La tozuda Carmen Ramia aplaudió frenéticamente en la sala de conciertos del Ateneo, aquella noche del viernes 14 de abril. Se paró de su silla, cual si un resorte la hubiese impulsado y tras de agarrar nuestra mano izquierda y halarnos hacia los camerinos, nos dijo: “esto ha sido maravilloso, yo quiero conocer a estas mujeres y seguramente hasta las invitaré el Segundo Festival Mundial de Miami, porque es una pieza adecuada para el público de Florida”. Fuimos, pues, testigos de un hecho que no es frecuente en los epílogos de las funciones teatrales criollas, ni mucho menos durante la programación normal de un Festival Internacional de Teatro de Caracas. Pero ocurrió y habían otras personas presentes.
El encuentro de Carmen Ramia con las actrices Gabriela Murria y Aída López, quienes habían hecho posible el desopilante espectáculo Las chicas del 3.5” floppies, fue visiblemente emotivo. Porque más allá del plausible talento histriónico de la pareja de artistas mexicanas, estaba el hecho de que una mujer venezolana, corajuda combatiente por lo suyo y por la cultura venezolana -ella recibió de Carlos Giménez la obligación de no dejar morir los Festivales Internacionales de Teatro de Caracas- les daba personalmente su solidaridad de género y les manifestaba su reconocimiento ante la valentía que demostraban al actuar una pieza que es una bofetada a la machista sociedad mexicana, ya que ahí se denuncian cosas como la prostitución, el tráfico de drogas y hasta la lenta destrucción de una sociedad que sí esta siendo absorbida y suplantada por la famosa globalización. Esa acelerada transculturización que precisamente comenzó con La Malinche, en el siglo XVI y que hasta ahora nada ni nadie logra detenerla, aunque los intelectuales, los artistas y hasta unos cuantos políticos latinoamericanos no dejan de denunciarla. ¡Pero aquello parece que no se detiene nunca!
No sabemos si Carmen Ramia invitará finalmente a la emocionada gente de la mexicana compañía Dramafest para que acudan, durante los próximos meses de octubre o noviembre, a Miami, y logren mostrar ahí su excelente espectáculo Las chicas del 3.5” floppies. Pero de lo que sí estamos seguros es de que esa parejita de mujeres-actrices le movieron el piso a otra mujer, que también combate desde su trinchera contra la injusticia y pone su granito de arena para que la cultura sea un pan para muchos venezolanos, además de otras microbatallas que ella adelanta.
Las chicas del 3.5” floppies es un texto experimental y por ende inacabado de Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio (Guadalajara, México,1968), quien utilizando a la majestuosa pieza La Celestina, de Fernando de Rojas, incursiona en el tema de la prostitución y plasma, en menos de 80 minutos, a dos mujerzuelas cocainómanas en medio del fango social y moral donde viven, pues son ficheras o putas de barra en una discoteca que además es una especie de cyber café; damiselas que libran una batalla contra sus vicios y al mismo tiempo luchan para salvar a sus pequeños hijos, mientras tratan de encontrar a unos hombres que las rescaten y las lleven a vivir decentemente. Pero lo que consiguen es una organización de narcotraficantes y asesinos que las usan y las eliminan después. Al tiempo que otras hetairas las sustituyen en el hotelito o pensión para meretrices donde se desarrolla la acción. Todo esto ocurre mientras el público ríe y aplaude frenéticamente, porque esta montada en ritmo de comedia, tanto por las situaciones como por el mismo trabajo actoral.
Es posible que esta obra de Gutiérrez Ortiz Monasterio necesite un “poco mas de carne”, un tanto de mayor densidad en su texto. Pero lo que es impecable es la puesta en escena, la inteligente solución cinética que el director John Tiffany le da a la obra, gracias a la utilización de las tareas físicas de los personajes (una limpia el piso con un coleto cual si fuese una versión femenina del mito de de Sísifo y la otra en lenguaje y situaciones cantinfléricas brama por una línea de coca). Además el trabajo actoral es un verdadero reto entre estas dos actrices: una limpia el piso y se erige en rectora de los actos de la compañera cocainómana, mientras que la otra le replica con la conducta ambivalente y de negro humor al estilo de un Beckett tropical.
Ojalá que este espectáculo pueda ser exhibido a lo largo y ancho de América, ya que ahí muestra un ángulo amargo como es la prostitución asociada con el narcotráfico, una verdadera bomba-sólo-mata-gente que elimina a diario a miles de personas y arruina así el desarrollo de un continente, donde el más importante recurso, que es el humano, es desechable, ya que hay gente que lo quiere sin habitantes útiles e inteligentes, porque así hay menos dolores de cabeza y además sus reservas minerales no se explotan sino que quedan para unos pocos.
¿Cumplirá Carmen Ramia su oferta para luchar contra esos dos terribles vicios?
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