EL AUTOR Y SU EQUIPO ARTÍSTICO |
Con su
obra Develario nutre la agenda de
estrenos de la Compañía Nacional de Teatro para este movido año 2018. Nos referimos
al teatrero Rodolfo Porras. Y si Dios, las autoridades, además de los designios
de la indomable naturaleza, no lo impiden, la estará mostrando a principios del
venidero mes de mayo acompañado por los comediantes Arnaldo Mendoza, Adrián
Bustamante,Ludwig Pineda, Maria Alejandra Tellis, Celeste Gil, Darío Soto y
Ronny Mújica.
¿Qué significa Develario y qué pretende con ella?
Develario es una
pieza escrita al estilo de la novela negra, o el cine negro. Utiliza los
ingredientes emblemáticos de este género. Pero yo diría que a la hora de buscar
influencias, la pieza se acerca más a Bertolt Brecht que a Raymond Chandler. Es
decir, Develario es una pieza
política, que trata de alejarse del panfleto, del mensaje directo. En ese
sentido, sin embargo, es como cualquier pieza teatral, porque todas responden a
una ideología, a una postura filosófica y política. No hay pieza que no tenga
esas características. Desde el más puro teatro comercial, pasando por piezas
pretendidamente asépticas o con intenciones meramente estéticas, terminando en
los más rancios panfletos de derecha o izquierda. Con Develario pretendo que el público se encuentre con un texto y una
puesta que le permita un goce estético, se divierta y pueda entrar en contacto
con la posibilidad de leer la realidad más allá de lo aparente. El elenco tiene
un nivel actoral excelente, así que si logro engranar con tino los otros
componentes que implican la puesta en escena, vamos a dar un buen espectáculo.
¿Desde cuándo en el
teatro?
Mi
vínculo con el teatro se inició desde muy niño, porque siendo hijo de una
teatrera, como Isabel Hungría, el oficio era parte de la cultura familiar.
Cuando tenía como diez años me dio por escribir cuentos que, supongo, eran muy
malos, o por lo menos muy cándidos. De uno de ellos salió mi primera pieza El héroe de Ratolandia que fue hecha
para títeres. Entonces, desde niño ayudé en la escenografía, en el servicio de
escena, vi ensayos, hice un ingenuo intento de dramaturgia y de hecho viví una
temporada en un teatro. Soy hijo de Luis Porras y tengo tres hermanos.
¿Es genético o aprehendido en el camino?
Yo
creo que es difícil determinar eso. Pero, con toda seguridad, ambos elementos
tienen que estar presentes. La genética es un determinante fundamental en la
conducta y el carácter humano. Sin embargo, no creo que exista un gen teatrero
y cuando yo nací mi mamá todavía no hacía teatro, lo que implica que la
información genética referente a lo teatral tiene que ver con atributos que te
inclinan hacia la disciplina. En todo caso el camino se hace, tengas o no
predisposición genética. Y llevo algo así como 58 años en estos avatares.
¿Satisfecho?
Yo
soy un ser humano feliz, pero eso no quiere decir que esté satisfecho…la
sensación y la certeza de completitud es enorme, cosa que me obliga a seguir
haciendo, pensando, dudando, equivocándome… las satisfacciones que funcionan, a
mi criterio, son las circunstanciales, las perecederas. De hecho tengo la
sensación de que las satisfacciones permanentes son una especie de fracaso.
¿Maneja método propio de aprendizaje y estaría dispuesto
a enseñarlo?
A parte
del aprendizaje que significa haber convivido y crecido vinculado a la
actividad teatral, yo estudié formalmente en el IFAD, y recibí una enseñanza
privilegiada, dada la pléyade de profesores que me tocaron en suerte. Además de
Gilberto Pinto, recibí clases de Omar Gonzalo, Ana Rosa Gallegos, Roberto
Colmenares, Catalina Gaspar y Orlando Rodríguez, entre otros. Luego me integré
al Teatro Universitario de la UCV, bajo la tutela de Luis Márquez Páez, me hice
escenógrafo profesional por las enseñanzas de Ramón Aguirre, con quien trabajé en
teatro y el cine, hasta que me independicé en ese oficio. En la Escuela de
Letras, no sólo fui alumno sino preparador de Eduardo Gil. Es decir, tengo un
aprendizaje formal. Por supuesto, que también hay un aprendizaje informal que
implica el roce en el oficio y la adquisición de unas herramientas de manera
autodidacta, como creo que es el proceso de aprendizaje de todo el que se dedica
a aprender una disciplina. En relación a esa otra parte de la pregunta referida
a que si estoy dispuesto a impartirla, creo que no se puede hacer teatro sin
compartir el conocimiento, el aprendizaje, la experiencia, los ignorares y los
saberes. El teatro es una actividad colectiva, gregaria y de constante
aprendizaje.
¿Vale la pena tanto sacrificio para que le
conozcan o hay algo más?
Nunca
he sentido el hacer teatro como un sacrificio, más bien como un privilegio,
como un placer, un divertimento. Una vez Eduardo Gil dijo que él era un amateur
del teatro, es decir un “amador” del teatro, más que un profesional. Yo siento
exactamente eso. Hago teatro respondiendo a una necesidad vital, dando
respuesta a una demanda interior vinculada con el escribir, llevar a escena,
entender el escenario o perderme. Muchas veces en pleno proceso de montaje me
siento desvalido, pequeño, profundamente ignorante. Eso me hace pisar tierra…
despierta mi instinto de lucha, pone mi vanidad en jaque. Cosa que se agradece.
¿Teatro comprometido? ¿Con quién y por qué?
Eso me
pregunto yo ¿Con quién y por qué? Vuelvo a lo mismo: todo teatro es
comprometido, hasta el muy malo. Hay un teatro comprometido con el dinero, otro
que está comprometidos con la religión, hay un teatro comprometido hasta los
tuétanos con la vanidad, otro más con el arte en si mismo, otro con posturas
políticas… lo que es difícil, si no imposible es que exista un teatro no
comprometido. He escrito y llevado a escena obras comprometidas con el ideario
político revolucionario, otras con la libertad, otras con la diversión, alguna
más con la literatura, todas con varias cosas a la vez. Cuando se habla de
teatro comprometido se suele aludir al teatro político o el teatro militante…
yo he escrito eso que llaman teatro de urgencia, o teatro panfletario, pero no
es lo que más me gusta, de hecho no me interesa… Creo que el teatro, el arte en
general tiene un compromiso con la vida, lo humano, la justicia, y también
tiene un compromiso con altos contenidos estéticos y filosóficos. El arte, el
teatro tiene la capacidad de colocar al artista y a su receptor en una
atmósfera, en una sintonía especial que lo hace mirarse y mirar al otro con
libertad, con amor por lo humano y sus capacidades creadoras. Ese es el
compromiso intrínseco del arte, pero es el más fácil de eludir, casi siempre en
nombre de esos otros compromisos.
¿Tiene valores la nueva generación teatral?
Por
supuesto que tiene valores y muchos… no se puede estar en una sociedad y no
tener valores. Eso no existe. Todos los seres humanos, hasta Donald Trump, tienen
valores. De hecho los valores que tenían y proclamaban personas como Pinochet,
Hitler, Churchill, Reagan, la Tacher, Kissinger fueron los que provocaron y
justificaron genocidios terribles. Ninguno de ellos cometió las tropelías que
cometió por ausencia de valores. Lo mismo es aplicable a gente honorable con
acciones y resultados a favor de la vida. Puede aplicarse esto a una generación
específica, a un héroe, a un santo, un mártir. Los valores responden a una
realidad y a una percepción de la historia. Nuestras nuevas generaciones de
jóvenes, teatreros o no, reproducen la misma diversidad de pensamientos,
valores, sueños, inquietudes, ideales que han tenido los seres humanos durante
toda su historia. Yo diría que sin cambios o agregados, más bien variaciones de
énfasis en algunos aspectos. Lo demás es maquillaje, vestuario y escenografía.
¿Cuántas obras escritas y cuántas en camino?
18
obras… y ni idea de cuantas por venir.
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