El teatrero Miguel Torrence a sus 71 años tenia
recuerdos de días felices vividos y disfrutados, así nos lo declarò hace cinco
años en una visita fugaz a Caracas. Siempre quiso recibir el Premio Nacional de
Teatro, que otorga el Estado, para poder decir que ese era “el dìa más feliz de mi
existencia terrenal”. Nunca se lo dieron, pero si era un hombre feliz por sus décadas
haciendo espectáculos y formando generaciones. Y de eso fuimos testigos. Hoy lo despedimos porque se fue de gira y los que quedamos atrás debemos recordarlo con algunas de sus confesiones.
-¿Pero, cuál ha sido por ahora, su
día más feliz?
-Cuando ganamos, con el Teatro
Universitario de Carabobo, el primer premio del Tercer Festival Internacional
de Teatro de Manizales, realizado entre el 12 y el 19 de septiembre de 1970,
con El proceso de Lucullus, de Bertold Brecht. Nos presentamos el 13 y
convertimos la sala Los Fundadores en un mercado libre por las características
de nuestro montaje, porque recreamos la pieza dentro de un contexto muy
latinoamericano. Ahí participaron, entre otros Fermín González y Armando Gota.
Aquello es inolvidable, de verdad.
-¿Desde cuándo en el teatro?
-Estudié en la valenciana Escuela Ramón
Zapata con el maestro Eduardo Moreno y debute como actor hacia el 11 de octubre
de 1960, en un espectáculo con los textos Petición de mano y El
aniversario de Chejov. Me dediqué de lleno a la dramaturgia y la dirección
y por eso ya contabilizo más de 300 montajes y unas 60 obras escritas.
Como puestista debutó en 1961 y reconoce
que “la fecha se me ha borrado, pero no puedo olvidar que era en un espacio
abierto en Naguanagua, donde hasta el Ejército tuvo que intervenir para
controlar al público entusiasmado por una versión libre de la fábula La
bella durmiente del bosque encantado que les mostraba”.
Torrence es clave para el desarrollo del teatro
regional, ya que formó notables generaciones de comediantes, como Aroldo
Betancourt, Kiddio España y Grecia Colmenares, entre otros, y logró apuntalar
el Departamento de Artes Escénicas de la Universidad de Carabobo con la
creación del TUC. También ha estado al frente del Compañía Regional de Teatro
de Carabobo y, por si fuera poco, es el líder del Teatro Arlequín, con casi 50
años de labores, institución que desde 1993 dispone de una sala para 300
personas, un centro polivalente para las artes escénicas en la capital
carabobeña.
Este artista, que ha enfrentado infortunios
de toda índole, “porque los enemigos no duermen”, asegura que desde 1960 no ha
dejado de teatralizar la cotidianidad y ahora espera editar un libro donde
compilará sus creencias estéticas, para iniciar después así una severa revisión
de todas sus piezas teatrales, antes de proceder a editarlas. “No he querido
editar y después corregir. Reviso y después imprimo”.
-¿Tiene algún hechizo o formula para
conservarse vital y vivir más?
-Creo que mi salud es consecuencia de mi
esclavitud para con el teatro. Hasta ahora he sido sano, no tengo hechizos ni
cosa parecida. No tomo licores, salvo un trago de cortesía en una reunión
social. En mi casa comemos sanamente, con poca sal y sin manteca. Disfruto de
los vegetales, las verduras y las frutas. El único ejercicio que hago son las
caminatas matinales, durante una hora, en el Parque Metropolitano de Valencia.
Mascota
Miguel, quinto hijo de
Aracelys Estrada de Torrence y Miguel Ángel, nació en Valencia el 22 de marzo
de 1940. Comenzó a trabajar a los 11 años porque tenía que ayudar a mantener su
familia, sin descuidar su formación política y cultural, para lo cual tenía
como padrinos a intelectuales y políticos como Evaristo y Cayetano Ramírez. “A
los siete años yo era la mascota del comité carabobeño del Partido Comunista de
Venezuela. Cuando crecí participé en las actividades partidistas y hasta fui
guerrillero. Después me distancié por el dogmatismo, pero soy izquierdista
irreductible, marxista humanista. Mi formación fue fundamentalmente autodidacta
y comenzó temprano, aunque mis padres me quemaron una biblioteca porque me
estaba enfermando de tanto leer. Han pasado los años y además dejo como legado
mis cuatro hijos, dos nietos y un bisnieto. Los Torrence continúan”.
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