El teatrero y amigo Moisés Guevara hizo mutis y lo recordamos aquí con
esta entrevista que le publiqué el 2 de junio de 2012:
Hace casi un año me creyeron muerto…
pero resulta que no es así. Vivo y disfruto de mis 45 años. He vuelto a dirigir
teatro y por eso hacemos temporada con La maleta, una versión
escénica de La valija del argentino Julio Mauricio, toda una
dramática comedia sobre unos memorables cuernos matrimoniales, que exhibimos en
el teatro Humboldt, en San Bernardino, con Javier Vidal, Beba Rojas y Elvis
Chaveinte, con la producción de Cristina Neufeld. Volví a la UCV para
culminar mi licenciatura en Teatro, por supuesto. Y, por si fuera poco,
actualmente participo en el programa radial “Hoy por hoy” de Marianela Salazar
en Mágica 99.1, donde hago la sección “Puro teatro”, los jueves
entre la 1:30 y las 2:00 de la tarde. Como mi homónimo bíblico, me salve de un
naufragio y aquí voy. Otro Moisés Guevara, repotenciado o experimentado mucho
más. Donde perdí, gané, como dice el poeta.
SELLO GUEVARA
En la UCV tengo maravilloso
cancerbero académico, la dramaturga Xiomara Moreno, quien asegura que
debo culminar en el 2014. No hay apuro, no creo que nadie me de trabajo por
tener ahora un título universitario, curso dos o tres materias por semestre, no
puedo con más y además me place caminar por el claustro y recordar mis tempranas
conversaciones con mis maestros Ugo Ulive y Victoria De Stefano. Ahora sí
remato mi educación universitaria, pero antes he recorrido, en largas
tres décadas, casi todos los rubros del quehacer teatral. Actor, director
productor, profesor, gerente y todas estas facetas, además de
dramaturgizar la docena de piezas que he escenificado, las ha
realizado con la misma pasión y excelencia, porque he buscado que tengan el
sello Guevara, y no soy inmodesto, pero así lo han dicho la gente que sabe de
las minucias teatrales y lo detectaron.
PARAISO CON CABRUJAS
Para nadie es secreta mi vida y soy
un hombre exclusivamente de teatro y que además llevo casi 20 años sacando
adelante proyectos de restauración de arquitectura de teatros, abriendo
espacios, como el del Paraíso, en los años 90, y el Trasnocho, a lo
largo de los primeros 12 años del siglo XXI.
Gracias a José Ignacio Cabrujas mudé
mis neuronas al Teatro del Paraíso, legendario espacio conocido como La Casa
Sindical del Paraíso. Dediqué dos años a gerenciar su restauración, aprendí de
todo, desde batir cemento hasta reconectar una consola de iluminación de los
años 50. Fue una maravilla y montamos: El pez que fuma, La
casa de Bernarda Alba, Sonny, diferencias sobre Otelo el Moro de
Venecia, El día que me quieras y Acto Cultural.
En agosto de 1999 todo aquello se derrumbó para los artistas. Venía un nuevo
siglo y otros retos, como los que vivo ahora.
Tengo presente que Cabrujas, de
manera premonitoria ante lo que se venía por mi trabajo y mis pasiones, me dijo
antes de su fatal y último viaje a Porlamar: “Moisés, no hable mal de su
gremio, eso hablará mal de usted”. Y me insistió en que los
teatreros “somos el sistema digestivo del país al que pertenecemos,
nuestro teatro de hoy intenta traducir lo que somos”. No puedo olvidar
jamás sus predicas y más ahora en estos tiempos de torva teatralidad
social.
TRASNOCHO
Tampoco puedo dejar de evocar el
proyecto del Teatro Trasnocho, al cual dediqué 12 años. Cambié su diseño
original y lo convertí a tiempo en una sala polivalente, es mi hijo más grande.
Y mi hijo pequeño y consentido es el Espacio Plural. Ya no estoy ahí, pero los
hijos deben crecer. Esa es la más grande aventura del teatro independiente
venezolano en lo que del siglo y la bisagra del movimiento del mal llamado
teatro comercial. Ahí está mi contribución, que ni los mezquinos de siempre
pueden silenciar o borrar.
La idea proviene de la que es, hoy en
día, la Junta Directiva del Trasnocho Cultural. Ese consorcio, dueño del Centro
Comercial Paseo Las Mercedes, poseía las salas de cine que funcionaban en
el Trasnocho, las cuales estuvieron un poco más de ocho años cerradas y,
por una necesidad no sólo comercial sino espiritual, surgió la idea
de que estos cines volviesen otra vez a operar. Entonces se hizo una sala de
cine y una sala de teatro. De manera muy inteligente, esas personas
buscaron asesoría de gente que supiese lo que se debía hacer. Contactaron
a Solveig Hoogesteijn como asesora de la parte de cine y al tiempo
me llamaron para que presentase una propuesta sobre el área del teatro.
Les pedí que me dieran un mes y en ese tiempo diseñé todo un proyecto con una
justificación. De ahí nace la idea de hacer un teatro polivalente. A raíz de
la aprobación de ese papel de trabajo terminé quedándome como
asesor, participo como mano derecha del arquitecto Javier
Garmendia y realizo un Manual de Procedimiento y un Manual de Organización
que puntualizaban cómo debía funcionar la sala de teatro. La directiva me
planteó que me quedase y entonces determiné la estructura
operativa, ubicándome en la dirección artística del teatro, donde estuve hasta
el año pasado. Lo simpático de esta historia es que para reemplazarme nombraron
o contrataron a tres personas. ¡Casi que soy insustituible!
PROCESO DIGESTIVO
Creo que ahora el teatro caraqueño
vive un buen momento. Cada fin de semana hay ente 30 y 50 espectáculos. Claro,
no se puede comparar con lo que se hacía hace 20 o 30 años, porque el país
cambió. El teatro de ahora no es el que conocimos cuando estaban el Nuevo
Grupo y La Compañía Nacional de Teatro, cuando había un aporte
contundente del Estado a la actividad cultural, sobre todo a la actividad
teatral. Hay una ponencia lindísima de Peter Brook donde habla sobre
cómo crece y se alimenta el teatro en los períodos de crisis.
Casualmente en este momento que estamos viviendo – de conflictos
económicos, políticos y sociales que nos han ido degenerando-
nuestro teatro florece porque esta sociedad necesita revisar al país
y al ser humano para poder entenderse. Necesita hurgarse para poder
comprender lo que está pasando. La cultura termina siendo el proceso digestivo
del público con el cual éste se depura, entendiendo así sus propios
errores.
LA TAQUILLA IMPORTANTE
Sigo sin entender a que denominan
teatro comercial. Creo que cuando hablamos de teatro comercial en realidad no
estamos queriendo definir puntual y precisamente una manera de hacer teatro
sino en el fondo lo que se deja colar es un prejuicio contra la rentabilidad de
una producción. El teatro de texto no se puede hacer para que lo vayan a ver
solamente 20 personas, eso no tiene ningún sentido. Nosotros hemos tenido
experiencia en el Trasnocho y en otras salas en las que han montado
clásicos con masiva asistencia de público. En realidad aquí, en vez de estar en
este conflicto, deberíamos estar todos luchando para montar un
Shakespeare, un Calderón o un Lope de Vega y además esforzarnos para que
la taquilla produzca lo suficiente para poder sostener la producción. Ahora
esto tiene que nacer de una gestión cultural, no sólo privada, sino también del
Estado.
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