Con solo 26 años y ya apunta hacia liderizar un movimiento renovador de la escena criolla. |
Hace temporada en el
Espacio Plural del Trasnocho Cultural, el director Fernando Azpúrua (Caracas, 1990),
convertido en auténtico autor escénico, con su montaje de Los amantes
inconstantes, basado en el texto La doble
constancia (1723) de Pierre de Marivaux (París, 1688/1763).
Su tema central es la fragilidad o vulnerabilidad de las
relaciones amorosas; tratado, para este siglo XXI, en tono y ritmo de comedia
musical, con una propuesta singular y adaptada a la vida contemporánea,
específicamente dentro de la diversidad sexual, lo cual sumerge al espectador
en la historia de Silvio. Éste es raptado por el príncipe para jurarle su amor.
Conseguirlo no le será tan fácil, ya que Silvio está profundamente enamorado de
Alejandro. Es entonces cuando ciertos personajes del palacio deciden conspirar
para hacer los deseos del príncipe realidad, para terminar demostrando como a
través de sus inconstancias todos se entregan a las pasiones y abandonan las
más puras promesas. Un espectáculo donde
el amor es visto en su más profunda esencia en contraposición con la falta de
constancia en las relaciones de pareja y su fragilidad.
ALGO MÁS QUE DEFINICIONES
Para disfrutar esta
comedia dramática, el espectador debe revisar las definiciones
que tiene sobre el amor, basándose en la
teoría y en la práctica. Hay que se despojarse de todos los prejuicios inculcados
sobre el género y asistir así a una divertida representación de la comedia musical
Los amantes inconstantes, ambiciosa creación de Azpúrua que ganó,
precisamente, el Segundo Festival de Jóvenes Directores del
Trasnocho.
Azpúrua metió mano a la historia de tres mujeres y tres
varones que hacen un juego romántico para no aburrirse en un palacio de la
Francia del siglo XVIII, como lo propone Marivaux, y los lleva a una especie de
cabaret con fantástica pasarela, del siglo XXI, donde seis hombres (las damas
cambian sus sexos, porque así lo quiso el versionista-director ) tratan de
demostrar que el amor es una fantasía que los humanos se inventan
para distraerse en sus vidas, con lo cual pretenden demostrarse que ese
sentimiento es una necedad y que no se debe tomar nunca en serio, porque los seres
amados son caprichosos y, además, peligrosamente inconstantes.
Estamos seguro que este experimento escénico le permitirá al más
interesado espectador actualizar sus conocimientos amatorios o le quedará la
espina de la duda o con muchas preguntas, como recomendaba Isaac Chocrón a quienes se atrevían a disfrutar de algunas
de sus piezas teatrales, como La revolución,
La máxima felicidad o Escrito y sellado, para citar sus más
conspicuas creaciones.
Así se enseña como el poder y el dinero conspiran contra el amor
tradicional, donde el sexo es otra moneda de cambio, y todo se limita a una
ceremonia de 90 minutos donde sus ambiguos personajes -felizmente
encarnados por Oswaldo Maccio, Carlos Díaz, Javier Figuera, Juan
Bautista, David Colmenares y Saúl Mendoza- salen todos del mismo hueco y
exponen, con desparpajo sus inseguridades y sus inconstancias junto a sus nunca
satisfechos deseos. Y para que todo se tomen en fiesta, o en broma, el ritmo y
los cuadros son musicales, donde se interpretan temas como Hotel
California o Angie de Los Rolling Stones. Ahí, de nuevo,
la chequera mata al amor o al galán o al enamorado ser humano y obliga a cambiar no solo de cama.
Azpúrua quiso hacer así este desopilante espectáculo y dedicárselo la
comunidad LGTBI y al público heterosexual para que con sus respectivos y
cuidadosos códigos culturales hicieran consabidas comparaciones y sacaran
conclusiones sobre la falsedad que está presente en las relaciones amorosas,
siempre. Al mostrar una comedia con personajes del mismo se invita al
espectador a un distanciamiento para que más allá de lo visual logre internalizar las situaciones
románticas y todas las trampas que la sociedad del consumo le impone a las parejas.
Véala este fin de semana, porque después no
se sabe si podrá, y emita su opinión. Lo único que advierto es que ya camina y
predica un director de teatro para este siglo, un director, que, como lo pedía
Carlos Giménez, no es un director de tránsito, sino un autor escénico,
como debe serlo todo aquel que pretenda ser creativo, es un director de la
talla de Orlando Arocha…pero más joven y en crecimiento. Es la ley de vida y
ojala haya más como él en esta Tierra de
Gracia, tan necesitada de creadores
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