Seres
hostiles e irracionales, así fue como los colonizadores definieron a los
aborígenes que poblaban las inmediaciones del río Amazonas antes de que se
vieran obligados a masacrarlos ya que, incomprensiblemente, estos indígenas no
accedieron de buena gana a modificar sus costumbres y cultura como pretendían
los recién llegados, quienes reclamaban la tierra suya y les ofrecían la
posibilidad de continuar viviendo en ella sujetos a sus mínimas leyes de
convivencia (posteriormente englobadas en el término esclavitud).El abrazo
de la serpiente se muestra como una integrante de esa inusual y
misteriosa estirpe de películas que, como algunas de las plantas medicinales y
analgésicas más comunes de nuestro tiempo, han aparecido a lo largo de la
historia para reivindicar que lo primigenio y lo primordial van unidos de la
mano, en cualquier tipo de ámbito, y supeditados a unos resultados mucho más
satisfactorios que cualquiera de los productos químicos subsecuentes y
derivados. De esta manera, la nueva obra del colombiano Ciro Guerra contribuye
a enriquecer un acervo cinematográfico que, en su búsqueda de lo natural y
primitivo, constituye una pieza imprescindible tanto de antropología histórica,
en su exploración reflexiva sobre el tránsito de lo caduco, como filmográfica,
aumentando el crédito de un país al que ya le habíamos perdido la pista,cinematográficamente
hablando.
El
creciente desdén con el que las ciencias naturales están siendo tratadas
levanta de nuevo el debate sobre la necesidad que tiene el primer mundo
—Norteamérica principalmente— de controlar el gran mercado ejerciendo una
competencia desleal basada en el descrédito de aquello que se escapa de su
control o entendimiento. Empero surgen preguntas perentorias de cada acción,
aparentemente desinteresada y escondida tras un puñado de eufemismos sobre las
buenas intenciones, la preocupación y el respeto, que la ciencia experimental y
moderna es incapaz de responder. Es por ello por lo que esta película resulta,
aparte de un maravilloso ejercicio estético-reflexivo, una poderosa herramienta
de protesta. Algo que puede apreciarse en la sensacional escena de la brújula;
un misionero se niega a que los miembros de una tribu se queden con su
instrumento magnético. Incapaz de reconocer su apego a los bienes materiales,
se escuda en la falsa e hipócrita preocupación de que podría actuar como un
transmisor de conocimiento negativo, destruyendo su actual sistema de
orientación basado en los vientos y las estrellas. «El conocimiento pertenece a
todos». Este brillante diálogo constituye un testimonio concreto y fehaciente
de un largo y decadente proceso cultural. Una egoísta, totalitaria y narcisista
civilización que demuestra su incapacidad para permitir el progreso de otras
culturas que amenacen a la suya y desacrediten su propia artificiosidad
utilitarista envasada al vacío y vendida al por mayor.
Guerra
utiliza un único hilo narrativo no lineal y un exclusivo espacio físico para,
mediante la introducción de dos momentos temporales diferentes, mostrar la
evolución del hombre blanco en su proceso de comprensión de las tribus
aborígenes de la amazonia colombiana. En su empeño de realizar este complejo
estudio, el director plantea una única narración basada en el empirismo y en la
descripción de registros anecdóticos y procedimentales de dos diferentes
exploradores que recorrieron idénticos caminos con 20 años de diferencia.
Cualquier separación entre escenas queda completamente erradicada, hecho que
aporta una mayor fluidez al relato y obliga al espectador a permanecer atento a
los cambios, no sólo de protagonista, ya que en ocasiones la transición es tan
sutil que apenas logramos percatarnos, sino también del propio entorno y las
vicisitudes que encontramos a su paso, cada vez más demacrado y explotado por
el paso de la evolución y la contaminación social en un territorio profanado.
La no obviedad de la película en ese sentido eleva su narración al desvanecer
la línea espacio-temporal, haciendo que las dos diferentes etapas transitorias
se vean unidas por hábiles trucos de cámara que juntan lugares comunes en
momentos diferentes. Pasado y futuro se confunden gracias a la astucia de la
cámara y el sensacional aprovechamiento del espacio. Como nexo de historias y
agente estabilizador, que da orden y sentido en todo momento a las alteraciones
cronológicas, encontramos a Karamakate, último superviviente de una tribu
amazónica. La película se centrará en la relación de éste con dos exploradores,
el biólogo alemán Theodor Koch-Grüngberg, y el estadounidense Richard Evans
Schultes —ambos figuras reales en el campo de la etnología— en su intento de
encontrar una planta curativa milenaria cuya efectividad depende de la conexión
espiritual y el entendimiento de unos conocimientos esotéricos ancestrales.
Desde el
punto de vista de su estructura formal, el filme, tras dejar clara desde las
secuencias introductorias su intencionalidad atemporal, aprovechará su potencia
visual para la que, sorprendentemente, ha renunciado de manera deliberada al
poder cromático de la selva en beneficio de un blanco y negro tan sugerente
como acertadamente anacrónico, en su esfuerzo de representar el impacto que la
invasión de la civilización tuvo sobre la totalidad de las especies —animales y
vegetales— en la época precolombina. Gracias a esa perspectiva múltiple
aportada por el salto temporal de 20 años, se pueden apreciar no sólo los
efectos, sino también el desarrollo de la acción rememorada, desde una óptica
biográfico-colectiva, en un mismo escenario. Este es el caso del recinto
evangelizador en el que los españoles educaban a los niños en la moral
cristiana por medio de los frailes capuchinos y que, dos décadas después,
estaba invadido por congregaciones sectarias primitivistas de prácticas
mesiánicas absurdas y extremistas. Sin embargo, el protagonismo en El abrazo de
la serpiente está destinado por completo a Karamakate, como fiel representante
de las civilizaciones sometidas al colonialismo y no, como habíamos visto
anteriormente, a los propios expedicionarios ejemplificados con cierta
honorabilidad por Herzog en películas como Aguirre, la cólera de Dios (Aguirre
der Zorn Gottes, 1972), o Fitzcarraldo (1982). El
colonizador es en la presente cinta un peligroso intruso al que le precede la
terrible fama de sus antecesores, caucheros del corte de Julio César Arana del
Águila, a quien se menciona indirectamente recordando la espantosa matanza de
los peruanos, en alusión a los escándalos del Putumayo.
Un
notable ejercicio de estilo y experimentación en el que las prácticas
misionales de las reducciones jesuíticas de Colombia quedan como un anecdótico
acompañamiento dramático frente al verdadero foco de la acción; un trabajo de
extensa historiografía narrativa cuya principal baza se polariza en la
complementariedad de dos personajes encarnados en la misma figura —Karamakate
joven y Karamakate viejo—, reviviendo un capítulo de su vida con el
conocimiento y la experiencia que la primera vivencia, 20 años atrás, le
proporcionó. De esta manera, el filme queda alegóricamente dividido en su
vertiente histórica, la cual nos aproxima, a través de dos personajes reales
—exploradores— a un episodio de la colonización sudamericana mediante una
reconstrucción fílmica relativamente fidedigna, reflejando algunos rasgos de la
sociedad colonial culturalmente mestiza; y su vertiente aventurera, mostrando
el viaje iniciático de dos investigadores que evidencian la incompatibilidad
cultural y los problemas del desconocimiento y la intolerancia. Nuevo ejemplo
de la pobreza del ser humano en comparación a la riqueza del entorno natural, y
la mezquindad de aquél al tratar de agotar los recursos de éste. Retrato
metafórico aplicable a la época contemporánea que complementa el sensacional
trabajo de Eduardo Galeano: «El subdesarrollo de América Latina proviene del
desarrollo ajeno y continúa alimentándolo (…) habitamos, a lo sumo, en una sub
América, una América de segunda clase, de nebulosa identificación. Es América
Latina, la región de las venas abiertas».
Ficha técnica
Colombia.
2015. Título original: El abrazo de la serpiente. Director: Ciro Guerra. Guion:
Jacques Toulemonde, Ciro Guerra. Fotografía : David Gallego. Música: Nascuy
Linares. Duración: 125 minutos. Productora: Coproducción
Colombia-Venezuela-Argentina; Ciudad Lunar Producciones / Buffalo Producciones
/ Caracol Televisión / Dago García Producciones / MC Producciones / Nortesur
Producciones. Montaje: Etienne Boussac. Intérpretes: Brionne Davis, Nilbio
Torres, Antonio Bolívar, Jan Bijvoet, Nicolás Cancino, Yauenkü Migue, Luigi
Sciamanna. Presentación oficial: Festival Internacional de Cannes 2015
(Ganadora Quincena de realizadores).
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