jueves, agosto 17, 2017

Vacuno y la viruela o cuando la historia apuntala al teatro criollo

La historia de Venezuela, especialmente durante los pasados dos siglos, ha inspirado a unos cuantos dramaturgos para que elaboren sus textos y de esa manera algunos aspectos históricos se han popularizado y terminan siendo hasta respetables leyendas urbanas, o entretenidas posverdades, tal es el caso de Andrés Bello (Caracas, 29.11.1781/Santiago de Chile, 15.10.1865) con su Venezuela consolada (1805), centrada en la aplicación de la vacuna contra la viruela. Y precisamente ahora, en el siglo XXI, o en el XX, aparece Javier Moreno (Caracas, 1960) con su Vacuno, la fábula, donde se metaforiza como fue la creación de esa medicina salvadora, creada por Edward Jenner con la utilización de animales bovinos; gracias a esa vacuna (la palabra deriva del nombre en latín “vaca”) fue posible controlar la viruela en muchos países y salvar las vidas, entre otros, a no menos de 100 mil venezolanos.
Hay que agregar que en Venezuela consolada, Andrés Bello (funcionario de la administración colonial desde 1802 hasta 1810) describe un país azotado por la peste de la viruela hasta que el rey Carlos IV envía la vacuna sanadora. El drama se refiere a una región próspera especialmente por la riqueza de su tierra pero que vive la tragedia hasta que el soberano lo salva. Acá un extracto de esa pieza, además poética: “¿qué funestos motivos/ a tan fatal extremo/ de aflicción y dolor te han compelido?/ ¿No eres tú Venezuela?/ ¿Falta acaso a tus hijos/ del español monarca/ la amorosa tutela y patrocinio?”.
Moreno  con su Vacuno, la fábula no plantea precisamente una conferencia sobre como  fue el  complejo trabajo  de Edward Jenner (Escocia, 1749/1823), sino que pergeña una historia fantástica sobre los hermanos Vacuno y Basilio, enviados por barco desde el reino de España, y además hace una breve representación del texto de Bello, en medio de una fábula sobre los hijos ilegítimos de un sacerdote católico en unas poblaciones de la Capitanía General de Venezuela y de las peripecias de aquellos para sobrevivir y  entre, otras cosas salvarse,  de la mortífera epidemia. En pocas palabras, es un caldo de viruelas criollas donde los provincianos sobreviven para que esa nación llegue hasta lo que es ahora, añadimos nosotros. En síntesis: un texto teatral altamente didáctico que exige poco a los espectadores para ser disfrutado, siempre y cuando se acepten algunas convenciones propias del teatro.
No queda duda alguna del talento investigativo y  dramatúrgico de Moreno para combinar la historia de la médica pócima y la aldeana vida de los provincianos que se salvan por la vacuna, al tiempo que una vaca dialoga con Vicente y le resuelve sus calenturas sexuales. Es un hibrido con las crónicas griegas sobre los dioses y los humanos y sus rarezas sexuales, entre otras. Todo un batiburrillo de ideas y propuestas teatrales, poco frecuentes entre algunos de nuestros dramaturgos, quienes optan por copiar las traducciones que les hacen.
Moreno ha dicho que Vacuno, la fábula fue creado y publicado hace no menos de 20 años y ahora hace temporada en la sala Rajatabla con hábiles comediantes como John Vincent, Joel Madrid (el más versátil en su doble rol, además de sus plausibles performances), Andrés Rangel, Cherry Tovar, Daniel Montiel, Gabriel Duno y Luz Dary Quitian quien se pone cuernos y una especie de capa con piel bovina para componer de vaca sanadora, todo eso en un espacio vacío, a lo Peter Brook, con mínimos elementos escenográficos y unas luces adecuadas. Digno y aleccionador trabajo para estos difíciles tiempos.
A buena hora, el director y dramaturgo Javier Moreno, como lo ha declarado a la prensa especializada, revisó unas cuantas piezas clásicas griegas y la Venezuela consolada de Andrés Bello. Supo hilar, pues, para crear una entretenida fábula social que transcurre en una sociedad sin ley para recontar la historia de la vacuna de la viruela y su paso por América.
El resultado de este experimento dramatúrgico es, pues, Vacuno, fábula, que se presenta  muy dignamente en la Sala Rajatabla, hasta el 27 de agosto, los viernes a las 7:00 p.m. y los sábados y domingos a las 6:00 p.m. 
La viruela es una enfermedad sumamente infecciosa y a menudo mortal, que deja marcas permanentes en la piel. Antes de su erradicación, mataba, desfiguraba y cegaba a millones de personas. En 1980, el Consejo Mundial de la Salud (CMS) declaró al mundo libre de la viruela.  
Hace cientos de años, en Asia, se observó que las personas que contraían la viruela y sobrevivían, nunca volvían a tenerla. Esta observación llevó a la posterior práctica, llamada variolación, de sacar pus de una lesión de la viruela y frotarlo en pequeños cortes o escaras que se hacían en la piel de las personas sanas, con la esperanza de protegerlas. Estas personas todavía contraían la viruela, pero sus síntomas eran más leves.
En 1796, Edward Jenner demostró que la variolación con viruela bovina en vez de la viruela humana protegía totalmente contra la enfermedad y evitaba que la persona padeciera siquiera la forma leve de viruela. Encontró una vía para hacer retroceder esa enfermedad que invadía los cuerpos sin compasión. Jenner veía en su pueblo que las ordeñadoras de vaca no se enfermaban cuando llegaba una epidemia, porque ellas estaban en contacto con los animales cuando estos padecían una afección que les causaba pústulas (en otras palabras, estaban inmunizadas). Este médico tuvo la osadía científica de comenzar a usar experimentalmente ese pus el de la vaca y de las mujeres que se enfermaban, y comenzó a probar con niños; incluso, probó con sus hijos, y comprobó que al colocarle el pus de la vaca o de la mujer enferma a los niños no desarrollaban la viruela”. Así nació la vacuna, cuyo nombre quedó indefectiblemente asociado con el de los mamíferos que la inspiraron.
Se sabe hoy en día que fue una de las epidemias más feroces que hubo en Caracas, donde produjo una mortalidad del 30% de la población: de 30 mil habitantes que tenía la capital y sus alrededores murieron más de 10 mil personas, como ocurrió en 1763-1769. Un médico de origen canario trajo un recurso que ya había sido empleado en China, donde se infectaban hilos con las pústulas de pus de los enfermos, picaban esos hilos y los metían en frascos de arcilla con almizcle y cuando ocurría una epidemia “sacaban esos pequeños pedacitos de hilo y abrían la piel de la persona que iban a proteger para colocárselo, con lo que esa persona desarrollaba una viruela humana atenuada”; esto le permitía sobrevivir en caso de epidemia. A comienzos del siglo XIX hubo una epidemia muy feroz que comenzó en Bogotá y se expandió a Venezuela.  El rey Carlos IV, con la asesoría de esta gente que ya se conoce la vacuna, ordena que se organice una expedición para traer la vacuna hacia estos territorios bajo dominio español”. Y, aunque hoy parecería un hecho aborrecible, fueron los niños los “transportes” de la inmunización.
La vacunación comenzó en la capital, el 30 de marzo de 1804 “con un gran acto formal. La vacunación en masa se inició el Viernes Santo, 30 de marzo, en medio de gran ceremonia y pompa”, reseñan Yépez y Esparza en el libro La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España. El mismo día “se vacunaron 64 personas”, agregan. “El gobernador Guevara Vasconcelos emitió un bando dando total apoyo oficial a la expedición, ejemplo que fue seguido en otras regiones de la Capitanía General de Venezuela”.







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