El 22 de
abril de 2006 fue asesinado el sacerdote Jorge Piñango, en una habitación del
hotel Bruno de Caracas, por un compañero ocasional, a quien la policía después
identificó, capturó y entregó a las
autoridades judiciales para su debido proceso. De ese escandaloso suceso brotó la pieza
teatral, Penitentes, de Elio Palencia (Maracay, 1963), la cual hace temporada
en Unearte.
Palencia
escribió Penitentes indignado ante el tratamiento que le que dieron los
medios y representantes de diversos sectores al caso del padre Piñango,
encontrado muerto en el Bruno. “En la mayoría de las declaraciones subyacía una
inmensa carga homofóbica la cual, con la justificación del supuesto
esclarecimiento de un caso, refrendaba la ignorancia y la discriminación ante
millones de espectadores y lectores. Tal vez porque llevaba poco tiempo de
regresar de España aquello me impresionó, ¿En este nivel tan atrasado estamos
en Venezuela respecto a la sexodiversidad? ¿Nuestros jóvenes van a seguir
reproduciendo estos conceptos? ¿Cómo puedo convertir esta indignación en algo
creativo susceptible de ser compartido con los demás? Con estas y otras interrogantes,
dispuse los elementos propios del oficio y comencé a escribir.
-¿Cómo fue su investigación?
-La mínima imprescindible cuando te inspiras en un suceso real.
Afortunadamente en esos días los medios, tanto escritos como audiovisuales,
brindaron mucho material, tendencioso en su mayoría, pero información al fin y
al cabo. De cualquier manera, jamás me planteé hacer crónica o presentar una
radiografía del caso, sino utilizarlo como punto de partida para, junto a mis
interrogantes, construir una ficción. De hecho, comencé con los personajes principales
que surgen de la noticia, el sacerdote y el prostituto al que se acusaba de
asesinato. Sin embargo, fue después
cuando hallé en la ficción al verdadero protagonista, el que me permitiría
hacer el recorrido que me interesaba en el ámbito fabular: un muchacho que está
descubriendo no sólo las complejidades del amor y el deseo, sino también su conciencia como ser político, con
toda la vehemencia, la radicalidad, el
candor y la ingenuidad de un romántico.
-¿Ayudó la puesta en escena de Costa
Palamides?
-Indudablemente, y siempre le estaré agradecido por su
decisión de montarla. Si bien la dramaturgia es literatura y encuentra eco y
gratificación en su lectura, su principal y más deseado destino está en hacerse
carne y voz en los actores, tiempo y espacio frente a los espectadores.
Palamides, junto a su equipo de Teatrela, no sólo supo revalorar la pieza y
darle una lectura escénica llena sobriedad, sino también hacer aportes a la
sutileza y la honestidad expresiva que, desde la concepción del texto, yo quería
transmitir con ese discurso.
-¿Han cuestionado la teatralización del
suceso?
-Que yo sepa,
nadie. Partir de sucesos reales en la
literatura dramática es algo muy socorrido durante toda su historia. Tengo
entendido que un conocido sacerdote fue a ver una función y salió cuestionando acerca
del porqué escribir eso y mostrarlo. Al parecer, no le veía el sentido. Es comprensible y
respetable que para él no lo tenga, pero quizás no sea así para quienes aspiran
a comprender algunos mecanismos que mantienen a sectores de nuestra sociedad en
el terreno de la injusticia, la hipocresía, la doble moral y el atraso, para
aquéllos que valoran en el teatro espejos que estimulen su conciencia ética y
estética y les active el sentido crítico acerca de la existencia de “ciudadanos
de segunda”, cuyos derechos aún son asignatura pendiente.
-¿Lo han amenazado?
- No, eso no me
ha sucedido, y creo que tampoco a los compañeros del montaje. Afortunada o
lamentablemente, el alcance del teatro con vocación artística y sin figuras
mediáticas, no suele generar esas polémicas y pasiones por estos días. Y mucho
menos en nuestro país, en donde ni siquiera contamos con un periódico que
ofrezca el servicio público de una cartelera teatral más o menos completa a
nivel metropolitano.
¿SUEÑA CON EL CINE?
“No lo sueño,
aunque sí es una posibilidad que en algún momento he acariciado. Pero el cine,
pese a que me gusta muchísimo, tiene unas implicaciones de producción que me
abruman un poco. Lamentablemente, a diferencia de otras épocas y contextos, muy
pocos productores y cineastas se acercan últimamente al teatro –al menos, al
que hacemos sin actores de cartel televisivo- y mucho menos buscan nutrirse con
las historias que intentamos contar en él. No parecen interesarles o quizás ya
con luchar por hacer las suyas tienen
bastante, lo cual es muy respetable. Es
un fenómeno curioso dado que históricamente el teatro ha sido una fuente de la
que ha bebido el mejor cine. Tal vez tiene que ver con la atomización de los
discursos estéticos, a la poca relación y diálogo entre los creadores de
diversas disciplinas o a una tendencia a la autoreferencia en cada arte. En circunstancias más saludables, lo más
seguro es que algún productor o cineasta ya me hubiera quitado la pieza de las
manos o invitado a colaborar para adaptarla a un guión, como en lo años 70 y 80
Wallerstein hizo con Chocrón, Llerandi con Cabrujas, Chalbaud con sus propios
textos teatrales o De la Cerda con Santana. Sin embargo, creo que eso es algo
circunstancial, y no exclusivo de nuestro país, sino del mundo occidental, al
menos. De todas formas, la pieza está
allí, con su potencial o no, según quien la considere, para ser adaptada al cine o a cualquier medio audiovisual”.
¿FIN ÚLTIMO?
“Bueno,
el fin último de esta pieza no es distinto del que solemos tener cuando elaboramos
un objeto artístico: expresarnos como seres libres desde nuestras necesidades,
miradas , íntimas y/o colectivas. En el caso de la escritura
teatral, jugar con tiempo, espacio, personajes y conflictos; formas y contenidos para compartirlas con los
demás a través de un hecho escénico, a ser posible preñado de presencia y
vitalidad. Particularmente, me estimula el intento de afirmar la vigencia del
teatro como “arte de la persona” por excelencia -tal y como lo ha dicho, entre otros, el director
Luis de Tavira- el teatro como arte que,
imbricado a la historia, busca explorarnos
en nuestra humanidad y hacer que podamos
vernos en el goce estético y la dialéctica; el teatro como resistencia legítima
ante la visión superficial y cosificadora que impone el pensamiento único mercantilista
que pretende reducirnos a meras cifras y sujetos de consumo”.
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