En blanco y negro pero son los actores de este siglo XXI. |
Desde la temporada teatral de 1991 se disfruta en Caracas de Los hombros de América, una deliciosa
comedia dramática que escribió Fausto Verdial, la cual ahora se exhibe de nuevo,
a sala llena, en el teatro Trasnocho Cultural, bajo la dirección de Hector Manrique,
quien la versionó oportunamente y dirigió perfectamente y además actúa al lado
de Juan Carlos Ogando, Marcela Girón, Martha Estrada, Pedro Borgo y Stefane Frade.
Todo un elenco de profesionales que conmueve por el verismo y la calidad de sus
trabajos destinados a materializar una propuesta existencial sobre la vida
urbana posible en la Venezuela de los últimos 50 años.
Fausto Verdial (Madrid, 11 de enero de 1933/19 de octubre de 1996) fue
un importante creador de las artes escénicas venezolanas a quien conocimos inicialmente en los mágicos meandros del teatro caraqueño
donde hemos tenido los mejores encuentros culturales y sentimentales de las
últimas décadas. Lo tratamos, con varias tazas de café con leche, de por medio,
o con unas cuantas copas en vino tinto en el Centro Comercial Chacaíto o en
algún restaurante de esos meandros de la Sabana Grande que ya se hizo recuerdo,
pulverizada por la piqueta del progreso, y logramos así consolidar una amistad
que ha sobrevivido al frío vendaval de los olvidos y es por eso que todavía
continuamos disfrutando de su histrionismo y de su proverbial escritura
teatral, precisamente cuando los tiempos revueltos pretenden quitarnos el aire
de los pulmones o la capacidad para identificar el olor de las maduras
guayabas.
Sin ningún pacto con Lucifer “el madrileño de
oro” habría cumplido 85 el pasado 14 de enero, pero ese especialista en enredos
del corazón social, ese que nos ayudó a exorcizar sórdidas penumbras
existenciales durante largas décadas, se marchó sin aviso y sin mayores explicaciones,
pero para que no lo olvidaran jamás dejó
una sólida herencia de afectos verdaderos y un legado de consejos destinados a
exaltar la utilidad del amor en el fiero combate cotidiano contra la soledad como lo enseña por intermedio de sus piezas
que todavía se muestran en escena como son Todos los hombres son mortales, ¡Y...las
mujeres también!, Los hombros de América y
el unipersonal ¡Qué me llamen loca! dedicado a su amiga y cómplice primera actriz Tania Sarabia.
A pesar de ser mortal, Verdial aún no
sale de escena porque los venezolanos piden una y otra vez sus obras y las
aplauden donde las exhiban, como está sucediendo con esa reflexión en voz alta
sobre el desarraigo del inmigrante
que pasa años anhelando el país de su nostalgia y la desilusión que sufre al
regresar, como es Los hombros de América.
La pieza teatral muestra los dos rostros del exilio a través de dos parejas que inmigraron a Venezuela al finalizar la guerra civil de España y acentuarse la amarga y dolorosa post guerra de una dictadura y lo que pasa con sus hijos cuando se enamoran y deben luchar para amar como único objetivo de vida.
La pieza teatral muestra los dos rostros del exilio a través de dos parejas que inmigraron a Venezuela al finalizar la guerra civil de España y acentuarse la amarga y dolorosa post guerra de una dictadura y lo que pasa con sus hijos cuando se enamoran y deben luchar para amar como único objetivo de vida.
Gracias a la magia del teatro es posible ver lo que pasó en los apartamentos
de esos dos españoles aventados en
Caracas por el dictador Francisco Franco, precisamente el día 20 de noviembre
de 1975 cuando murió, y todo lo que les sucede hasta que recobran la
estabilidad emocional y presencian la crianza de sus nietos venezolanos. Un
argumento elemental pero preñado de esas cosas mínimas y cotidianas que es la
vida misma.
Verdial tituló su comedia Los
hombros de América sobre las vicisitudes de sendos hogares de españoles en
homenaje al poeta hispano Rafael
Alberti y su poema Costas de Venezuela,
donde el vate afirma que las montañas de Venezuela son los hombros de America
“Para mí, coincidiendo con Alberti, también lo han sido: los hombros que me
sostuvieron y donde me realicé como artista y como ser humano”, dijo en una oportunidad
su autor.
Es, pues, un grato momento de reencuentro con el teatro de actores, que supera los 100
minutos, donde se disfruta de una pista musical de los años 70 y 80 y de ese
atmosfera nostálgica por las décadas pasadas, que se unen a los recuerdos del espectador
que en ocasiones también ha sido
migrante.
Vale la pena resaltar el trabajo de Girón que encarna a la venezolana que se arrejunta con el español Manuel (Manrique) y le da un hijo, Juanín (Borgo) que se enamora de Begonia (Frade), la hija del otro refugiado español (Ogando) y Encarna (otra española), bien resuelta por Marta Estrada. Todos humanos y cotidianos personajes de carne y hueso, que es lo mejor del acto teatral en sí, donde es clave el trabajo de la productora Carolina Rincón.
Vale la pena resaltar el trabajo de Girón que encarna a la venezolana que se arrejunta con el español Manuel (Manrique) y le da un hijo, Juanín (Borgo) que se enamora de Begonia (Frade), la hija del otro refugiado español (Ogando) y Encarna (otra española), bien resuelta por Marta Estrada. Todos humanos y cotidianos personajes de carne y hueso, que es lo mejor del acto teatral en sí, donde es clave el trabajo de la productora Carolina Rincón.
El colofón del espectáculo es un “regalo” de Manrique (hijo de un criollo
y una española) dedicado al entusiasta público: un videotape, en blanco y negro,
con imágenes sobre los migrantes venezolanos que ahora salen por Maiquetía o por
las fronteras con Colombia y Brasil, como para que los criollos recuerden que
todos estamos de paso en esta Tierra de Gracia y que mientras se pueda y se
quiera hay que buscar el mejor destino o lo que puede ser la felicidad más allá
de nuestras narices. Una invitación al público para reflexionar después de haber reído con
los personajes teatrales y emprender el regreso a nuestras Itacas familiares.
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