Una versión escénica de un excelente cuento del maestro Rómulo Gallegos,gracias al trabajo de César Rojas y su gente. |
Cuando se creía que
Rómulo Gallegos estaba olvidado, llega el dramaturgo y director César Rojas con
un espectáculo que retoma el cuento La hora menguada del creador de Doña Bárbara y lo teatraliza a su
manera para mostrarlo como Menguada la
hora, en una de las salas del Celarg, con notable éxito de audiencia, además
de la experiencia que le dejo al artista y a la gente involucrada.
-¿Por qué Gallegos?
-En este momento de la historia de nuestro país,
debemos pensar en algunas enunciaciones
que nos permitan conseguir un camino para la definición del venezolano del
siglo XXI, fuera de la escueta y enredadísima definición que pudiera ilustrar
simplemente al ser que habita dentro de los límites geográficos de nuestro país;
que nos hablan de líneas estratégicas del Estado, que inevitablemente necesita
esa definición del individuo que lo conforma; es inevitable glosar a Gallegos y
su modo de dibujar los perfiles y el sentir del hombre venezolano de hace un
siglo atrás, que brinda las raíces que nos podrían permitir una mejor
comprensión de los rasgos individuales de hoy en día, a pesar de presenciar
constantemente de un entorno que intenta cada día borrar esos rasgos
individuales para que todos seamos iguales, pero no “iguales” como “nosotros”
sino iguales como “ellos” (los dueños de la tecnología y de las redes)
-Gallegos entonces nos late como un corazón propio lleno de esos matices
que nos invitan a degustar lo que fuimos y nos ayuda a iniciar un mejor
acercamiento a lo que somos. Amelia y Enriqueta, las protagonistas/antagonistas
de “Menguada la hora”, por ejemplo, son esas mujeres hechas de esperas plenas
de temores, porque sus aspiraciones le adjudicaron al hombre (fuese padre,
marido, hijo, sobrinos, ahijados…) su única alternativa para ser felices y
ellos no le devolvieron la moneda, dejándolas solas, abandonadas atrapadas en
su repetir todos los días lo mismo mientras se secan de desamor. ¿Cuántas
mujeres venezolanas quedaron solas esperando que la felicidad tocara alguna vez
a su puerta, de la manera que fuera pero la falsa moral y la superchería de las
buenas costumbres de una época hipócrita troncho para siempre esa posibilidad?
¿Cuántas han desobedecido y se han
lanzado a buscar su destino y su felicidad fuera de las puertas de su casa?
-¿Siguen vigentes sus pensamientos?
-El asunto aquí no es si siguen o no vigentes los
planteamientos de Gallegos. El positivismo ya no tiene un rol protagónico en la
vida del hombre de hoy, como el conductismo obtuso tampoco sirve tanto en el camino de
enseñanza-aprendizaje del pedagogo contemporáneo, aunque muchos lo pongan en
duda. Ya no podemos definir a un venezolano como un “compadre”, como hicieron
los adecos de los 60 y 70. Las cosas han cambiado, la sociedad ha cambiado,
nuestro país cambió, pero no por eso satisface echar una mirada al pasado y ver
lo que pensaba el individuo de otras décadas, para encontrar las coincidencias
y diferencias desde el teatro, del hombre que camina las rutas de nuestro
tiempo.
¿Cómo muestra esta pieza después de largos 20 años de haberla estrenado?
-La muestro como siempre quise mostrarla y escasamente lo lograron los directores
que me antecedieron –sin poner en duda sus buenas intenciones, porque ya conoces
el dicho-; la muestro como quien bebe un vino que los años han madurado y con
el placer de mirar en escena lo que quise ver siempre desde el dolor de esas
mujeres atrapadas en esa casa en la que repiten todos los días lo mismo, que
para mí es una metáfora de un venezolano cargado de mucho dolor, resentimiento
y sobre todo una gran necesidad de ser amado.
-¿Ha cambiado en algo la anécdota o el
montaje?
-El tema es y siempre será La Espera, sobre todo
cuando La Espera trae dolor y soledad.
En cuanto al montaje, es mío, con las ideas que siempre me hicieron falta en
las puestas que vi de otros directores, sin más pretensiones que las de un
artista que va a decir algo de cierto modo y nunca se siente complacidos. Todos
los directores que la montaron antes que yo, ponían a los personajes
limpiecitos… Intactos… cuando yo quería que las telas de arañas y el bahareque
se casaran con las arrugas de las viejas
-¿Qué espera del nuevo público?
-Que me acompañen en esta maravillosa aventura de encontrar temas en la realidad de un
venezolano que comienza a entenderse desde la diversidad mientras participa más
activamente de los espacios de su continente; que abran matrices de opinión, a
partir de las piezas en las que asisten, que nos permitan mejorar la calidad de
vida del hombre de este país y que además se suban a las matrices de opinión
que hagan madurar nuestro tiempo mientras encontramos una definición de
venezolano, más allá de compadre, pendejo, compinche, minero…
-¿Cómo se prepara con sus otras obras
teatrales?
En
este momento tengo más de 70, aparte de las que ayudo a que suban a escena
desde mi labor en el Celarg.
Pieza dramática
Dos hermanas, Enriqueta y Amelia (encarnadas por Neo Rodríguez y Rocío Mallo) aferradas a los
viejos resentimientos ven pasar la vida desde la ventana esperando el regreso
de “el hijo”. Un fruto del engaño que Amelia le hace a Enriqueta, con su marido; el fruto del
arrebato que Enriqueta
le hace a Amelia negándole
la maternidad. Este hijo es la excusa de un odio corrosivo,
de un lazo innegable. Los recuerdos de la inocencia vuelven
una y otra vez para terminar de plasmar el cuadro dramático de Menguada, la hora. Neo
Rodríguez y Rocío Mallo logran entrar en el juego del tiempo y
plasman en el espacio una verdadera complementación, y enriquecen cada
detalle de la puesta con excelente ductilidad. La puesta
reitera la amargura y la frustración de las dos hermanas atrapadas en una
desesperada relación de amor y odio. Menguada, la hora es una puesta lúcida, de climas contundentes y
un excelente trabajo de utilería, escenografía y vestuario.
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