La historia de Venezuela,
especialmente durante los pasados dos siglos, ha inspirado a unos cuantos dramaturgos para que elaboren sus textos y de esa manera algunos aspectos históricos
se han popularizado y terminan siendo hasta respetables leyendas urbanas, o entretenidas posverdades, tal
es el caso de Andrés Bello (Caracas,
29.11.1781/Santiago de Chile, 15.10.1865) con su Venezuela consolada (1805), centrada en la aplicación de la vacuna
contra la viruela. Y precisamente ahora, en el siglo XXI, o en el XX, aparece
Javier Moreno (Caracas, 1960) con su Vacuno,
la fábula, donde se metaforiza como fue la creación de esa medicina
salvadora, creada por Edward Jenner con la utilización de
animales bovinos; gracias a esa vacuna (la palabra deriva del nombre en latín
“vaca”) fue posible controlar la viruela en muchos países y salvar las vidas,
entre otros, a no menos de 100 mil venezolanos.
Hay que
agregar que en Venezuela consolada,
Andrés Bello (funcionario de la administración colonial desde 1802 hasta 1810)
describe un país azotado por la peste de la viruela hasta que el rey Carlos IV envía
la vacuna sanadora. El drama se refiere a una región próspera especialmente por
la riqueza de su tierra pero que vive la tragedia hasta que el soberano lo
salva. Acá un extracto de esa pieza, además poética: “¿qué funestos motivos/ a tan fatal extremo/ de aflicción y dolor te
han compelido?/ ¿No eres tú Venezuela?/ ¿Falta acaso a tus hijos/ del español
monarca/ la amorosa tutela y patrocinio?”.
Moreno con su Vacuno,
la fábula no plantea precisamente una conferencia sobre como fue el complejo trabajo de Edward Jenner (Escocia, 1749/1823), sino que pergeña una historia fantástica sobre los hermanos Vacuno y Basilio, enviados
por barco desde el reino de España, y además hace una breve representación del
texto de Bello, en medio de una fábula sobre los hijos ilegítimos de un
sacerdote católico en unas poblaciones de la Capitanía
General de Venezuela y de las peripecias de aquellos para sobrevivir y entre, otras cosas salvarse, de la mortífera epidemia. En pocas palabras,
es un caldo de viruelas criollas donde los provincianos sobreviven para que esa
nación llegue hasta lo que es ahora, añadimos nosotros. En síntesis: un texto
teatral altamente didáctico que exige poco a los espectadores para ser
disfrutado, siempre y cuando se acepten algunas convenciones propias del
teatro.
No queda duda alguna del talento
investigativo y dramatúrgico de Moreno
para combinar la historia de la médica pócima y la aldeana vida de los
provincianos que se salvan por la vacuna, al tiempo que una vaca dialoga con
Vicente y le resuelve sus calenturas sexuales. Es un hibrido con las crónicas
griegas sobre los dioses y los humanos y sus rarezas sexuales, entre otras. Todo
un batiburrillo de ideas y propuestas teatrales, poco frecuentes entre algunos
de nuestros dramaturgos, quienes optan por copiar las traducciones que les
hacen.
Moreno ha dicho que Vacuno, la fábula fue creado y
publicado hace no menos de 20 años y ahora hace temporada en la sala Rajatabla
con hábiles comediantes como John Vincent, Joel Madrid (el más versátil en su
doble rol, además de sus plausibles performances), Andrés Rangel, Cherry Tovar,
Daniel Montiel, Gabriel Duno y Luz Dary Quitian quien se pone cuernos y una
especie de capa con piel bovina para componer de vaca sanadora, todo eso en un
espacio vacío, a lo Peter Brook, con mínimos elementos escenográficos y unas
luces adecuadas. Digno y aleccionador trabajo para estos difíciles tiempos.
A buena hora, el director y dramaturgo
Javier Moreno, como lo ha declarado a la prensa especializada, revisó unas cuantas piezas clásicas griegas
y la Venezuela consolada de Andrés
Bello. Supo hilar, pues, para crear una entretenida fábula social que
transcurre en una sociedad sin ley para recontar la historia de la vacuna de la
viruela y su paso por América.
El resultado de este experimento
dramatúrgico es, pues, Vacuno, fábula,
que se presenta muy dignamente en la
Sala Rajatabla, hasta el 27 de agosto, los viernes a las 7:00 p.m. y los
sábados y domingos a las 6:00 p.m.
La viruela es una enfermedad sumamente
infecciosa y a menudo mortal, que deja marcas permanentes en la piel. Antes de
su erradicación, mataba, desfiguraba y cegaba a millones de personas. En 1980,
el Consejo Mundial de la Salud (CMS) declaró al mundo libre de la viruela.
Hace cientos de años, en Asia, se
observó que las personas que contraían la viruela y sobrevivían, nunca volvían
a tenerla. Esta observación llevó a la posterior práctica, llamada variolación,
de sacar pus de una lesión de la viruela y frotarlo en pequeños cortes o
escaras que se hacían en la piel de las personas sanas, con la esperanza de
protegerlas. Estas personas todavía contraían la viruela, pero sus síntomas
eran más leves.
En 1796, Edward Jenner demostró que la variolación con viruela
bovina en vez de la viruela humana protegía totalmente contra la enfermedad y
evitaba que la persona padeciera siquiera la forma leve de viruela. Encontró una vía para hacer retroceder esa enfermedad que
invadía los cuerpos sin compasión. Jenner veía en su pueblo que las ordeñadoras
de vaca no se enfermaban cuando llegaba una epidemia, porque ellas estaban en
contacto con los animales cuando estos padecían una afección que les causaba
pústulas (en otras palabras, estaban inmunizadas). Este médico tuvo la osadía
científica de comenzar a usar experimentalmente ese pus el de la vaca y de las
mujeres que se enfermaban, y comenzó a probar con niños; incluso, probó con sus
hijos, y comprobó que al colocarle el pus de la vaca o de la mujer enferma a
los niños no desarrollaban la viruela”. Así nació la vacuna, cuyo nombre quedó
indefectiblemente asociado con el de los mamíferos que la inspiraron.
Se sabe hoy en día que fue una de las epidemias más feroces que
hubo en Caracas, donde produjo una mortalidad del 30% de la población: de 30
mil habitantes que tenía la capital y sus alrededores murieron más de 10 mil
personas, como ocurrió en 1763-1769. Un médico de origen canario trajo un
recurso que ya había sido empleado en China, donde se infectaban hilos con las
pústulas de pus de los enfermos, picaban esos hilos y los metían en frascos de
arcilla con almizcle y cuando ocurría una epidemia “sacaban esos pequeños pedacitos
de hilo y abrían la piel de la persona que iban a proteger para colocárselo,
con lo que esa persona desarrollaba una viruela humana atenuada”; esto le
permitía sobrevivir en caso de epidemia. A comienzos del siglo XIX hubo una
epidemia muy feroz que comenzó en Bogotá y se expandió a Venezuela. El rey Carlos IV, con la asesoría de esta
gente que ya se conoce la vacuna, ordena que se organice una expedición para
traer la vacuna hacia estos territorios bajo dominio español”. Y, aunque hoy
parecería un hecho aborrecible, fueron los niños los “transportes” de la
inmunización.
La vacunación comenzó en la capital, el 30 de marzo de 1804 “con
un gran acto formal. La vacunación en masa se inició el Viernes Santo, 30 de
marzo, en medio de gran ceremonia y pompa”, reseñan Yépez y Esparza en el libro
La Real Expedición Filantrópica de la
Vacuna, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España. El
mismo día “se vacunaron 64 personas”, agregan. “El gobernador Guevara
Vasconcelos emitió un bando dando total apoyo oficial a la expedición, ejemplo
que fue seguido en otras regiones de la Capitanía General de Venezuela”.
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