Nadie tiene la exclusividad del teatro bien hecho o del mal realizado. Recordamos esto porque es frecuente en las ediciones de los Festivales Internacionales, ver algunos espectáculos que en Venezuela nadie se atrevería a mostrar ante su público, ya que los teatreros criollos son muy rigurosos con sus producciones, aunque en ocasiones hacen protagonizar a sus amigos o amigas sin que sean los intérpretes adecuados, y, como siempre les va mal, denigran de los críticos o los periodistas. Así hacen cierto aquello, una vez más, de que los artistas no son amigos de nadie, muchos menos de los que evalúan o difunden sus labores. No son capaces de asumir sus errores y por eso nunca pasarán a la historia. Serán referencias negativas, más nada. Nos referimos a un sector del conglomerado, porque la otra parte es sufrida y muy paciente... hasta que les llega su turno de disfrutar el poder... ¡Cuándo serán otros diferentes!
¿Y por qué se exhiben montajes maltrechos en un encuentro como el de Caracas? Hay diversas respuestas, pero, como aprendimos de nuestras abuelas, “después de ojo sacado...no hay Santa Lucía que valga”. Hay que pedirle a Dios que los futuros “programadores” mejoren el gusto o cambien el DVD para el próximo evento... si es que lo hacen. Hacemos este reclamo, cuando ya el XVI Festival Internacional de Teatro de Caracas (Fitc) ha culminado y viene el proceso de revisar lo que no se hizo bien y lo que si valió la pena. Tiempo es también de pagar las deudas y de unos cuantos actos de contrición, como aquel de haber llevado a la sufrida y robada Antonia San Juan al monstruoso auditorio del Aula Magna para que soltara su monólogo sin contar con los básicos apoyos técnicos.
Por ahora, lo único verdaderamente notable del Fitc fue la presencia del venezolano Moisés Kaufman y su espectáculo I am my own wife, un modelo de cómo se escribe una pieza para el siglo XXI, cómo se actúa y cómo se dirige hasta obtener un espectáculo inobjetable. Lamentable es que este artista no trabaje en su país y tenga que ganarse la vida en USA, pero es explicable porque allá disfruta de otro nivel de existencia y más seguro. Su presencia en Caracas con un espectáculo exitoso en el circuito Broadway le salió bien caro a los organizadores del evento, especialmente por las exigencias técnicas de la producción, además de los 30 mil dólares por los honorarios o los aportes a la “coproducción”. ¡Bravo... eso estuvo bien!Entre los espectáculos desangelados hay, por ahora, dos: La noche árabe y Celeste Flora, presentados, respectivamente, por Colombia (coproducción Goethe Institut/Adela Donadio y Casa del Teatro Nacional) y España 2 (Teatro Albanta). El montaje colombiano permitió conocer el trabajo dramatúrgico del alemán Roland Schimmelpfennig, quien para echar su cuento sobre las peripecias de los habitantes de un edificio multifamiliar -donde una bella mujer sueña que era una concubina más en el harén de un jeque árabe- propone que los actores, además de tirar sus líneas, deben narrar previamente sus acciones o las de sus antagonistas, deben explicar lo que las didascalias proponen. En pocas palabras: perifonean una especie de radioteatro pero ante un auditorio aburrido por la lentitud del tiempo escénico y que no se levanta de sus sillas porque hay una damita en cueros que sueña y además es sonámbula y como el deseo es libre... pues esperan que pase algo más. Ese espectáculo en un café-concert, de esos que pululan en Bogotá, sería un exitazo por lo que promete visualmente, más nada. Que el buen teatro colombiano haya estado tan mal representado es lamentable, pero es que allá también se cometen errores.
La otra “perla falsa” vino de España y de la mano de Pepe Bablé. Es una obra sobre una asesina y su psiquiatra, dos féminas que juegan a la verdad, pero que al final terminan casi enamoradas por esa complicidad de género que se da cuando dos mujeres se cuentan sus cuitas y otras menudencias. La obra, firmada por Juan García Larrondo, es un verdadero plomo por su estructura anticuada y su exagerada narración, además carece de una puesta en escena más audaz. Todo lo que dicen es obvio y no tiene intriga, todo se deduce a la entrada. ¡Cero y van dos!
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