios: “No es la cuestión de si el
teatro produce plata o no, la educación de la sensibilidad de un muchacho no se
puede medir en términos de producción” afirma Montes.
Cuando nos referimos a las artes escénicas, no podemos hablar de un
mercado en el que la relación es unilateral: de productor a consumidor. La
responsabilidad, en este caso, también está en nosotros, en el público. Está en
pensar en el país que queremos crear. “¿Se imagina un gobierno que promulgue el
arte como una formación integral, que sea el punto más alto al que la gente
pueda acceder? Un gobierno que tenga los teatros abiertos… eso es alimentar el
espíritu de todo su pueblo. Imagínese un gobierno que piense así. Sería otro
país ¿no? Sería bonito.” dice Fernando Montes. Pero mientras el gobierno cambia
de mentalidad y deja de preocuparse, primero, por el precio de una bala que por
el valor de una vida, nos toca a nosotros, desde el teatro, encontrar un país.
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