Desde aquel 6 de abril llevamos 37 años tratando de sacarnos del corazón a nuestro país de origen. Pero cada vez que vemos una manifestación de las artes escénicas, que bien puede ser teatro, danza, cine o televisión, llegan a nuestra memoria, en artera conspiración con la loca de la casa o la imaginación, las imágenes de un pasado que se hace presente y debemos pellizcarnos para volver a la cotidiana y dura realidad en que navegamos, recuperar el pulso y proseguir. En síntesis: es imposible evadir lo que somos y seremos hasta más allá de la inevitable frontera final. Escribimos esto porque no salimos de nuestro asombro ante el crecimiento del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, el cual culminó el pasado domingo, tras la participación de 54 compañías extranjeras y unas 150 agrupaciones colombianas. Evento que detuvo por 15 días la violencia cotidiana, evento que el inolvidable Carlos Giménez también ayudó a crear.Aquel festival ha sido tan importante, junto con las nueve entregas anteriores, que El Tiempo, el principal diario de Colombia, publicó, el lunes 17 de abril, su editorial El futuro del Festival, el cual transcribimos para que sirva de espejo a las instituciones venezolanas:
"Anoche, después de la espectacular presentación del grupo alemán Pan Optikum en el parque Simón Bolívar, hubo que resignarse a decir con tristeza: se acabó la dicha. Al cabo de dos mágicas semanas, que convirtieron a Bogotá en una ciudad distinta, finalizó la décima edición del Festival Iberoamericano de Teatro, con éxito tan contundente como el de las anteriores, tanto que dan ganas de parafrasear la antigua sentencia inglesa: ¡el Festival ha terminado, viva el Festival! Sin embargo, hay una cuestión que no se debe dejar pasar: es imperioso abrir la discusión para que un evento como éste, consolidado nacional e internacionalmente, cuente con una financiación estable y predecible, que no dependa del esfuerzo de una persona".
"Hasta ahora, el Festival existe por la enérgica y ejemplar labor de esa persona Fanny Mikey y su grupo de abnegados colaboradores. Cada dos años, cuando Bogotá se convierte en una ciudad que produce orgullo entre sus habitantes y sana envidia en los demás, ello es posible gracias al trabajo silencioso, a menudo ingrato, de quienes, desde hace 18 años, pasan las duras y las maduras, en cada ocasión, para conseguir con la empresa privada, el Gobierno Nacional y la Alcaldía Mayor el dinero que permita que el Festival siga funcionando. En la edición especial que hizo la revista El malpensante, a propósito del Festival, su director, Andrés Hoyos, abrió el debate declarando que no es justo que las cosas sigan así y proponiendo que la financiación completa del evento la asuman, por ley, el Gobierno Nacional y el local, por mitades. De la discusión, que se ha adelantado por listas de distribución de correo electrónico y en la cual han participado el ex director de la Biblioteca Luis Ángel Arango, Jorge Orlando Melo, y otros, van quedando algunas ideas."
"En primer lugar, parece clara la necesidad de que el Festival cuente con una financiación estable, que no dependa de la energía ni la capacidad de gestión o de ruego de su organizadora. En segundo lugar, tal financiación debería tener cuatro componentes. Por un lado, el Gobierno Nacional, a través del Ministerio de Cultura; por otro, la Alcaldía de Bogotá quizá con un mayor aporte, pues la ciudad es la primera beneficiada con el Festival; luego, el público de estratos altos (la mayor parte de los espectadores en salas), que pondría su parte vía el pago de buena parte de las 380.000 boletas que se calculaba se venderían en esta edición; y, por último, la empresa privada, a través de contribuciones voluntarias como las que se vienen haciendo".
"Se pueden discutir las proporciones de los aportes de cada uno, o los mecanismos para lograrlos e incluso si es conveniente que el Estado central y el Distrito asuman o no todos los gastos. Se han propuesto, por ejemplo, exenciones de impuestos para las empresas que aporten (lo cual podría aplicarse no sólo al Festival, sino a toda contribución al arte, la cultura y la investigación, como en otras latitudes). Se lanzó, también, la idea de destinar por ley un porcentaje de las regalías del carbón para que la contribución del Estado a estos rubros y al Festival sea más alta, permanente y esté financiada. En fin, ideas y propuestas hay. Lo importante es que la discusión llegue a definiciones concretas para que los nubarrones de la incertidumbre económica dejen de pesar, cada dos años, sobre un evento que se ha convertido ya en patrimonio de todos los colombianos, no sólo de los bogotanos".
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